Acababan de sonar los gritos de ordenanza –"¡A la bandera! ¡Presenten… arrrmas!"- y Margarita Robles pasaba ya revista a las tropas en el patio del Ministerio de Defensa, con su vistosa chaqueta naranja, cuando me fijé en un hombre corpulento de cabello y barba blanca que filmaba con deleite la escena, detrás de su teléfono. Era Cándido Conde Pumpido, miembro del Tribunal Constitucional, ex fiscal general del Estado y magistrado del Supremo.
Su presencia en ese acto de toma de posesión reforzó más, si cabe, mi fe en la continuidad del Estado de Derecho y en la fiabilidad de las rotundas palabras que pronunció la nueva ministra, con visos de advertencia a varios de los grupos que votaron a favor de la moción de censura: "Con la Constitución, todo; fuera de la Constitución, nada".
Fue inevitable que mis recuerdos viajaran un cuarto de siglo atrás, en el túnel del tiempo cuando, como bisoña secretaria de Estado de Interior, Margarita Robles antepuso la defensa de ese orden constitucional a la conveniencia del partido que la había promocionado y del propio gobierno al que pertenecía, al perseguir eficazmente los crímenes de los GAL. En concreto, los de un general como Galindo, con más entorchados que muchos de los que formaban este viernes en el patio del ministerio.
Esa misma fue la pauta de conducta de un talentoso y prometedor Conde Pumpido cuando, recién llegado a la Sala Segunda bajo patrocinio socialista, inclinó –junto a Martín Pallín- la balanza de la condena de Barrionuevo y Vera por el secuestro de Marey, al sumar su voto a los de los magistrados de procedencia conservadora.
Al margen de estimular mi nostalgia, el hecho de que la una, como protagonista, y el otro, como satisfecho camarógrafo, formaran parte del retablo del marcial acto del jueves, dice mucho de la capacidad de renovación del PSOE y de la consistencia de nuestro sistema político. Con servidores del Estado como ellos, las instituciones que derrotaron al terrorismo -incluido el de gestación endógena- podrán también con el golpismo indepe.
Vaya, pues, por delante que el nuevo Gobierno me parece bien en lo esencial pues, con Borrell, Margarita Robles y Grande-Marlaska en las tres carteras clave, difícilmente van a poder los separatistas avanzar en nada sustantivo, más allá de la distensión "a lo PSC" que les ofrecerá Meritxell Batet. Queda por ver si Dolores Delgado servirá o no de perturbador caballo de Troya para los ajustes de cuentas en la judicatura que anhela su antiguo mentor; y si eso afectará a la firmeza de la fiscalía frente a los sediciosos de octubre. Pero doy por hecho que, en caso de discrepancia, Sánchez siempre se dejará guiar por el criterio de Robles y Borrell.
La inteligente forma de ir presentando al Ejecutivo, a lo largo de tres días de filtraciones más o menos programadas, como si fuera un cajón-sorpresa del que se iban extrayendo los "regalos" uno a uno, ha contribuido a su buena recepción. También el hecho de que la cartera de Economía vaya a una alta funcionaria de la Comisión Europea, muy respetada en Bruselas y sin aristas ideológicas, como Nadia Calviño. O, sin duda, la popularidad de dos independientes con tirón como Pedro Duque y Màxim Huerta.
De repente, es como si España se hubiera modernizado y rejuvenecido, con un gobierno muy parecido al que le hubiera gustado formar a Ciudadanos, lo cual acrecienta el certero diagnóstico de un curtido observador que el lunes me dijo, cenando en casa, que habíamos asistido a "una moción de censura contra Rivera en el trasero de Rajoy... y con la colaboración de Rajoy". Cada vez está más claro que su dimisión hubiera impedido la investidura de Sánchez, pues tanto los separatistas como, sobre todo, Podemos habrían descubierto durante la ronda regia de consultas que -como acaban de comprobar ahora- bien poco podían esperar de él y hubiéramos desembocado en elecciones.
Incluso una mayor dilación de Ana Pastor a la hora de convocar el pleno, hubiera provocado un efecto similar: reuniones, negociaciones, condiciones, desencuentros... La moción de censura sólo podía salir adelante como una inmediata cita a ciegas, resuelta en un "aquí te pillo, aquí te mato" de unas horas. Pero Rajoy rindió su último servicio al bipartidismo y la "nueva política" tendrá que esperar, a expensas de cómo resuelva su crisis el PP.
En EL ESPAÑOL hemos definido al gobierno entrante como "mediático y electoral" lo cual no deja de ser una redundancia, habida cuenta el calendario que le espera. De hecho, más que ante un equipo ministerial, estamos ante una vistosa candidatura, confeccionada para intentar ganar el año próximo unas generales anticipadas, con ideas muy rotundas de igualdad y posmodernidad, tributarias del contenido y talante de la nueva izquierda, impulsada por Zapatero. Mi gran duda es si, al nombrar once ministras frente a seis ministros, Sánchez no se habrá pasado de frenada en el principal renglón de lo que, a falta de programa de gobierno, se perfila como su manifiesto de campaña.
Es cierto que nadie haría esta reflexión si hubiera nombrado a once hombres y seis mujeres; y que lo anómalo es que a ningún otro estamento de la sociedad haya llegado la pujanza femenina, como lo ha hecho a la política. Pero eso es fruto de la inercia de siglos de aberrante discriminación de la mujer y subsanar en una generación esa tara de la civilización humana parece poco menos que imposible.
