Archisilabeando

Para reparar el mal uso de la lengua española hay unas tareas más urgentes que otras, lo sé, y ésta que ahora vuelvo a proponer sería de escasa envergadura. La cruzada contra los archisílabos quizá sea incluso una batalla perdida, pero hay que darla como si fuéramos a salir vencedores de ella. Si no es tan decisiva como el combate contra la mala ortografía (y contra la peor sintaxis, una dolencia mucho más grave), tampoco parece un síntoma menor del maltrato hacia la lengua común. Y, desde luego, nos informa de cuánto necesitamos aumentar la estatura de nuestras ideas a costa de prolongar nuestras palabras sin necesidad alguna. De modo que, por si algún día la Academia Española se pone a preparar un compendio de archisílabos, con esta última hornada ya le habremos suministrado algunos centenares de ellos. No son muchos, pero le salen gratis.

Se recordará que unos cuantos archisílabos no son tan solo por eso rechazables, pues figuran en el diccionario. Lo preocupante es que con demasiada frecuencia resultan escogidos frente a términos más cortos de igual significado. O sólo parecido, y en tal caso suelen concentrarse en esas palabras que casi siempre nombran la acción cuando el sujeto pretende más bien nombrar su efecto. Es decir, como si importara menos la cosa misma que el proceso de hacerla o de que llegue a ser. Y así se dirá especialización en lugar de "especialidad", experimentación por "experimento", capacitación como "capacidad" o programación en lugar de "programa". Cabe incluir muchas más, tales como exterminación cuando quiere decirse "exterminio", vinculación para "vínculo", tal vez teorización por "teoría", derivación por "deriva", sustentación por "sustento", expoliación por "expolio" y otras del mismo corte. Hoy se leen más comunicaciones que "comunicados", se nos pide la numeración de la cuenta bancaria antes que su "número" y nos pasamos los días en tramitaciones que vienen a ser "trámites".

Pero la muestra mayor de este estirado palabreo se compone propiamente de neologismos, aunque de neologismos sobrantes. Y ya que hablamos de los acabados en -ción, empecemos por indagar los archisílabos provistos de tal desinencia. Dejemos a un lado esos que rondan en el mercado verbal, pero que por fortuna aún no han sido acogidos por el hablante común. Me refiero a novedades como desjudicialización, calendarización, inferiorización, desambiguación, bancarización, securización o titulización (de créditos), cuyos hondos sentidos dejo adivinar a los lectores. A diferencia de tales engendros, muchos ya han admitido sin embargo la presencialización del pasado, en vez de su sencilla "presencia", la conceptualización que tiene por mejor nombre"conceptuación", la regularización que nada añade a "regulación" salvo dos sílabas o -añadiendo una sola- la periodificación equivalente a "periodización" y la desertificación que sólo es una "desertización". Y hay personas que tienen la constatación, no la "constancia", de que los hechos fueron como los cuenta.

Más extraño se antoja, según resalté en anteriores entregas de esta serie, la irresistible tendencia de los hablantes a la abstracción. Como si fuera un signo de diferencia que nos elevara a nuestros ojos, a menudo designamos las cosas con la palabra que menta sólo la cualidad abstracta de la cosa. De manera que una carretera no se distingue por sus "accidentes" sino por su accidentalidad, al volante del coche no hay que mantener la "dirección" sino su direccionalidad y el teléfono móvil nos ofrece -más que "funciones"- múltiples funcionalidades. Ha de saberse así que canciones de bella "armonía" deslumbran más bien por su armoniosidad, igual que ser cristiano ya no es una "confesión" sino una confesionalidad y los hombres "célebres" han pasado a ser celebridades. Conozco revistas que publican exclusividades y no tanto "exclusivas", así como comercios que no venden una marca "en exclusiva" sino en exclusividad. ¿Por qué la llaman prueba de selectividad, cuando sería más propio llamarla de "selección"? Seguramente por lo mismo que la complementariedad suena más solemne que el "complemento" y el "pasmo" aumenta sin duda de grado en cuanto roza la pasmosidad.

La archisilabización -si me permiten el trabalenguas- no hace ascos a nada y puede afectar a cualquier parte de la oración. A los sustantivos ya recogidos podríamos añadir renovados hallazgos, como el de ver anunciada una aparatología que designa un conjunto de "aparatos" (de ortodoncia, por más señas) o transformada la "lista" en listado. ¿No les parece encantador que, en paralelo al visionado del partido de fútbol, hayamos descubierto que el ángulo de visionado es el mismo que el ángulo de "visión"?

Los adjetivos ofrecen mucho juego al estiramiento lingüístico. Ahí está el preferencial (léase cia-al) frente al "preferente", el resistencial frente al "resistente" y hasta los mecanismos lesionales respecto de los "lesivos". Si antes acudíamos a médicos "generales", ahora visitamos a médicos generalistas, de igual modo que el candidato "oficial" hoy suele llamarse oficialista. En cuanto dispone de una forma breve y otra más larga, aun siendo ambas válidas, el hablante se inclina por lo general hacia la más extensa. Prefiere derivativa a "derivada", reiterativo a "reiterado", inoperativo a "inoperante" y despreciativo a "despectivo"; imaginen el placer de pronunciar una dinámica confrontativa, en lugar de un "proceso conflictivo". Y ello por idéntico mecanismo por el que prefiere capacitado a "capaz", continuado a "continuo", desesperanzado a "desesperado" y profesionalizada o internacionalizada a "profesional" o "internacional". La atención "individual" será mucho más atenta si es una atención personalizada, no me lo negarán, y el documento adjunto llega a su destino mejor anexado que simplemente "anexo". Habría que calificar algo de "vehículo" u "obstáculo", pero ¿cómo sustraerse al encanto del vehiculizador y del obstaculizador?

Si el lector no está aún del todo aburrido (o abrumado), me acompañará a hacer un recorrido final por nuevos archisílabos cuyos protagonistas son verbos. Fíjese entonces que hay sucesos que centralizan, y no "centran", la atención popular (es decir, que ésta los focaliza y no los "enfoca"); que a menudo nos solicitan cumplimentar un impreso o un cuestionario que bastaría "rellenar" o "responder"; que se habla de subalternizar, como si desconociéramos "subordinar" o "subalternar". Elija el legitimizar a fin de sustituir con más empaque el pobre "legitimar" o ese precioso objetualizar que suplanta al "objetivar". Repare ese lector en que hay gentes que se residencializan, mientras otras tan sólo "residen" en algún lugar, o se prestan a minimalizar lo que bien podrían "minimizar". Apresúrese a hacer su oído al descontextualizar tanto como al desmotivar, para así ahorrarse el esfuerzo de reponer los viejos verbos que aquéllos han desplazado. No le importe ser incapaz de "redirigir" todo este fenómeno, si al fin y al cabo puede redireccionarlo en su provecho. Y, si no, tómeselo al menos con indiferencia: no "indiferentemente", por Dios, sino indiferenciadamente.

Uno ya aceptaba aquí mismo que una lengua, al fin producto histórico y cosa viva, por fuerza tiene que evolucionar y cambiar. Pero añadía que no está mandado transformarla sólo a golpes de ignorancia, pedantería, pereza o memez de sus usuarios. Quince años después, y con muchos más archisílabos a cuestas, aún toca decir lo mismo.

Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía Moral de la Universidad del País Vasco.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *