Argel 11-D: violencia en un contexto social explosivo

Después de unos meses de aparente calma, los dos atentados perpetrados el martes en Argel por Al-Qaida en el Magreb islámico vuelven a mostrar la fragilidad y vulnerabilidad de un país que hasta hace poco parecía estar bajo el control absoluto de los generales y de la poderosa seguridad militar. No deja de ser sorprendente que fuera precisamente en las zonas más vigiladas donde se produjeron los dos atentados: el barrio residencial Hydra, donde se encuentran las sedes de numerosas representaciones diplomáticas (como la de las agencias de Naciones Unidas, blanco principal del atentado) y el barrio de Ben Aknoun, donde se hallan el Tribunal Supremo y el Consejo Constitucional.

Una vez más, el pueblo argelino ha sido la principal víctima de la violencia terrorista, aunque el blanco simbólico de sendos atentados fueran las instituciones del Estado y las Naciones Unidas (en los últimos comunicados de Al-Qaida, la ONU aparece como un objetivo directo al ser considerada como un instrumento al servicio de los intereses judíos en la región).

El último año ha sido particularmente sangriento para Argelia. El pasado 11 de abril, otros dos atentados con coche bomba en la capital se cobraron 30 muertos y más de 200 heridos. El 6 de septiembre, un atentado suicida contra el séquito del presidente argelino en Batna provocaba la muerte de otras 22 personas y causaba heridas a más de 100. El último atentado con impacto mediático tuvo lugar también en septiembre (el día 8) y el objetivo fue esta vez un cuartel de la Marina en Dellys (32 muertos y 45 heridos).

En el comunicado con el que Al-Qaida en el Magreb islámico reivindica los atentados, se expresan claramente los objetivos: «Defender la nación del Islam y humillar a los cruzados y a sus agentes; los esclavos de Estados Unidos y los hijos de Francia».

El discurso del grupo terrorista para movilizar a nuevos reclutas no puede ser más sencillo y más eficaz en el contexto económico, social y político de Argelia. Diez años después de producirse las peores masacres de civiles en las llanuras de la Mitidja (en el contexto de la guerra civil que enfrentó a los grupos armados islamistas con los generales golpistas), la violencia ha ido adquiriendo nuevas formas.

En el proceso de reconciliación nacional llevado a cabo desde la presidencia a partir de 1999, quizás no se ha prestado suficiente atención a los estragos que haya podido tener esta violencia extrema sobre una generación que sólo ha vivido violencia, penurias económicas y la absoluta falta de expectativas de mejora en su situación.

Entre los reclutas de los grupos terroristas argelinos se encuentran muchos adolescentes (en septiembre fueron condenados trece menores a tres años de cárcel por haber mantenido contactos con la organización terrorista). Y es que la situación de la infancia en Argelia es particularmente preocupante. Según datos de la Fundación nacional para la promoción de la salud y el desarrollo de la investigación (Forem), un millón de niños de menos de 16 años trabajan (entre ellos, 300.000 no acuden a la escuela) y cerca de 600.000 sufren malnutrición.

Desde el final de la guerra civil argelina y el proceso de reconciliación nacional iniciado por el presidente Buteflika en 1999, no ha habido mejoras sustanciales de las condiciones de vida de los argelinos, aunque sí han aumentado de forma sustanciosa las rentas generadas por el sector de los hidrocarburos. Gracias al incremento del precio de éstos y un aumento de la producción de gas, la balanza comercial de Argelia registra un importante superávit y las reservas de divisas del país alcanzan ya más de 70.000 millones de dólares.

El aumento de la renta ha permitido al Estado argelino reducir su deuda externa (que ha pasado de 25.900 millones de dólares en el año 2000 a 6.400 millones en la actualidad) y financiar proyectos de gran envergadura para mejorar las infraestructuras. El gasto militar también ha aumentado de forma considerable y en 2006 ya era del 2,63% del PIB.

Los beneficios sociales de tales estrategias han sido escasos, pues en Argelia sigue habiendo una alta tasa de desempleo. En muchas localidades la falta de servicios básicos (agua, carreteras, etcétera) sigue produciendo revueltas espontáneas, como las que tuvieron lugar en noviembre en la ciudad de Uargla.

Otro indicador del grado de desafección profundo del pueblo argelino respecto a la clase dirigente, que sigue beneficiándose egoístamente del patrimonio del Estado, es el nivel de abstención que ha caracterizado las últimas consultas electorales. En los comicios locales y provinciales de noviembre pasado, la tasa de participación fue del 44,09% en las elecciones a las asambleas populares comunales (APC) y del 43,45% en las elecciones de las asambleas populares de Wilaya.

Finalmente, el contexto ideológico también es propicio para fomentar las derivas fanáticas del discurso de los terroristas. Las declaraciones corrosivas sobre el giro dado por la diplomacia francesa y la posición proisraelí por parte de miembros del Gobierno argelino a escasos días de la visita del presidente francés a Argelia, el pasado 5 de diciembre, es un ejemplo del tipo de discurso maniqueo que sigue prevaleciendo en la cúpula dirigente del país.

Laurence Thieux