De ahí que si en los Consejos de Administración de las empresas, los cuerpos de altos funcionarios, las academias, los ejércitos o los equipos directivos de los medios de comunicación estemos aun lejos de la paridad o -para ser más exactos- de la igualdad de oportunidades que, por si sola, generaría una paridad natural, la constitución de un gobierno con el doble de mujeres que de hombres sólo pueda obedecer o a una inaudita combinación de sucesivas elecciones improbables, basadas en el mérito, o a una pretensión deliberada de obtener ese resultado, en el altar de la discriminación positiva.
Es como si Pedro Sánchez hubiera querido darle la vuelta al significado del cuadro de Rubens que inspiró el ensayo de Javier Gomá 'Aquiles en el gineceo'. Se trata de un lienzo que puede verse en el Prado. El maestro lo pintó en colaboración con su discípulo Van Dyck y lo tituló 'Aquiles descubierto por Ulises'. Muestra el momento en que el héroe adolescente responde, blandiendo asertivamente una espada, al requerimiento de abandonar el recinto destinado a las mujeres en la corte del rey Licomedes de Esciros, para sumarse a la flota griega que estaba a punto de partir hacia la guerra de Troya.
Desde ese momento su suerte fatal está echada. Por eso, su madre, la diosa Tetis, le había escondido, para protegerle, entre las doncellas y disfrazado como una de ellas. "¿Por qué Aquiles, el héroe griego, que pasó su adolescencia en un gineceo, viviendo la existencia de un dios inmortal, al abrigo de toda necesidad y de todo dolor, decidió en cierto momento ir a la guerra de Troya, sabiendo con toda certeza que allí encontraría la muerte?". Al responder esta pregunta, Gomá expone, de forma emocionante, la "épica de la subjetividad", como solución al "dilema de la experiencia humana", íntimamente ligado al grandioso drama de la "finitud" de la vida.
Gomá termina su ensayo con unos paradójicos y, según él, "enigmáticos" versos de Goethe: "Mientras no hayas en ti cumplido / aquello de "¡muere y realízate!"/ no serás más que un triste huesped / que vaga por las tinieblas". Yo los completaría con la famosa cita de Séneca "Avida est periculi virtus" -"La virtud (o el valor) está ansiosa de peligros"- que sin duda ayudaría a entender tanto a Aquiles como a Pedro Sánchez, desde la perspectiva que la utiliza Montaigne, cuando añade: "El precio da valor al diamante, la dificultad a la virtud, el dolor a la devoción y la acritud a la medicina". Nadie con dos dedos de frente puede ya negar el mérito de Sánchez, rebelándose contra el conformismo y remando contra el viento, hasta llegar a puertos alejados de todos los pronósticos.
Pero lo que a mí me interesa hoy es la premisa inserta en la pregunta de Gomá, cuando dice que Aquiles vivía "al abrigo de toda necesidad y todo dolor". Eso era lo que suponía en el mundo clásico el gineceo -un concepto carente del menor sentido peyorativo- como compendio de la seguridad, la protección y la calma. Un entorno ideal, prolongación del vientre materno, al que se accedía al cruzar el peristilo que anunciaba las habitaciones reservadas a las mujeres. La columnata de ese dintel separaba la contemplación de la acción, la armonía del conflicto, la ignorancia de los saberes peligrosos, la paz de la guerra.
Formar un gobierno con el doble de mujeres que de hombres supone darles provocadoramente la vuelta a todos los tópicos de esa ecuación. Aquiles Sánchez quiere "ir" a la Guerra de Troya, o "volver" a imponer la paz a la Cataluña rebelde, desde el recinto mental, desde el marco antropológico del gineceo, pensando no tanto en hacer realidad la ingenua jota de "Gigantes y cabezudos" -"Si las mujeres mandasen, serían balsas de aceite los pueblos y las naciones"- como en movilizar, mediante un resorte propagandístico oculto, una inmensa reserva de energía y vibraciones positivas aun latente en nuestra sociedad.
Invirtiendo el relato del cuadro, los varones que irrumpen en escena -Borrell, Marlaska, Huerta, Abalos, Duque...- no acuden a rescatar a Aquiles Sánchez de unas faldas que le esconden, sino que es él quien les arrastra, sin demasiado esfuerzo, todo hay que decirlo, hasta ese campamento del instinto femenino que ha transformado en cuartel general de un ejército en orden de combate.
El experimento es digno de atención. Carmen Calvo coge el relevo de lo que ya son catorce años ininterrumpidos de mujeres vicepresidentas -Fernández de la Vega, Salgado, Sáenz de Santamaría- y todas las ministras parecen saber de aquello que se les encarga, por mucho que a los liberales nos inquieten las credenciales de Montón y Montero, alineadas, a lo Mauri y Mauregui, en la línea medular de la Sanidad y la Hacienda. Veremos si alguna se mete en charcos como los que pisaron Bibiana Aído y Leire Pajín -en su caótica primera rueda de prensa la portavoz Isabel Celáa apuntó maneras- o si el efecto de esta vacuna antimachismo es tan fulminante que, cuando se forme el próximo gabinete, deje de ser importante su composición por sexos.
En todo caso, que nadie se apure. Un gobierno respaldado por 84 escaños puede servir de heraldo de sí mismo, en el preludio de una justa electoral, pero de poco más. Ni para bien, ni para mal.
Los hechos demostrarán que ese estadio intermedio de "estabilidad", que Sánchez situaba entre la censura y los comicios, es incompatible con cualquier producción política de peso. Si intenta algo que a alguien le pueda parecer grave, durará pocos meses. Si llega al año, será a costa de hacer muy poco por encima de su levedad estructural. O el Gobierno morirá de infarto, o no nos producirá más allá de una suave contractura. "Si gravis brevis, si longus levis". A ver cómo conjura Aquiles Sánchez esta maldición de Cicerón, si no es ganando unas elecciones.
Pedro J. Ramírez, director de El Español.