Asad ganó en Siria, pero ese país apenas existe

Un cementerio en el pueblo de Douma, Siria, que es controlado por los rebeldes. Esta población se encuentra ubicada en las afueras orientales de Damasco, la capital. Credit Abd Doumany/Agence France-Presse – Getty Images.
Un cementerio en el pueblo de Douma, Siria, que es controlado por los rebeldes. Esta población se encuentra ubicada en las afueras orientales de Damasco, la capital. Credit Abd Doumany/Agence France-Presse – Getty Images.

Ahora que las fuerzas que apoyan al gobierno sirio han recuperado Alepo, y que Rusia, Turquía e Irán negociaron un débil cese al fuego, es muy probable que el presidente Bashar al Asad y su régimen continúen gobernando Siria, de una forma u otra. En una entrevista con los medios franceses publicada la semana pasada, Asad declaró que Alepo marcaba un “punto crítico en el curso de la guerra”, y que el gobierno está “en camino hacia la victoria”.

No obstante, suponiendo que así sea, ¿qué es lo que Asad ganará?

Veamos las cifras (aunque estas estadísticas son estimaciones, si en algo cambian será para empeorar por el entorno de las guerras continuas en Siria). Más del 80 por ciento de los sirios viven por debajo del umbral de pobreza. Casi el 70 por ciento viven en pobreza extrema, lo que significa que no pueden satisfacer sus necesidades básicas, según un informe de 2016. Lo más probable es que esta cifra haya aumentado desde entonces. La tasa de desempleo se acerca al 58 por ciento, con una cantidad significativa de empleados que trabajan como contrabandistas, combatientes o en cualquier otra área de la economía de guerra.

La expectativa de vida ha disminuido 20 años desde que comenzaron los enfrentamientos en 2011. Casi la mitad de los niños ya no van a la escuela, por lo que se han convertido en una generación perdida. El país se ha convertido en un desastre en términos de salud pública. Enfermedades que ya estaban controladas como la fiebre tifoidea, tuberculosis, hepatitis A y el cólera, de nuevo son endémicas. Además, la polio, que ya estaba erradicada en Siria, se reintrodujo por los combatientes de Afganistán y Pakistán.

Más de 500.000 personas han muerto por la guerra, y una cantidad no declarada de sirios han fallecido de forma indirecta por el conflicto (el precio de destruir hospitales, atacar a médicos profesionales y usar el hambre como un arma). Con más de dos millones de heridos, cerca del 11,5 por ciento de la población que existía antes de la guerra se han convertido en víctimas. Cerca de la mitad de la población está desplazada, ya sea dentro o fuera del país. Una encuesta realizada en 2015 por la agencia de refugiados de las Naciones Unidas que analizó a los refugiados sirios en Grecia encontró que una gran cantidad de adultos (el 86 por ciento) tenían educación secundaria o universitaria. La mayoría tenía menos de 35 años. De ser cierto, eso indica que Siria está perdiendo justo a la gente que más necesitará si quiere tener esperanzas de reconstruirse en el futuro.

El costo de la reconstrucción sería astronómico. Un estudio realizado en marzo de 2016 calculó que la pérdida económica total del conflicto era de 275 mil millones de dólares; las industrias de todo el país están diezmadas. A esto habría que sumarle el costo de las reparaciones de infraestructura, que el Fondo Monetario Internacional estima entre 180 y 200 mil millones de dólares. Pagar por la reconstrucción requeriría una generosidad inusual por parte de la comunidad internacional, pero no hay razones para creer que otros países vayan a querer recompensar a Asad por su trato brutal con el otro bando. Rusia e Irán, sus aliados, tienen sus propias cargas económicas y es poco probable que sean de mucha ayuda.

Para poder sobrevivir, el régimen sirio ha tenido que apoyarse en gran medida en las fuerzas rusas e iraníes y organizaciones como Hezbolá. En realidad, el Ejército Árabe Sirio no recuperó Alepo. De hecho, la milicia siria tiene muy poco alcance debido a la geografía y al desgaste; el mes pasado volvió a perder la mayor parte de la ciudad de Palmira a manos del Estado Islámico, mientras las fuerzas que apoyan al gobierno se movieron al norte. Además, aunque Asad todavía mantiene cierta independencia, Moscú y Teherán, e incluso el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, tendrán mucho que decir sobre los avances de Damasco. Asad no solo estará obligado a escucharlos, sino que muy probablemente tendrá que soportar la presión de sus benefactores cuando le pidan retirarse al final de su periodo presidencial, en 2021.

Finalmente, la batalla está muy lejos de terminarse. Ni el gobierno de Asad ni los rebeldes en combate han alcanzado sus objetivos. La oposición ya no puede derrocar al régimen, pero la insurgencia activa a través de elementos opositores armados está asegurada, respaldada por benefactores regionales como Arabia Saudita, que de ninguna manera desea ver que su rival, Irán, consiga la victoria total.

Por su misma naturaleza, la insurgencia requiere mucho menos apoyo estatal que las fuerzas opositoras que tratan de mantener y gobernar un territorio. Asad se enfrentaría a lo que el anterior representante de Siria en las Naciones Unidas, Lakhdar Brahimi, ha llamado la “somalización” de Siria. Asad dirigiría un gobierno que, al igual que el de Somalia, prevalecería pero no ejercería el poder en todo el país. En cambio, diversas fuerzas (el gobierno, las milicias opositoras, las milicias kurdas y algunos remanentes del Estado Islámico) controlarían varias zonas del territorio.

¿Cómo gobernaría Asad al resto del país? Las redes de apoyo que antes existían se han hecho añicos y fueron remplazadas por caudillos semiindependientes, milicias u órganos de gobierno locales. Esto incluso sucede en áreas controladas por el gobierno donde las milicias y pandillas que permanecieron leales esperan recompensas. En general, la dirigencia siria subestima cómo su población se ha alejado de ella. La mayoría de los sirios se han empoderado desde hace años viviendo, sobreviviendo y gobernándose a sí mismos. El gobierno alucina si piensa que puede regresar a algo parecido al anterior estado de las cosas.

El gobierno sirio podrá tener un representante en las Naciones Unidas, embajadas en algunos países, sellar pasaportes y emitir moneda, pero difícilmente es un Estado. El control, el poder y la legitimidad de Asad están gravemente circunscritos, más allá de si él y sus seguidores lo saben o no. Tendrá que depender de la ayuda continua y a gran escala del exterior si desea restaurar incluso una porción de lo que fue Siria. Ahora hay una nueva Siria. Es él quien tendrá que remoldear su sistema político para ajustarse a esta nueva realidad, y no al revés.

David W. Lesch es profesor de Historia del Medio Oriente en Trinity University en San Antonio, y autor de Syria: The Fall of the House of Assad. James Gelvin es profesor de Historia del Medio Oriente en UCLA y autor de The New Middle East: What Everyone Needs to Know.

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