Arañar la luna o la tasa digital en España

Federico García Lorca decía que "el español que no ha estado en América no sabe qué es España". Quiero dar un paso más y añadir que el estadounidense que no ha estado en España no sabe qué son los Estados Unidos.

Como muchos sabrán, pues creo que lo he demostrado en muchas ocasiones, este país ha supuesto para mí un punto de inflexión tanto en mi carrera profesional como en mi vida personal. Tanto es así que he decidido continuar vinculado a España tras acabar mi labor diplomática. No se me ocurre mejor lugar para vivir que esta tierra sinónimo de libertad, creatividad y pasión.

Durante mi etapa como embajador de los EEUU, descubrí un país fascinante, moderno y con unas potencialidades enormes de progreso y desarrollo. Además de un talento increíble, España tiene la suerte de contar con numerosas autoridades que trabajan con esfuerzo y dedicación para colocarlo a la vanguardia social, en derechos y libertades, y asegurando en paralelo el impulso económico, apoyando y fomentando la labor de los miles de grandes y, sobre todo, pequeñas y medianas empresas que vertebran el sistema productivo de España.

A lo largo de esos tres años trabajé para derribar barreras y establecer vínculos entre empresas e instituciones, inspirado en el desarrollo de la Administración Obama en Washington. Durante esos años se impulsaron políticas de atracción, ayuda y fomento de la innovación y el I+D+i, en una época dorada de eclosión de la industria tecnológica estadounidense de manera que, tanto los emprendedores como los empresarios que tuvieran proyectos o ideas innovadores, se beneficiasen de la relación bilateral y se creara así un ecosistema boyante en el que las nuevas tecnologías tuvieran un papel fundamental. Habiendo contrastado el éxito de esas políticas, me preocupa que en España se ponga freno al crecimiento económico con medidas como la Directiva de Copyright o el Impuesto sobre determinados servicios digitales; y me preocupa aún más que sea un Gobierno progresista el que lo haga.

El mencionado impuesto, que el Gobierno quiere poner en marcha de forma unilateral en el seno comunitario, es la tasa del 3% sobre determinados servicios digitales. Y es, precisamente, esa decisión unilateral y precipitada la que a mi modo de ver puede provocar un freno mayor en el desarrollo tecnológico y empresarial que tanto necesita España.

La lógica impone que, como vivimos en un mundo global profundamente digitalizado, sea comprensible, y hasta cierto punto exigible que, si se ha de aplicar un impuesto a los servicios digitales y a las grandes empresas tecnológicas, éste se aplique de manera global. La decisión de introducir dicha tasa proviene de una propuesta presentada por la Comisión Europea. Sin embargo, el Consejo de Ministros de Economía y Finanzas de la UE todavía no ha alcanzado un acuerdo sobre su aplicación. En algunos países como Alemania, las intenciones del Gobierno son retrasar al menos dos años la iniciativa para evitar un deterioro de la digitalización de la industria nacional.

Creo firmemente -y en esto coincido con la posición de la Embajada de mi país- que es importante tomar esta decisión no ya en el seno de la Unión Europea sino en un marco de consenso internacional con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

No quiero liderar un discurso chovinista, pues todos somos conscientes de que existe un debate global sobre cómo abordar la fiscalidad digital al que hay que, indudablemente, dar respuesta. Pero no podemos alcanzarla sino de manera conjunta y consensuada, con visión universal, con coherencia, y conscientes de la realidad de todos los países para no provocar desigualdades.

Me preocupa especialmente la aplicación de la tasa por su afectación directa al desarrollo de las start-ups europeas y españolas -que tienen los mimbres para competir en el entorno europeo- y porque pueda acabar trasladándose a los usuarios y consumidores, como ya señalan algunos estudios que se han elaborado.

Y me preocupa, sobre todo, ver como España pierde competitividad y oportunidades con respecto a otros socios europeos, como la vecina Portugal, que acaba de ganar un proceso competitivo por el que potenciará un importante centro de operaciones tecnológicas y creará empleos de alta cualificación, en gran parte, por el contraste con las facilidades que está dando el Gobierno socialista de Costa a las empresas tecnológicas, los emprendedores y servicios de futuro, con una apuesta país decidida por un modelo tech-friendly.

España, país de cultura acogedora y atractiva, no puede optar por un camino aislado que ponga en tela de juicio la capacidad de muchas pequeñas y medianas empresas de aportar valor y de aumentar, de manera significativa, el papel del país en una economía global de altos componentes digitalizados.

Por otro lado, la nueva tasa plantea muchas dudas en varios países que ya han advertido de que podría llevar a la doble imposición en algunos casos, puesto que grava los ingresos y no los beneficios que ya se encuentran sujetos al Impuesto de Sociedades. El texto español, de hecho, no contempla la deducción del Impuesto de Sociedades como sí se pedía desde Bruselas.

Veo gran preocupación entre mis colegas americanos, pero más si cabe entre los españoles, por esta decisión unilateral del Gobierno de España de no esperar a un acuerdo global.

Pienso que, en este caso, la cautela de los gobiernos de Francia y Alemania al pedir un aplazamiento de la aplicación de la tasa digital hasta 2021 es una senda mucho más sensata. De ese modo, mientras no se alcance un acuerdo internacional, no perjudican a sus propias economías ni a sus propias fortalezas.

Estoy convencido de que desarrollar un pacto global con espíritu de cooperación, colaboración y responsabilidad permitiría impulsar el desarrollo tecnológico y la innovación atendiendo a la necesidad de un nuevo modelo de fiscalidad digital. El camino futuro de Europa solo puede ser ese.

Espero que España, que tiene talento y potencial para jugar un papel relevante en el futuro, sea consciente de que la mejor apuesta para alcanzar el liderato es mediante el consenso porque, parafraseando de nuevo al genio granadino, el que quiere arañar la luna, se arañará el corazón.

James Costos es ex embajador de Estados Unidos en España.

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