Argumentos económicos para un mundo mejor

En estos momentos, en la ONU se está negociando uno de los documentos potencialmente más poderosos del mundo. Puede suponer más de 2,5 billones de dólares en ayuda para el desarrollo, para intentar sacar a cientos de millones de personas de la pobreza y el hambre, reducir la violencia y mejorar la educación. En esencia, hacer del mundo un lugar mejor. Pero para ello, mucho depende de que esto se haga bien.

En realidad, ya hemos estado aquí antes. En septiembre del año 2000, un centenar de jefes de Estado y 47 jefes de Gobierno sentaron las bases para los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Estos objetivos eran únicos porque eran cortos, específicos y con metas muy simples, con las cuales todo el mundo podía sentirse identificado, y porque, además, tenían un plazo claro: 2015. En resumen, los líderes mundiales hicieron promesas reales y verificables. Y aunque no alcanzamos todas las metas, nos ayudaron a impulsarnos hacia un lugar mucho, mucho mejor.

Por ejemplo, el mundo se comprometió a reducir a la mitad la proporción de personas que sufren hambre desde 1990, y el progreso ha sido notable. En 1990, casi el 24% de los habitantes de países en desarrollo pasaba hambre. En 2012, sólo el 14,5%, y si las tendencias actuales continúan, el dato bajará al 12,2% en 2015, rozando el objetivo de reducción a la mitad del 11,9%.

Argumentos económicos para un mundo mejorDel mismo modo, nos comprometimos a reducir a la mitad la proporción de pobres. En 1990, el 43% del mundo en desarrollo vivía con menos de un dólar al día. En 2010, la proporción ya había sido reducida a la mitad, el 20,6%. Y se se mantiene el ritmo, caerá por debajo del 15% en 2015, mostrando un progreso espectacular.

Sin embargo, considerando que los ODM terminan el año que viene, tenemos que preguntarnos qué sigue a continuación. La ONU ha iniciado un proceso integrador desde la cumbre de Río 2012 para definir los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2015-2030. Así, durante el próximo año, los países, las misiones, las organizaciones de la ONU y organizaciones no gubernamentales participarán en una compleja negociación para determinar -y es de esperar que para sintetizar gradualmente- el próximo conjunto de metas.

Teniendo en cuenta que estas metas podrían acabar determinando el destino de una gran parte de la ayuda al desarrollo de los 2,5 billones de dólares del período, no es de extrañar que todos quieran que su tema favorito quede garantizado. En este momento, hay más de 1.400 objetivos propuestos. Tener 1.400 prioridades es como no tener ninguna en absoluto.

Podemos hacerlo mejor. Y es por eso que mi grupo de expertos, el Copenhagen Consensus, se ha involucrado en un proyecto para determinar qué metas pueden lograr el mayor beneficio, el mayor bien, por cada dólar gastado. 57 equipos de economistas de primer orden internacional estimarán los costos y beneficios de una cincuentena de objetivos, teniendo en cuenta no sólo los beneficios económicos, sino también los referidos a la salud, sociales y ambientales.

Organismos de la ONU, organizaciones no gubernamentales y empresas aportarán comentarios sobre los hallazgos. Y tres premios Nobel evaluarán la evidencia económica para clasificar todas las metas de mejor a peor.

Imagine tomar el documento de la ONU y superponerlo gráficamente a datos económicos. Resaltar los mejores objetivos con verde, las metas que costarán poco, pero que beneficiarán más de 15 veces tanto en lo económico, como en lo social y ambiental. Colorear las metas justas en amarillo, las que aportan más beneficio que lo que cuestan. Y colorear con rojo las metas pobres, que costarían más que el beneficio que proporcionan al mundo. Con el respaldo de miles de páginas de investigación económica con revisión entre y por pares, esas señales tan simples podrían ayudar crucialmente a los atareados tomadores de decisiones del mundo a concentrarse en escoger los objetivos más efectivos.

Y eso es exactamente lo que hemos hecho con el documento actual de la ONU de 212 objetivos. Aunque a veces intuitivo, el documento es revelador en el contexto amable de la ONU, señalando que no todas las metas son igualmente buenas. Reducir la malaria y la tuberculosis es un objetivo fenomenal, preliminarmente pintado de verde. Sus costos son pequeños porque las soluciones son simples, baratas y bien documentadas. Sus beneficios son grandes, no sólo porque evitan la muerte y la enfermedad prolongada y angustiosa, sino porque también mejoran la productividad social e inician un círculo virtuoso.

La eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles en los países del tercer mundo es otra luz verde preliminar. Aquí la gasolina se vende a veces por unos pocos centavos por litro, sobre todo en beneficio de los grupos de medianos y altos ingresos que tienen automóviles. Reducir los subsidios sería dejar de malgastar recursos, enviar señales de precios adecuados, y reducir la presión sobre los presupuestos de los gobiernos, además de reducir las emisiones de CO2.

Por otro lado, la erradicación del VIH es un objetivo a la vez difícil y mucho menos efectivo debido a los costos más altos y al tratamiento de por vida, por eso sólo es de color amarillo.

Duplicar la cuota de las energías renovables para el año 2030 suena bien, pero resulta ser un rojo brillante. Es una manera costosa de reducir sólo un poco de CO2, y no aborda el problema de la contaminación del aire interior por las cocinas y los calentadores. En su lugar, debemos centrarnos en conseguir más energía para los pobres, que es un método probado para aumentar el crecimiento y reducir la pobreza.

Pintar objetivos en rojo en todo el documento fue incómodo para los promotores de estas metas, pero también una verdadera revelación. Como dijo el embajador de EEUU ante la ONU: «La verdad es que no me gusta que pongan uno de mis objetivos favoritos en rojo, pero todos realmente necesitamos escuchar evidencias económicas que nos desafían». Colocar otros objetivos en verde fue, obviamente, bienvenido y rápidamente se convirtió en un argumento para mantenerlos o reforzarlos.

Por supuesto, la economía no es la única medida que determina qué debería escoger la sociedad global como sus prioridades para los próximos 15 años, al igual que los precios y tamaños en un menú no determinan lo que usted debe elegir. Pero es una parte importante de la información. La documentación sobre los costos y beneficios para las principales metas de la ONU proporcionará viento de proa para los objetivos pobres y viento de cola para los objetivos inteligentes.

Mientras la política, obviamente, aún determinará una gran parte del resultado final, si los argumentos económicos sólidos pueden ayudar a intercambiar unos pocos objetivos pobres por unos pocos fenomenales, impulsar el aprovechamiento de una parte significativa de 2,5 billones de dólares en ayuda para el desarrollo puede convertirse en lo mejor que cualquiera de nosotros consiga hacer esta década.

Bjørn Lomborg es presidente del Copenhagen Consensus Center.

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