Arte Mapache: el verano también es tuyo

Cartel de la campaña 'El verano también es nuestro'.
Cartel de la campaña 'El verano también es nuestro'.

Día a día he venido siguiendo la telenovela El verano también es nuestro que involuntariamente ha producido el Instituto de las Mujeres, adscrito al Ministerio de Igualdad español, para vergüenza de propios y extraños.

El robo, manipulación y explotación de imágenes de mujeres, obviamente sin el consentimiento de las mismas, ha terminado convertido en el más claro ejemplo de lo que la campaña institucional quería denunciar a través del ahora tristemente célebre cartel: la "violencia estética" y la normativización de cuerpos que no encajarían en los moldes de esta sociedad convencional, machista y capitalista.

En cuestión de horas, se hicieron públicas varias denuncias de las fotos que fueron robadas y trastocadas. La de una mujer muy obesa, a quien le subrayaron unas marcas de celulitis. La de una mujer morena a quien le borraron una pierna ortopédica para restituirle una de "carne y hueso", más unos vellos axilares que la modelo real no ostenta.

Y, por último, la de una mujer mayor que había pasado por una doble mastectomía y a quien también le restituyeron, por intercesión divina, uno de los pechos.

La responsable de esta chapucería que se ha vuelto viral es una pequeña o pequeñísima empresa llamada Arte Mapache, que de inmediato procedió a ofrecer disculpas a través de su cuenta en Twitter ("artivismo gordo y de la diversidad corporal", se lee en la bio) y a borrar su página web.

Esta es la historia que todos conocemos. Sin embargo, no lo termino de entender.

En estas noches calurosas que no me dejan dormir, sigo pensando en el asunto e, incluso, le hablo directamente al autor material de este enredo.

Mapache, le digo, ¿en qué coño estabas pensando? ¿De verdad creíste que nadie se iba a dar cuenta? ¿Acaso no sabes que existen Google y las redes sociales? Y, sobre todo, Mapache, ¿por qué arriesgarte escogiendo modelos con marcas corporales tan particulares para precisamente borrarlas? ¿No pensaste por un segundo que lo que estabas haciendo era la negación absoluta del mensaje de la campaña?

¿O será, más bien, amigue Mapache, que con esta metida de pata monumental en realidad captaste demasiado bien lo que tus jefas querían?

Pienso que sí. Una mujer con una obesidad considerable, una mujer mayor con amputaciones que hablan de la enfermedad y el dolor, una morena cuya hermosa piel de ébano contrasta con el metal de su pierna robótica. ¿No eran perfectas para los objetivos de la campaña?

¿Por qué deshiciste lo que a tus jefas seguramente les hubiera encantado que dejaras y, más bien, subrayaras, como con acierto hiciste en el caso de la celulitis y los pelos? ¿Se te venía encima la fecha de entrega y ya era tarde para contactar a las modelos y pedirles permiso? ¿No podías haber negociado por una semana más, Mapache?

¿O fue mayor el miedo a perder esos 5.000 euros que te ayudarían a sobrevivir agosto y septiembre?

Es probable. En cualquier caso, créeme que te entiendo, Mapache. Te entiendo tanto que en mis insomnios de verano me ha dado por pensar en el infierno que debes estar pasando ahorita y por eso mismo me gustaría inventarte otra excusa. Un photoshopeo de tu vida, si me permites.

Te he imaginado como alguien que no es sólo un diseñador/ilustrador hortera y wokeaholic sino, ante todo y en el fondo, un ser aristotélico. Tú leíste, amigue Mapache, la Poética de Aristóteles en tu primer semestre de universidad y nunca se te olvidó aquella definición del Estagirita: "Más vale un imposible verosímil que un posible inverosímil".

Y juntar en una misma playa, qué digo una playa, en un mismo pedacito de arena, a esas mujeres, así como eran, no resultaba creíble. Corrías el riesgo de convertir el cartel en el afiche de una nueva entrega de Mad Max.

Semejante aglutinación de lo idéntico sólo se da en la política o en el arte. Eso lo sabes bien, Mapache, porque también recordaste otro pasaje de la Poética donde Aristóteles dice que el arte es superior a la realidad porque el artista puede agrupar en una misma obra y en un mismo personaje la belleza que normalmente está repartida en distintas personas y en distintos lugares.

Algo así decía, no estás segura o seguro o segure, porque tu ejemplar de la Poética lo prestaste y nunca te lo devolvieron. Y si eso valía para la belleza, fue lo que pensaste, también valía para la fealdad. O para lo disimétrico y lo incompleto.

Porque la playa, sobre todo en verano, es una sopa donde cuerpos y colores se mezclan sin distinción. La playa, al fin lo viste con claridad, Mapache, no es ni política ni arte. Es ese lugar con el que la mayoría de las personas sueña poder ir al menos una semana, cuando al fin llegue el verano, para despojarse de la ropa, de las responsabilidades, de los apuros, de las preocupaciones económicas y del yugo de la ideología o de la religión, según sea el caso.

La playa es un espacio donde uno ve y es visto. Donde uno admira a distancia y donde quizás también es admirado a distancia (en la distancia de la imaginación). Donde uno suspira por el cuerpo que no tiene y le gustaría tener. Donde se compara con aquel o aquella que acaba de tender su toalla en la arena.

Y también, donde puede uno echarse al mar para poner en remojo el remolino de ideas estúpidas que carga siempre en la cabeza y salir del agua bautismal con la esperanza de un nuevo comienzo. En la dirección que quieras, Mapache, porque el ser humano es un inconforme y un acomplejado por naturaleza, que anda tras un ideal que por definición no existe pero que nos impulsa a querer ser la mejor versión de nosotros mismos.

Y esa versión, queride Mapache, no es la que anuncian los carteles de la publicidad, ya vengan de una multinacional que quiere venderte el elixir de la eterna juventud o del Ministerio de uno de esos Gobiernos que cada tanto llegan al poder y que quieren salvar el mundo.

Rodrigo Blanco Calderón es novelista. Su última novela es Simpatía.

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