Arabia Saudí, en el ojo del ciclón

Mateo Madridejos, periodista e historiador (EL PERIODICO, 02/06/04)

El ataque de Al Qaeda contra uno de los pilares del triángulo de oro saudí, al confirmar hasta la exasperación que la guerra preventiva no crea la paz ni mitiga el terrorismo, suscita una inquietud desestabilizadora en el mercado de hidrocarburos. El petróleo fue el motor del colonialismo, el acicate populista del nacionalismo árabe y el arma de los derrotados por Israel, hasta provocar el primer infarto petrolero en 1973 que clausuró la era del precio barato. Desde 1980, con el imperativo de la petropolítica, según la doctrina de Jimmy Carter, el petróleo se identifica con los intereses vitales de EEUU, aunque la alianza con la monarquía de los Saud es anterior a la segunda guerra mundial. Los esbirros de Bin Laden golpearon el corazón de la industria petrolera del reino wahabí, esa monarquía teocrática, protectora del integrismo, que mantiene un sistema oscurantista y se muestra incapaz de proteger a los trabajadores nacionales y extranjeros que aseguran el funcionamiento de la poderosa máquina de atesorar y dilapidar dólares. Aunque la industria petrolera es la prioridad absoluta del Gobierno saudí, los terroristas de Al Qaeda lograron burlar las draconianas medidas de seguridad y extender su inflamable prédica contra los infieles que malversan las riquezas de los musulmanes.

DURANTE la guerra fría, Arabia Saudí encabezó el sector árabe llamado moderado, ferozmente anticomunista, y financió con largueza los movimientos armados integristas en todo el mundo, desde Argelia a Afganistán e Indonesia, con el beneplácito y alivio de Occidente. Pero la desintegración de la URSS, la revolución islámica en Irán, la guerra del golfo Pérsico, los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington y la carnicería en Palestina alteraron la situación geopolítica y, sobre todo, resquebrajaron la alianza con EEUU, donde algunos analistas abogan por un cambio de estrategia en la región.

La monarquía saudí se halla sometida a presiones contradictorias e incoercibles en su pretensión de compaginar el conservadurismo religioso con la apertura política. De una parte, los terroristas de Al Qaeda, guerreros de un integrismo que tiene mucho que ver con el wahabismo oficial, que no es sino una interpretación obtusa y subdesarrollada del islam; de otra, los afanes reformistas que se atribuyen al príncipe heredero Abdel Aziz, gobernante de facto en razón de la enfermedad del rey Fahd. La confusión afecta, sobre todo, a la juventud, inmersa en una enseñanza abrumada de tabús y prejuicios, pero en contacto con todos los avances tecnológicos y los señuelos de la economía globalizada. Son los soldados predestinados de Al Qaeda.

Occidente se debate en el dilema de impulsar la democracia y la modernización o mantener el statu quo anacrónico y despótico, pero lo cierto es que los principios de la decencia política se sacrifican ante el temor de provocar un incendio de dimensiones gigantescas y consecuencias imprevisibles.

La democratización del universo árabe es una quimera de algunos sectores intelectuales del neoimperialismo norteamericano, que fustigan la connivencia ideológica entre Riad y el terrorismo islamista, pero los políticos y los poderosos grupos de presión petroleros imponen la cautela. Y la Unión Europea, en busca de una estrategia común tras una ampliación problemática, carece de alternativa para la aguda dependencia energética.

EL TERRORISMO islamista y sus aliados activos o pasivos en un mundo árabe en ebullición, empobrecido y desesperado, consiguieron que la reconstrucción y la democratización de Irak se ahogaran en un océano de sangre y devastación. Ahora penetran en el corazón del petróleo saudí para demostrar que la familia real, aliada de Occidente, no puede mantener la seguridad, mientras en EEUU la opinión pública debate el fracaso del proyecto bélico y llegan al Congreso algunas voces que cargan sobre Ariel Sharon y sus mentores del Pentágono parte de la responsabilidad del naufragio. El furor musulmán desborda el conflicto de Palestina, pero utiliza éste como cortina de humo para enmascarar la culpa de las élites árabes en el desastre. Occidente vive de espaldas a esa realidad conflictiva hasta que el petróleo presenta la onerosa factura, cuando ya las masas sarracenas han convertido al mundo occidental en objeto de mimetismo y rencor, culpable de todas las iniquidades y generador de la violencia. Arabia Saudí está en el centro de ese torbellino de pasiones.