Arabia Saudí y los intentos de Irán por tomar el poder en Siria

Convidar a Irán a ser parte de la próxima ronda de conversaciones sobre la crisis en Siria que se realizará en Viena, Austria (invitación que se reiteró la semana pasada) tiene consecuencias de largo alcance. De hecho, el actual gobierno iraní está intentando acabar con un equilibrio de poder que ha durado cerca de 1.400 años. Como cuna del mundo musulmán, Arabia Saudí no lo permitirá.

La brecha entre Irán y Arabia Saudí, respectivamente las potencias más prominentes del islamismo chií y suní de Oriente Próximo, tiene profundas raíces. Para comprender más allá de Siria lo que está pasando realmente hoy en la región, tenemos que considerar los orígenes del cisma entre ambas corrientes, la brecha entre los mundos árabe y persa y las luchas del pasado sobre el modo de gobernar el Islam.

El Islam se dividió entre suníes y chiíes después de que muriera el profeta Mahoma y se tuviese que escoger un sucesor. La mayoría de sus seguidores, que acabaron por conocerse como musulmanes chiíes, sintieron que los creyentes debían basar su decisión en la capacidad personal, por lo que apoyaron a Abu Bakr, suegro del profeta y opción escogida por los musulmanes más ilustres. Sin embargo, un pequeño grupo de disidentes, que con el tiempo se conocieron como musulmanes chiíes, manifestaron que el nuevo califa debía tener parentesco de sangre con Mahoma, por lo que decidieron que debía sucederle su cuñado y primo Ali ibn Abi Talib (el cuarto califa según los suníes). Hoy en día un 90% de los musulmanes son suníes y un 10% son chiíes.

Mientras ocurría este desacuerdo, comenzaba la conquista musulmana de Persia en 632, apenas un año después de la muerte del profeta. El Imperio Sasánida persa, agotado en lo económico y militar tras décadas de guerra con el Imperio Bizantino, sufrió una derrota decisiva en la batalla de Qadisiya en 636.

Al año siguiente el Emperador persa Yazdegerd III huyó a la provincia fronteriza de Jorasán y comenzó la arabización de la región: los persas adoptaron nombres árabes y se convirtieron al Islam. Para 651 la mayoría de los centros urbanos principales de Persia estaban bajo control árabe, lo que añadió impulso al proceso.

La masiva conversión de los persas al Islam fue el primer paso hacia la creación del primer califato, un estado político-religioso que abarcó a todos los países musulmanes. En diferentes momentos de la historia los califatos se han extendido a Asia, África y partes de Europa. Los intentos de diferentes fuerzas por controlar o reinstaurar el califato es un tema recurrente en la historia del Islam. El llamado Estado Islámico es sólo el último ejemplo de esto.

Hasta el año 1500 casi todos los persas eran suníes. Pero entonces el Shah Ismail (el primer Shah y fundador de la Dinastía Safávida) dio inicio a una brutal política de obligar a los musulmanes persas a hacerse chiíes, a fin de subrayar la diferencia entre su versión del imperio persa y el sultanato otomano, con base en Constantinopla y fervientemente suní.

Esta historia da cuenta claramente de las acciones de Irán al día de hoy. Como musulmanes chiíes, los iraníes son minoría en la comunidad musulmana, una realidad que los ha hecho sentirse perseguidos. En vez de aceptar su condición minoritaria, distintos gobiernos iraníes han intentado afirmar la hegemonía de su país en el mundo árabe.

Por supuesto, Irán representa no sólo una pequeña minoría de los musulmanes, sino que los iraníes no son árabes, por lo que resulta incomprensible que deseen dictar su voluntad a los países árabes. Sin embargo, esto no ha impedido que el gobierno iraní intente tomar el control de los brazos político y teológico del Islam. Está intentando utilizar a las comunidades chiíes de los países árabes con el objetivo último de apoderarse de los dos lugares sagrados del Islam, La Meca y Medina, sobre los que la monarquía saudí ejerce autoridad como Guardián de las Dos Mezquitas Sagradas.

Como el país más influyente del mundo sunní, Arabia Saudita sabe que tiene que hacer lo necesario para limitar a Irán. En 2011, un Consejo de Cooperación del Golfo, encabezado por los saudíes, debió neutralizar en Bahréin una insurrección respaldada por Irán. Este año en Yemen (país predominantemente suní), una coalición liderada por los saudíes está combatiendo contra los rebeldes chiíes hutis zayditas, a los que Irán ha armado para tomar el poder y obtener así un bastión en la Península Arábiga.

En Siria, país de mayoría suní donde una vez prosperó el califato omeya suní, Irán ha destinado miles de millones de dólares a apuntalar el régimen del Presidente Bashar al-Assad, dominado por miembros de una secta chií minoritaria, los alauitas (conocidos históricamente como nusayris).

Hasta ahora, las acciones de los partidarios de Assad han causado más de 270 000 muertos, desplazando a más de siete millones de personas internamente, obligado a huir a cerca de cuatro millones, y dejado a unos 12 millones en condiciones de precariedad inenarrables. Han hecho posible (en la práctica, impulsado) el surgimiento de Estado Islámico, causando con ello una creciente amenaza al orden mundial, como han demostrado trágicamente los ataques terroristas en Sharm el-Sheik, Beirut y París. Considerando esto, las autoridades de Arabia Saudí (independientemente de los resultados temporales a los que se llegue en las conversaciones de Viena) seguirán esforzándose con ahínco para sacar a Assad del poder y lograr que acabe todo este caos.

El terrorismo, las guerras de poder, los envíos de armas, las ambiciones nucleares y los delirios de grandeza surgidos de Irán son parte de una antigua lucha de la que los saudíes ya están hartos. Por ello el Rey Salman ha impulsado el mayor programa de expansión y adquisición militar de la historia del país, y no se detendrá hasta que Irán (y sus títeres chiíes) abandone sus fantasías revolucionarias y comience a colaborar para lograr la paz y la estabilidad a Oriente Próximo y el conjunto del mundo árabe.

Nawaf Obaid is a visiting fellow at the Belfer Center for Science and International Affairs at Harvard University’s Kennedy School of Government. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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