¿Arde la SGAE?

No, todavía no. Pero arderá si los autores no lo impedimos. Los hechos, confusos y contradictorios, se suceden a velocidad vertiginosa, lo que contrasta con la bucólica placidez con la que el señor Bautista y sus colegas han pastoreado el tranquilo rebaño durante más de 20 años. Es verdad que de vez en cuando se ha escuchado algún balido quejumbroso, pero casi siempre se han arreglado las cosas por las buenas y todo ha seguido en calma bajo un cielo pastelero de nubes blancas y algodonosas. Y de pronto, quizá como reflejo de la indignación creciente entre los ciudadanos desengañados, escarnecidos y saqueados por la casta política que parasita nuestra democracia al servicio de la todopoderosa banca, la gente se pone a gritar, a insultar, incluso a agredir a los desdichados que caen de la carroza fugitiva al duro polvo del camino donde son pateados mediática y domésticamente con singular ahínco por la multitud. En medio de este barullo, ¿no habrá llegado la hora de pensar?

Nos jugamos mucho. Nos jugamos el esfuerzo de miles de autores que han luchado por sus derechos (tan legítimos como los de cualquier otro vecino) a lo largo de muchos años, que incluyen los oprobiosos lustros de cuyo nombre no quiero acordarme. Nos jugamos también nuestra honorabilidad profesional, hoy en entredicho porque la opinión pública y sus gestores identifican constantemente al dramaturgo, al músico, al cineasta, al coreógrafo, con la actuación de una sociedad pública, la SGAE, de la que, en muchos casos, hemos sido víctimas y que, en puridad democrática, no nos ha representado porque la masa social ha sido excluida sistemáticamente de las decisiones y ni siquiera se le permite votar en las elecciones.

Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la SGAE. Pero no a costa de destruirla, como sus enemigos quisieran. Necesitamos una entidad de gestión que nos represente, pero esa entidad debe ser nuestra, y nunca más de un grupo oligárquico que al amparo de una supuesta ideología progresista ha hecho y desecho a su gusto sin contar con los socios. Por eso el llamamiento que circula en los últimos días reclama insistentemente la unidad. Y aunque no somos nadie para imponer nuestro criterio, ni lo pretendemos, hemos dejado bien clara nuestra opinión: defender la SGAE, exigir responsabilidades políticas y penales a los corruptos y proceder a una reforma radical de los estatutos y del reglamento electoral, contemplando el fin del régimen de voto censatario (¡Ya no estamos en el siglo XIX!), abriendo las listas electorales y limitando los mandatos de nuestros representantes (que nos representan a nosotros y no a la entidad). Y por ello nuestro principal objetivo en estos momentos es claro: convocar una Asamblea Extraordinaria en la que los socios podamos debatir estas cuestiones.

¿Lo conseguiremos? Todo el mundo parece estar de acuerdo, pero quiero señalar algunos obstáculos que pueden ser desastrosos. El primero, la situación de descomposición de la Junta entrante. Algunos de sus miembros han querido firmar nuestro llamamiento y dimitir públicamente de sus cargos. Se lo hemos desaconsejado: deben asumir sus responsabilidades con generosidad y evitar que con su huida los acólitos del señor Bautista, los que parece que tienen mucho miedo a que la gestión se transparente, cierren filas y empujen a la masa social a actuaciones desesperadas. Claro que el señor Bautista está cada vez más solo y sus últimos días en el búnker están siendo patéticos y desoladores, viendo como sus aliados de ayer le vuelven la espalda. En su delirio sigue creyendo, como Hitler, que todavía puede ganar la guerra y resistir hasta que sus amigos de la vieja guardia psoelista tomen el poder. Y de momento ha conseguido algunas cosas importantes, la principal, retrasar la intervención judicial y la requisa de papeles y ordenadores hasta después de las elecciones. Hasta el día después, para ser exactos. ¿Qué hubiera ocurrido si la Guardia Civil se hubiera presentado unos días antes, como parece ser que estaba previsto? Pues que ahora no estaríamos suplicando a unos señores que, lo queramos o no, han sido elegidos legalmente.

Pero el escenario del déspota pataleando en el búnker no es el peor posible. ¿Qué pasaría si, como pretenden algunos miembros del Colegio de Editores, en la junta del próximo martes, se defenestra, por las malas, o se le invita a ausentarse (con un suculento contrato blindado que clama al cielo) por las buenas al desdichado, para sustituirle por «un candidato neutral, con experiencia de gestión, que conozca bien los problemas de la sociedad»? Es decir, que tengamos más de lo mismo. Que ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Y que tratarán de parchear los agujeros y sacar de la ruina a la Sociedad porque como consecuencia de la burbuja inmobiliaria (qué mala es esa burbuja) parece que la SGAE ha crecido desproporcionadamente adquiriendo un enorme patrimonio inmobiliario que hoy grava catastróficamente nuestra economía. Otros, en cambio, prefieren decir que la gestión ha sido irreprochable y que la culpa de la ruina que amenaza viene del saqueo de fondos que sistemáticamente se ha hecho durante años por una camarilla de sinvergüenzas. O a lo peor ha sido la confluencia de las dos torrenteras la que se ha llevado por delante nuestra plácida campiña en la que hasta ayer pastábamos tan tranquilos.

Porque esa es otra, los autores no hemos sabido estar a la altura de las circunstancias. Era un secreto a voces que alguien se lo estaba llevando, y en la intimidad, como parece que les gusta hacer a los españoles, son muchos los que han jurado en arameo, pero a la hora de salir a la calle se callan prudentemente. Lo hemos comprobado con nuestro llamamiento: la gente de cine y de teatro ha respondido masivamente. ¿Y los músicos? Pues los músicos guardan silencio. El señor.» Bautista ha reinado con su asenso. Cuando ha sido necesario ha repartido prebendas y prebendillas entre sus filas: que si la presentación de tu disco, que si te llevamos a un festival, que si organizamos una rueda de prensa... Y como los músicos son absolutamente mayoritarios en nuestra sociedad, no podemos felicitarnos del todo por el éxito de la convocatoria: apenas Antonio Carmona, Cristina del Valle, Pelayo Morlango, Alejandro Sanz, Patricia Kraus, Rosa Leóny una veintena de compañeros más se han atrevido a firmar. Y lo más trágico: algunos de los que dijeron en las primeras horas que firmaban, se han echado atrás, después de recibir la visita de los capos mafiosos frunciendo la ceja. No me resisto a reproducir aquí las palabras de un relevante músico, de gran talento, que se comprometió a firmar y luego nos envía un email diciendo: «Lo estáis haciendo muy bien. Pero es normal que todo el mundo ande aún con pies de plomo». ¡Aún! O sea que este valiente está esperando a ver caer al moro muerto para darle sus buenas lanzadas. Pero ojo, el señor Bautista no es un moro muerto, es un Campeador, y como el glorioso Cid puede seguir ganando batallas con su cadáver atado a la poltrona.

No podemos permitir que la Junta saliente, salpicada por la corrupción, sea quien decida sobre estas cuestiones trascendentales y por eso los firmantes del llamamiento les pedimos -y se lo pedimos también a los integrantes de ambas candidaturas- que lleguen a un acuerdo para crear, por consenso y no a dedo, una Gestora Unitaria que convoque una Asamblea General y unas nuevas elecciones. Nos jugamos mucho.

Fermín Cabal, dramaturgo.

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