Ariel Sharon

Los periódicos y los medios de comunicación de Israel –y en parte también los de fuera de Israel– han estado ahora ocupados en presentar perfiles sobre Ariel Sharon, la mayoría con elogios a su compleja personalidad, con mención a su engañosa trayectoria política y militar y hablando de su imagen pintoresca, dotada de elementos casi míticos. Como llevaba ochos años en coma y su muerte era ya previsible, todo el mundo ha tenido tiempo suficiente para prepararse para el día de su fallecimiento y buscar en los archivos documentos y anécdotas sobre su vida privada.

Desde que Ben Gurion dejó la presidencia, no ha habido ningún otro líder israelí con una presencia tan fuerte y tan llena de contradicciones como Ariel Sharon. Su trayectoria ha estado plagada de altibajos hasta el punto de poder convertirlo en el protagonista de una película casi de Hollywood. De persona anatemizada tras la lamentable derrota en la primera guerra del Líbano en 1982 –promovida y dirigida por él, ya que era entonces ministro de Defensa– pasó a ser elegido primer ministro en el 2001, creó un nuevo partido, desmanteló los asentamientos de colonos judíos de la franja de Gaza y retiró de allí al ejército y, por último, un derrame cerebral lo dejó en coma.

Yo siempre me he considerado en las antípodas de Sharon desde el punto de vista político e ideológico y nunca me ha seducido su personalidad; quizá, por tanto, no sea yo el mejor para hacer un resumen objetivo de su acción política, pero ahora que los medios de comunicación israelíes están inmersos en una vorágine sentimental en torno a su figura, tal vez convenga que yo dé también mi opinión acerca de Ariel Sharon.

Su mejor y más destacada virtud se manifestaba en el ámbito militar, en especial, como comandante. En el campo de batalla demostró habilidad, firmeza y sobre todo dotes de mando. No obstante, hay que señalar que a pesar de sus logros militares también ha de cargar con lo sucedido en la campaña del Sinaí en 1956 y en la guerra de Yom Kipur en 1973, donde provocó varias batallas innecesarias que causaron más heridos inútilmente. En la campaña del Sinaí, siendo yo un joven soldado en la brigada de paracaidistas al mando de Sharon, pude ver con mis propios ojos cómo, cuando el alto el fuego era inminente, Sharon enviaba una compañía de paracaidistas a una zona donde murieron 42 paracaidistas en vano. Tras la guerra del Sinaí, el primer ministro Ben Gurion y el comandante en jefe de las fuerzas armadas, Moshe Dayan, pensaron en apartarle del ejército, pero al final se decidió suavizar su castigo y sólo pararon su posibilidad de ascenso determinando que, pese a sus virtudes como militar, nunca podría llegar a comandante en jefe del ejército.

Algo parecido, aunque de mayores dimensiones, volvió a hacer Sharon como ministro de Defensa en el Gobierno de Menahem Begin en la primera guerra del Líbano en 1982. Fue una guerra penosa que no trajo ninguno beneficio, sino sólo la muerte de soldados israelíes, palestinos y libaneses, además de provocar la terrible matanza de civiles palestinos en Sabra y Chatila, junto a la ciudad de Beirut, que si bien fue llevada a cabo por las falanges cristianas se hizo con la pasividad criminal del ejército israelí, que controlaba la zona. El primer ministro Begin, atenazado por la culpa de haber iniciado esa guerra, dimitió de su cargo y, deprimido, se enclaustró en su casa hasta el día de su muerte. En cambio, Sharon, cuya parte de responsabilidad en la matanza fue declarada en una comisión de investigación, fue destituido como ministro de Defensa, pero no mostró sentir culpabilidad alguna por esa desgraciada guerra que él promovió y dirigió.

Ariel Sharon no era un hombre de ideologías y, por eso, no le importaba hacer un día declaraciones nacionalistas radicales y una semana después hablar de que hay que hacer dolorosas concesiones. Él era un tipo de talante agresivo y de pocas reflexiones intelectuales. Con todo, lograba enmendar esas cualidades negativas con un trato cordial, mostrando preocupación por los que tenía a su cargo y con unas excepcionales dotes de mando.

En definitiva, a Ariel Sharon lo considero un líder que ha perjudicado a Israel más que beneficiarlo. Ahora el sector pacifista le otorga cierta legitimidad por la retirada de la franja de Gaza, que gracias a su fuerte liderazgo se hizo sin provocar una guerra civil en Israel, pero eso para mí no le exonera de haber hecho un tremendo daño esparciendo decenas de asentamientos en los territorios palestinos, creando con ello la base para que tal vez de forma irreversible Israel acabe siendo un Estado binacional, lo que supondría una desgracia tanto para Israel como para los palestinos. No me gustan nada esos líderes fuertes y astutos que tras provocar crisis innecesarias consiguen salir de ellas llevándose así las alabanzas por ello. Prefiero y respeto a los líderes que ven de antemano el camino correcto y ético y convencen a su pueblo para que vayan por él.

Sin duda, Ariel Sharon no era de estos.

Abraham B. Yehoshua, escritor israelí, impulsor del movimiento Paz Ahora.

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