Armas químicas: investigar antes de actuar

Por si fuera poco con todo lo que está pasando en Siria, llegan ahora acusaciones no contrastadas por observadores independientes sobre el posible uso de armas químicas (AQ) en los últimos enfrentamientos entre tropas gubernamentales y los rebeldes que agrupa la variopinta Coalición de Fuerzas Opositoras. De ser cierto, su uso no sería una novedad en la región, pues Sadam Husein las utilizó en su guerra contra Irán causando 10.000 muertes y el hospital militar Gómez Ulla de Madrid atendió a varios heridos en aquella ocasión.

Las armas químicas se usaron por vez primera en la guerra de 1914, pero recurrir a ellas ahora, cien años más tarde, cruzaría una línea roja y el presidente Obama acaba de recordarlo durante su visita a Israel. Preocupan sus terribles efectos, su riesgo de difusión por la atmósfera, su carácter indiscriminado, pues afectan por igual a civiles y a combatientes, y el peligro de que puedan caer en manos de terroristas o de los muchos yihadistas que combaten hoy en Siria junto a las fuerzas rebeldes. Aunque la eficacia militar de las AQ no es muy grande, su impacto psicológico multiplicaría el número de refugiados hacia países vecinos, que ya sobrepasa el millón de personas.

Siria no es parte de la Convención sobre AQ que han firmado otros 188 Estados de los 195 que se sientan en la ONU. Este tratado, que prohíbe taxativamente su producción, almacenamiento y uso, va un paso más allá del Protocolo de Ginebra de 1925 (del que Siria es parte), que permite su utilización en caso de ser agredido antes con ellas. Esto es precisamente lo que acaba de decir el ministro de Información de El Asad, al afirmar que tropas gubernamentales han sido atacadas con armas químicas en Khan el Asal, al norte de Alepo, con resultado de una quincena de soldados muertos y de un centenar de civiles heridos. Huele mal a pesar de que el propio ministro ha pedido a la ONU que investigue lo ocurrido. Es lo que ocurre cuando a uno no le queda ya credibilidad y podría interpretarse como que se está preparando el terreno para usarlas. Por su parte, también la oposición afirma haber recibido ella misma un ataque con AQ estos últimos días.

En principio, es el régimen de Damasco y no la oposición quien posee los arsenales de AQ más importantes de la región y ya en diciembre del año pasado fue acusado de haberlas utilizado, aunque no se pudo probar nada. Ahora las acusaciones cruzadas regresan con más fuerza y no hay que descartar que algunas de estas armas hayan pasado a los rebeldes, pues el propio The Washington Post afirmó que un depósito cercano a Alepo había caído en manos del grupo opositor Jabhat al Nusra, próximo al yihadismo internacional, el pasado diciembre. Todo es muy confuso y hay que andar con pies de plomo para conocer la verdad por encima de versiones interesadas.

Por eso es imperativo saber si efectivamente se han usado AQ y, en caso afirmativo, quién lo ha hecho. Puede haber pasado cualquier cosa, como que las haya utilizado un Gobierno acosado y al que la suerte de las armas es adversa en las últimas semanas. Para los que lo afirman, las AQ serían el último recurso de un régimen desesperado ante el avance de los rebeldes. Pero también podría ocurrir que las haya usado la oposición o algún grupo descontrolado de las fuerzas opositoras con intención de acusar al Gobierno y desencadenar una intervención internacional. Incluso podría ocurrir que se tratase de un accidente en el que una bomba hubiera caído por azar en un depósito de almacenamiento liberando algunas sustancias nocivas. Eso, en el supuesto de que se confirmara su uso, lo que no ha ocurrido y que puede dar paso a toda suerte de campañas interesadas de desinformación y de guerra sucia al servicio de los más variados intereses y frente a la cual conviene tomar precauciones.

Tras la experiencia de la guerra de Irak, de la que se cumplen 10 años y que comenzó con la excusa de unas armas de destrucción masiva que luego nunca se encontraron, se impone andar ahora con pies de plomo porque la opinión pública querrá pruebas seguras esta vez antes de respaldar una acción dirigida a su destrucción, que no sería tampoco una tarea fácil dada la cantidad y dispersión de los depósitos donde se almacenan. Es casi seguro que Rusia se opondría a toda resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sin que previamente se hubiera certificado sin ningún género de dudas su utilización por quien quiera que fuese. Y esa constatación tendría que venir, para ser creíble, no de un país o grupo de países, sino de una agencia independiente y respetada por todos como puede ser el Comité Internacional de la Cruz Roja, que ya tiene experiencia en estas lides.

Lo que pasa en Siria produce mucho desasosiego, pues la gente se está matando y sufriendo desde hace un año porque un régimen autoritario está usando a su ejército contra su propia población que pide libertad, aunque la realidad sea algo más complicada, pues oculta una auténtica pugna regional entre suníes y chiíes, agravios contra la minoría alauí dominante, el miedo de los cristianos y judíos que habían encontrado un cierto acomodo con el statu quo, la presencia de elementos yihadistas radicales entre las fuerzas opositoras, tensiones separatistas de los kurdos e interferencias desde otros países de la región. Por otra parte, Siria no es Libia, un país de seis millones de habitantes, con unas Fuerzas Armadas reducidas, con una población concentrada en una estrecha franja costera y muy próximo a Europa. Tampoco es Malí. Siria tiene 20 millones de habitantes, un fuerte sentido de identidad producto de una vieja historia y unas Fuerzas Armadas muy fuertes. Los riesgos de división del país, de un éxodo aún mayor de refugiados y de extensión del conflicto a países vecinos son muy altos como para no sopesar antes bien las consecuencias de una intervención internacional que todavía no se plantea. Lo que sí está sobre la mesa es la posibilidad de armar a los rebeldes que luchan para derribar a la dinastía El Asad y ahí la comunidad internacional está muy dividida, pues Rusia se opone, Estados Unidos lo considera prematuro ante el temor de que estas armas acaben en manos de grupos próximos a Al Qaeda, franceses y británicos creen que ha llegado el momento de hacerlo, parece que cataríes y saudíes ya lo están haciendo, y alemanes y otros europeos mantienen sus reticencias. El Consejo de Seguridad de la ONU poco puede hacer ante tanto desacuerdo.

Pero las cosas podrían cambiar si se determina que el régimen sirio está usando armas químicas contra su población o que las han usado los rebeldes, siempre que no hubiera dudas y lo certificara alguien que ofreciera todas las garantías. Tan grave sería que en un caso se exagerara su uso como que se silenciara en otro. El sufrimiento de los sirios no puede sernos indiferente, pero hay muchos intereses en juego como para no ir con pies de plomo en este asunto. Sobre todo a la vista de los antecedentes. Conviene no olvidar que Orwell decía que el lenguaje político está diseñado para hacer verdadera la mentira y respetable el asesinato.

Jorge Dezcallar es embajador de España.

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