Así nació la Legión

España, a pesar de sus inmensas colonias, nunca tuvo un ejército colonial propiamente dicho. Tampoco lo tenía cuando a principios del siglo XX posó sus ojos en Marruecos intentando no perder el tren de las potencias coloniales, aunque viajara en segunda clase.

Desde la atribución a España del protectorado de una zona del norte de Marruecos en 1912, el problema se agudizó. Pronto la sangre de soldados españoles empezó a regar las tierras marroquíes. La forma más efectiva de, al menos, paliarlo era organizar un ejército que pudiera nutrirse de soldados profesionales no españoles.

Pero, como escribió Stefan Zweig, los proyectos para cuajar necesitan «antropomorfizarse», encarnarse en una persona física.

El entonces teniente coronel Dámaso Berenguer antropomorfizó el proyecto de creación de las fuerzas regulares indígenas, embrión del tan necesitado ejército colonial. Así fue, el general y ministro de la Guerra Agustín Luque firmó el 30 de julio de 1911 la creación de esta unidad y confió su mando a Berenguer. Sin embargo, los regulares tendrían inicialmente una vida lánguida e insuficiente para atender las guerras de Marruecos, y, sobre todo, se componían de nativos del lugar, con los perversos resultados que esto trajo consigo en la carnicería que arrancó en el altozano de Annual.

Los ministros de la Guerra se suceden desenfrenadamente sin dar más pasos significativos en pro de la fuerza colonial hasta que, después de ser subsecretario, Berenguer se sienta el 9 de noviembre de 1918 en el sillón ministerial del Palacio de Buenavista. Como buen conocedor de su necesidad, impulsó un proyecto en el que aparece ya una regulación específica de lo que acabaría siendo el Tercio.

Pero la ruleta ministerial empujada por la inestabilidad política siguió rodando hasta que el 20 de julio de 1920 llega un ministro clave para la implantación del ejército colonial. El general Antonio Tovar encomendó al Estado Mayor Central del Ejército encabezado por el veterano Valeriano Weyler estudiar la puesta en pie de un contingente militar de voluntarios retribuidos de origen no español, que, junto a los regulares, integrara el ejército colonial de África. Pero Tovar, víctima de los cambalaches agonizantes del turno de partidos, no recibe este informe. Lo hace un general estudioso y bregado en Marruecos. En el informe que el nuevo ministro José Villalba encuentra sobre su mesa consta un contundente pronunciamiento en favor del modelo de la Legión francesa.

Mientras tanto el Tercio repiquetea en la puerta. Lo hace, además, encarnándose en quien antropomorfiza ya el anhelo legionario: el teniente coronel José Millán Terreros, más tarde Millán Astray. Con experiencia y alimentado con la filosofía japonesa del bushido de la que se empapó como joven teniente en la todavía española Filipinas, convence al todavía ministro Tovar de que lo comisione a Argelia para estudiar la Legión Extranjera.

El informe que emite de regreso a España contribuye poderosamente a que Villalba de una zancada crucial para que el Tercio se plasme en una norma. Con el Real Decreto de 28 de enero de 1920 la hoy Legión llega a la vida jurídica. Lo hace con un breve texto que suena más a ruido de banda militar que a disparo real de artillería pesada, al carecer de cobertura presupuestaria y orgánica.

Comienza entonces la pedregosa fase final del alumbramiento legionario. La traducción de lo que figuraba en la Gaceta de Madrid a la realidad va a toparse con duras resistencias procedentes de un sector del ejército, de lo presupuestario, de lo periodístico y hasta de la política internacional.

No todos los militares ven con buenos ojos que el Tercio adquiera cuerpo. Algunos jefes de regulares temen perder la primacía del ejército colonial que va cuajando. Las Juntas de Defensa acarician ideas distintas sobre cómo poner en marcha este último. El influyente general Silvestre pone trabas a que la nueva unidad arranque, a diferencia del general Álvarez del Manzano que desde Ceuta lo alienta tanto que recibe el nombre de «padrino de la Legión». La Intervención Civil de Guerra y Marina y del Protectorado de Marruecos no se queda atrás y formula serios reparos que dañan mucho a la iniciativa legionaria. Cierta prensa no oculta tampoco su aversión a los planes de Millán Astray. Recojo una sola muestra de ello. «Un decreto monstruoso. Tropas extranjeras en España» es el título de un furibundo texto publicado en «El País» de 31 de enero de 1920, día en el que todavía está húmeda la letra de la Gaceta de Madrid. Hasta razones de política internacional se esgrimen para que el Tercio aborte. Togores alude a este curioso frente opositor: «El agregado militar francés, coronel Tisseyre, planteó una queja ante las autoridades españolas. El Tratado de Versalles, que ponía fin a la Primera Guerra Mundial, obligaba al nuevo gobierno alemán a impedir que sus nacionales se alistaran en ejércitos de terceros países o de las naciones signatarias con la salvedad de la Legión extranjera francesa».

Pero Millán Astray y la fuerza de una necesidad clamorosa mientras pueblos y ciudades se anegan en lágrimas por la muerte de sus quintos que no cesa. A un civil, Luis de Marichalar, vizconde de Eza, corresponde el mérito de haber propinado el empujón final para que el Tercio diera sus primeros pasos efectivos. Asiste el 14 de mayo de 1920 a la conferencia «La Legión Extranjera en Argelia y el Tercio de Extranjeros español», que Millán Astray pronuncia en el Centro Cultural del Ejército y de la Armada de la entonces avenida del Conde de Peñalver y hoy Gran Vía madrileña.

Eza sale convencido de la briosa conferencia de Millán Astray. Consulta a Berenguer, que se pronuncia en favor del Tercio con Millán Astray a su cabeza. Arrumba todos los inconvenientes, y el 23 de agosto de 1920 eleva al Consejo de Ministros el que será Real Decreto de 23 de agosto de 1920, que arbitra las medidas iniciales, incluso económicas, para que la hoy Legión venza el papel inactivo al que estaba condenado desde enero de aquel año. A partir de este momento los eslabones se engarzan con velocidad. El 3 de septiembre se confiere el mando de la fuerza legionaria a Millán Terreros. El tren de la actual Legión se embala y, para remachar el clavo, la Circular de 4 de septiembre de 1920 diseña su organización.

La Legión nació no precipitadamente y como fruto de una decisión momentánea. Nació en medio de un debate de muchas aristas. Así inició un camino en el que, como todo lo humano, coexisten episodios sombríos con otros luminosos, multiplicados éstos por su presencia en las numerosas operaciones de paz y seguridad en las que España participa y en las que acumula prestigio y respeto internacionales.

Un camino que hace pocos meses ha cumplido con sordina coronavírica el centenario. Un camino en el que, como ha escrito la ministra Margarita Robles, «ha sabido llegar a nuestros días a la vanguardia de las Fuerzas Armadas y como punta de lanza del Ejército de Tierra».

Luis María Cazorla Prieto es Académico de Número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España.

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