Ariel Ruiz Urquiola, un hombre libre en una sociedad presa

Una mujer camina frente a un mural con la figura de Fidel Castro en La Habana, el 1 de Julio. (Yander Zamora/EPA-EFE)
Una mujer camina frente a un mural con la figura de Fidel Castro en La Habana, el 1 de Julio. (Yander Zamora/EPA-EFE)

El pasado 3 de julio, a sus 43 años, Ariel Ruiz Urquiola lucía desgarbado, casi esquelético. Lleva el hueso pegado a la piel, como cualquiera que haya emprendido una carrera hacia la muerte. Pesa 65 kilogramos, antes pesaba 80. Es Doctor en Ciencias Biológicas, ecologista consumado, y acaba de interrumpir una huelga de hambre de diecisiete largos y peleados días.

El 8 de mayo Urquiola había sido sentenciado en un juicio sumario a un año de privación de libertad por un supuesto delito de desacato, y protestó y defendió su inocencia negándose a comer y a beber. Amnistía Internacional lo declaró preso de conciencia, la ola de solidaridad fuera de Cuba comenzó a crecer, y una comisión médica subordinada al Ministerio del Interior decidió liberarlo bajo una licencia extrapenal luego de diagnosticarle “un síndrome afectivo ansioso depresivo”.

Hasta entonces, Urquiola permanecía ingresado en la cama 26 de la sala K del hospital Abel Santamaría en la ciudad de Pinar del Río, al occidente del país. Para visitarlo, su hermana Omara Ruiz Urquiola –45 años, profesora del Instituto Superior de Diseño de La Habana– tenía que recorrer un pasillo estrecho custodiada por militares y atravesar varias puertas y rejas carcelarias. Si no la dejaban entrar a la sala, como también sucedió, entonces se comunicaba a los gritos con su hermano.

Hay una foto de una de las visitas en la que Omara –sandalias de cuero, blusa blanca, pañuelo rojo en la cabeza, un bolso azul a su lado– está sentada en el suelo del hospital bajo unas ventanas semiabiertas, las manos cruzadas sobre las piernas. Parece completamente desamparada, y lo está, pero no hay en su rostro expresión alguna de derrota.

La letra de la sala donde permanecía Urquiola, la letra K, no es un signo casual. Es la inicial emblemática de un mundo kafkiano, el relato absurdo de un poder burocrático y totalitario poblado de funcionarios impersonales y siniestros que te culpan y te condenan sin que tú sepas exactamente por qué.

Urquiola nunca se reunió con su abogado hasta el día de la audiencia, y el fiscal de Viñales encargado del caso, Julio César Catalá, evadió pruebas legales y organizó un expediente sesgado en el que calificaba a Urquiola de contrarrevolucionario, es decir, de paria político. El 2 de mayo dos guardabosques habían entrado a la finca de Urquiola en la Sierra del Infierno en Pinar del Río y en medio de una discusión verbal Urquiola los llamó guardia rural. Así era conocido el cuerpo del orden de los campos cubanos anterior a la Revolución de 1959, acusado de múltiples abusos y desalojos.

Los hechos venían demostrando que, en efecto, el grupo de Guardabosques de la Sierra del Infierno podía comportarse como una guardia rural de nuevo tipo. En 2015 Urquiola había comprado una casa en la zona y había pedido al Estado unas tierras en usufructo para sembrar frutales y café, pero luego comenzó en su finca un proyecto más ambicioso de repoblación forestal y preservación de especies autóctonas del lugar.

Urquiola representó entonces un problema para las autoridades de la Sierra del Infierno, quienes aún cazan jutías con trampas ilegales y crían cerdos asilvestrados que destruyen los cultivos y contaminan el agua potable. Sus vacas amanecen muertas, le roban sus frutas, los campesinos amenazan a su hermana y el gobierno no incluye su finca dentro del proyecto de electrificación de la zona.

El estado general de cosas le tiende un complot. Es la conspiración inevitable que sufre un hombre libre en una sociedad presa. Urquiola ha acumulado muchas escaramuzas y encontronazos con la máquina trituradora del Estado cubano, pero su momento de mayor conflicto llegó en 2008, cuando reveló en un simposio internacional los resultados de su tesis de doctorado y desmintió a un funcionario del Ministerio de la Pesca, demostrando que el gobierno de La Habana cazaba tortugas en peligro de extinción.

Al comienzo de su tesis de doctorado, puede leerse una suerte de cita que define con exactitud quién es Urquiola: “La diversidad genética significa para las poblaciones silvestres lo mismo que la Libertad para el Homo sapiens. Un H. sapiens sin pensamiento es víctima de las circunstancias y con pensamiento lo es de sí mismo, es más libre”.

El 17 de junio, justo cuando Urquiola comenzaba su huelga de hambre, los periódicos del gobierno le dedicaban artículos al tiroteo que dejó 16 heridos en un festival nocturno de Trenton, New Jersey. La pelea de Urquiola es una pelea solitaria porque la política de Estado en Cuba reclama justicia para los conflictos que ocurren lejos de su territorio y sus intereses nacionales, mientras reprime con mano dura en su jurisdicción. “Amar a la humanidad es fácil, lo difícil es amar al prójimo”, escribió alguna vez el cuentista peruano Julio Ramón Ribeyro.

En cuanto fue puesto en libertad, Urquiola declaró tener todos los parámetros fisiológicos normales, a pesar de tantos días de huelga. No hay rastro de depresión en él, contrario a lo que indica el diagnóstico médico. “Me siento cerca de mi cuerpo, después de haberme sentido lejos y de haber llegado incluso a despreciarlo en algún momento de mi huelga, cuando ya no respondía como yo quisiera que hubiese respondido”, ha dicho.

Urquiola sabe, sin embargo, que el asunto difícilmente haya concluido. De hecho, en cuanto fue puesto en libertad, Oscar Casanella, un amigo suyo que lo acompañó durante estos dos meses, recibió una citación de la Seguridad del Estado de La Habana para que se presentara cuanto antes a la policía.

Cada semana hay detenciones, interrogatorios y amenazas contra periodistas de medios no estatales y opositores pacíficos. El médico Eduardo Cardet, líder del Movimiento Católico de Liberación, declarado preso de conciencia por Amnistía Internacional, fue condenado a tres años de cárcel también por “desacato”, sin derecho a libertad condicional. Actualmente no puede recibir visitas y sus llamadas son restringidas. La maquinaria kafkiana no descansa nunca.

Carlos Manuel Álvarez es periodista y escritor cubano. En 2017 publicó “La tribu”, un conjunto de crónicas sobre la Cuba contemporánea.

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