Artur Mas se la juega

Por Jordi Sànchez, profesor de Ciencia Política de la Universitat de Barcelona (EL PERIODICO, 15/09/05):

A medida que la fecha para la discusión y votación del nuevo Estatut se acerca, la incertidumbre sobre el resultado final se acrecenta. Los mecanismos de revisión del Estatut hoy vigente requieren un apoyo parlamentario de no menos de 90 diputados. Es decir, es imprescindible que los votos de convergentes y socialistas se sumen para que pueda darse en el Parlament de Catalunya luz verde al nuevo proyecto estatutario. Dadas estas circunstancias, y asumiendo que las fuerzas políticas que sostienen al Gobierno catalán ya han anunciado su voluntad de apoyar una nueva propuesta de Estatut, resulta comprensible que el foco de atención se centre ahora en Convergència i Unió (CiU), y más concretamente en su líder, Artur Mas. A lo largo de estas últimas semanas ha sido inevitable la elaboración de múltiples teorías sobre cuáles podían ser los intereses ocultos de CiU en referencia a esta cuestión, e incluso sobre si los intereses de Artur Mas al respecto eran plenamente coincidentes con los de la federación que encabeza, y concretamente con los puntos de vista de sus más estrechos colaboradores.

Para responder a estas cuestiones hay que hacer el esfuerzo de situarse en el propio personaje y en las circunstancias que han rodeado su vida política estos últimos años. No parece exagerado afirmar que Mas, sin que por ello cuestione la legitimidad democrática del Gobierno catalán, tiene la sensación de que aquel mes de noviembre del 2003 algunos le arrebataron lo que él creía ya ganado: la presidencia de la Generalitat. La suya fue una amarga victoria, que es mucho peor que una dulce derrota, o como mínimo así se expresaron en público y en privado los convergentes que, habiendo quedado segundos en sufragios, habían obtenido más diputados que el PSC, y que vieron como un pacto entre socialistas y republicanos, que Iniciativa reforzó, abría la puerta a un cambio de gobierno que le impedía convertirse en el nuevo president de la Generalitat.

EL PACTE del Tinell dejó heridas de cierta profundidad, que casi dos años después aún no han cicatrizado, entre las fuerzas del actual Gobierno y CiU. Cuando uno se sabe perdedor, acepta la derrota; pero cuando considera que le han robado la cartera en sus propias narices, lo que siente es indignación. Sólo tenemos que mirar lo que ocurre en España para comprender que lo que en Madrid sucede de manera mucho más teatralizada aquí se da de forma más discreta y educada. Pero, finalmente, las sensaciones del PP ante la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero y las de CiU ante el Pacte del Tinell tienen mucho en común. Desde esta perspectiva, se pueden comprender las razones últimas que hacen que ni Mas ni CiU pongan fáciles las cosas a Pasqual Maragall y a su Gobierno, no sólo porque son oposición y ésa es su obligación, sino porque hay profundos agravios aún abiertos.

En esa misma lógica, no es difícil interpretar que el proceso de elaboración del nuevo Estatut ha sido y es una oportunidad desde CiU para ajustar con ERC algunos asuntos pendientes en el campo de quién es más nacionalista y quién defiende mejor los intereses de Catalunya. Si en la anterior legislatura la supeditación de CiU al PP en el Parlament fue utilizada ampliamente por ERC para desgastar a CiU y ponerla en entredicho ante su electorado más nacionalista, ahora CiU ve llegado el momento de responder con la misma moneda. Y, por si eso fuera poco, incluso con algo de suerte podría no sólo dejar a Maragall sin Estatut, sino hacer entrar en crisis al tripartito, abriéndose las puertas a una convocatoria electoral anticipada. En esa estrategia es donde CiU ya ha cosechado más éxitos haciendo, como sucedió el pasado 29 de julio, presión sobre ERC, por ejemplo, en el tema de los derechos históricos y el blindaje de las competencias, y poniendo la viabilidad del Estatut en un interrogante, y también la del propio Ejecutivo catalán. La cuestión es hasta dónde Mas podrá o querrá aguantar el pulso que mantiene. Por lo que se desprende de la lectura de la propuesta de financiación presentada por CiU el martes, las espadas siguen en alto y no hay de que indicios que en las próximas horas o días se guarden. La tensión está asegurada. Los inconvenientes que Mas y su equipo deben de haber sopesado ya es si ese guiño permanente al electorado más nacionalista del país puede acabar pasando factura en otras franjas de su electorado. Y es en ese punto donde probablemente se encuentre la imagen del gigante con pies de barro. ¿Puede Mas ser el responsable de que el Parlament no apruebe el Estatut? Sin lugar a dudas no, y menos por promover planteamientos fácilmente vendibles por sus oponentes como radicales e inconstitucionales. El sector más importante de su electorado, el que se disputa con el PSC e incluso con el PP, se sentiría desconcertado, si es que no lo está ya en estos momentos.

SEGURAMENTE, con el nuevo Estatut Mas gana menos que Maragall, pero indudablemente obtendrá réditos. Sin Estatut todos pierden, pero si la percepción es que CiU bloquea el Estatut, quien perderá sobremanera será él. En ese sentido, es muy difícil que Mas pueda mantener el pulso hasta el final. Lo hará probablemente hasta el último minuto, pero en la prórroga dará luz verde, quizá desoyendo a una parte de sus estrechos colaboradores, socializados en el soberanismo político. La única posibilidad de que Mas llegue hasta el final con su rechazo al Estatut si no recoge los elementos de su propuesta de financiación es si en esa aventura ERC le secunda, con la consiguiente crisis de gobierno. En resumen, si la pregunta es qué hará CiU, la respuesta está en ERC.