Arnaldo recibe embajadas

Por Carlos Martínez Gorriarán, profesor de Filosofía. Universidad del País Vasco (ABC, 07/06/06):

ES evidente que la rueda de la fortuna no para de girar, aunque algunos se sientan, y muy justificadamente, siempre abajo. Por ejemplo, las víctimas del terrorismo y las miles de personas perseguidas, agredidas todos estos años en el País Vasco y Navarra, o directamente desterradas, y que ni siquiera han obtenido todavía el reconocimiento de su durísima condición victimizada cuando ya comienza a señalárseles en bastantes casos como «enemigos de la paz».

No es este el caso de Arnaldo Otegi, nuevo profeta de la pacificación. Hombre de moda, todo el mundo quiere sacarse la foto con Arnaldo, desde Patxi López a Gerry Adams, que ayer viajaba desde el Ulster a Bilbao para rendir homenaje y prestar un poco de impulso supletorio al «interlocutor necesario» número uno (al menos sobre el escenario y bajo los flash, porque da bien en las fotos).

Arnaldo ya no recibe visitas, que eso es cosa de los presos, lo que recibe son embajadas con diversas propuestas de alianza. Cabe preguntarse cuál ha sido la misión de Gerry Adams. La primera impresión, claro está, es que se trataba de actualizar la foto del paralelismo entre los procesos de paz norirlandés y la confusión vasca. El redentorista Alec Reid se dedicó a esa misión con gran éxito de medios no hace mucho, pero sospecho que lo de Gerry Adams es otra cosa. Si las cosas siguen el derrotero que al menos ayer por la tarde prefería seguir el gobierno, es muy posible que, desde el punto de vista terrorista y del nacionalismo radical, la confusión vasca sea mucho más rentable que un proceso de paz como el más bien empantanado en el Ulster.

Olvidémonos por ahora de las similitudes superficiales que siempre subrayan los pacifistas de salón y meditemos en las diferencias. Se ha sostenido justamente contra viento y marea que la principal diferencia entre el caso vasco y el norirlandés es que en el Ulster padecían un violento conflicto intercomunitario caracterizado por la existencia de dos bandos violentos con sus propios grupos terroristas, aunque el IRA y sus escisiones fueran sin duda los más eficientes en el negocio de matar -y en buena parte lo siguen siendo en la versión mafiosa. En el País Vasco y Navarra el terrorismo ha sido sin embargo un monopolio de ETA, porque las réplicas terroristas organizadas contra la banda, de la nefasta «triple A» al abyecto GAL, nunca surgieron del interior de la otra comunidad, al estilo de la UVF. Además, el conflicto norirlandés tenía al menos la justificación histórica de surgir de un sistema de discriminación organizado por los lealistas protestantes contra los nacionalistas católicos, privados de importantes derechos políticos. Por todas estas razones, y a pesar de las actividades inequívocamente terroristas del IRA y sus rivales, hay consenso en que para el Ulster se podía y puede hablar con propiedad de un proceso de paz que debe cerrar una guerra civil larvada.

Ahora bien, para iniciar el proceso de paz, el IRA y su rama política, el Sinn Fein, han debido atravesar diversas horcas caudinas: un desarme unilateral supervisado por observadores externos, y una declaración definitiva e irreversible de alto el fuego. A cambio, sus presos han obtenido indultos -en muchos casos muy contestados por las víctimas- y, tras el acuerdo de Viernes Santo de 1998, Londres aceptó devolver al Ulster las modestas instituciones autonómicas suspendidas en 1972. Como es sabido, el compromiso es que esas instituciones funcionen en un régimen consociativo, es decir, deben ser compartidas por representantes unionistas y republicanos. La dificultad de esa convivencia y las marrullerías delictivas de un IRA que pese a todo se resiste a desaparecer y organiza atracos, espía a políticos rivales o mata a golpes a los disidentes de su comunidad, han llevado a Londres a suspender tres veces el funcionamiento de las instituciones norirlandesas. Si el 24 de noviembre los partidos políticos del Ulster no se ponen de acuerdo para compartir el gobierno autónomo, sus diputados se quedarán sin trabajo y sin sueldo porque los gobiernos de Londres y Dublín aplicarán a su manera los acuerdos del Viernes Santo.

Todo esto es conocido de sobra en España, donde sin embargo se pretende copiar un proceso de paz muy peculiar. Pero con la contradicción de que prácticamente nadie exige ya en la izquierda, fuera de los independientes despachados como «enemigos de la paz», que ETA imite al IRA y entregue las armas definitivamente como condición previa a cualquier otra cosa. Tampoco se aconseja al Gobierno que sea intransigente en el estricto cumplimiento del desarme, a imitación de los de Londres y Dublín, que han llegado a suspender la autonomía restaurada con el proceso de paz. Lo de «restaurada» no es baladí, porque a diferencia de lo que se pretende con las ilegítimas «mesas de partidos» exigidas por ETA y demás nacionalistas, y aceptadas por Patxi López sin ningún argumento aceptable, las modestas instituciones del parco autogobierno del Ulster no son nuevas instituciones en un nuevo marco político, sino las viejas que el IRA había pretendido derribar mediante la unificación por la fuerza con la República de Irlanda. El Sinn Fein no ha tenido más remedio que aceptar Stormont y sus reglas a cambio del compromiso de que los norirlandeses serán escuchados si una mayoría cualificada quiere formar, pacíficamente, un Estado con Irlanda. Eso no es la autodeterminación de los nacionalistas vascos, precisamente.

En resumidas cuentas, y esto puede interesar muchísimo a Gerry Adams, ETA-Batasuna parece a punto de obtener mucho más que el IRA-Sinn Fein pagando un precio mucho menor. El IRA ha sido obligado a desarmarse, ETA puede que no; el Sinn Fein ha tenido que aceptar las viejas instituciones y un régimen consociativo bajo tutela británica, y Batasuna pretende un marco político a su medida e imponer la autodeterminación. De seguir la tendencia, las bandas terroristas activas por el mundo van a pensar que es mucho más beneficioso para sus intereses un proceso de confusión a la española que uno de paz a la norirlandesa. Y todo por dejar de asesinar durante tres años porque, primero, se lo impidió reiteradamente la policía, y segundo, los etarras llegaron a la conclusión de que el Estado podía derrotarles gracias al Pacto Antiterrorista y la Ley de Partidos. Ahora las tornas han cambiado, y es Arnaldo quien pone condiciones que muchos defensores de «la paz como sea» ven tan inexorables como las que soportó Alemania en el Tratado de Versalles.

Que esta pesadilla tome cuerpo o fracase sólo depende de otra próxima embajada: la de Patxi López. Si los socialistas vascos y el presidente Zapatero quieren aprender del Ulster, les sugiero muy modestamente que imiten a los gobiernos y partidos británicos e irlandeses y lleguen a un acuerdo de Estado con la oposición, no con los terroristas; que se nieguen a ningún compromiso hasta que ETA no dé pruebas de que destruye sus arsenales y disuelve sus comandos; que digan a Batasuna sin ambigüedad que si quieren ser legales, no sólo deben condenar la violencia, sino aceptar el sistema y no imponer otro. Y en vez de presionar a los jueces y poner el fiscal al servicio de los acusados, deben presionar a los terroristas armados o políticos con la misma frase que espetó un premier irlandés hastiado, precisamente a Gerry Adams, al inicio del «proceso de paz»: «¡¡Por el amor de Dios, basta de divagaciones y chantajes!! ¡¡O aceptáis el desarme sin condiciones, o iros a tomar por el c...!!». Literal, y suscrita por Clinton, Major y sus sucesores de los otros partidos.