Así, no

Así no puede ser. La ciudadanía española y la catalana no se merecen tanto desencuentro, tanto sectarismo y demagogia, ni tanta desinformación, ante las elecciones del 27-S. Tenemos el derecho absoluto a exigir a nuestros líderes nacionales y autonómicos un debate radicalmente distinto, un debate serio y honesto que evite las situaciones límite y las disyuntivas absurdas.

Ya se ha dañado gravemente la relación entre ciudadanos españoles y catalanes, y aún con mayor intensidad entre los propios ciudadanos catalanes; ya se ha roto una coalición entre Convergència y Unió que parecía absolutamente estable y que ha cumplido un papel relevante y positivo en la vida política y económica de Catalunya y España; ya se ha logrado que nadie se ocupe de los problemas reales que afronta Catalunya; ya se ha empezado a vivir un proceso electoral en el que las descalificaciones y los insultos van a ser los titulares permanentes hasta alcanzar una radicalización incontrolable. Ya se ha hecho, en resumen, todo (o casi todo, porque la capacidad humana para el error es muy amplia) lo que no había que hacer. Llegó sin duda el momento de cambiar de signo.

El 26 de febrero del 2014, bajo el título “El problema catalán y español”, publiqué en La Vanguardia un artículo que puede resumirse así:

–“El Gobierno español no puede refugiarse permanentemente en los límites de nuestra Constitución. Catalunya no debe amenazar con una declaración unilateral de independencia”.

–“España tiene que asumir la pasión identitaria de Catalunya y todos sus derechos históricos, y en concreto el derecho a disponer de los medios necesarios para asegurar la transmisión y la perennidad de la lengua de acuerdo con la Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos”.

–“Hay que reconocer abiertamente que nuestro modelo territorial –que es una forma de federalismo– admite crecimientos asimétricos que respondan a las distintas sensibilidades históricas y que admite también conciertos fiscales y otras medidas similares que profundicen y garanticen el autogobierno”.

–“Nadie podrá impedir que se anticipen las elecciones autonómicas y que se les atribuya políticamente el carácter de plebiscitarias sobre el soberanismo y la independencia, pero sería un riesgo excesivo por cuanto generaría una radicalización del diálogo y la convivencia hasta límites extremos, no resolvería el problema, crearía otros nuevos y podría concluir en un mapa político deformado e inmanejable”.

–“El derecho a decidir tiene una estética y un atractivo intelectual impecables, y puede que en algún momento futuro se desarrolle y se aplique con toda normalidad, pero este no es desde luego el momento”.

–“La separación entre España y Catalunya generaría daños sustanciales, daños inasumibles, en todos los órdenes y en especial en la estabilidad política y la riqueza sociológica y económica. Y, sin duda, en la relación con Europa. Por el contrario, un acuerdo para superar las tensiones entre España y Catalunya daría un gran impulso a nuestras buenas perspectivas actuales y en su conjunto a la imagen de España en el mundo. Sería todo un ejemplo de madurez democrática y solidez institucional”.

–“El nacionalismo catalán –como todos los nacionalismos– va a mantener siempre como referencia básica la capacidad de decidir sobre su propio destino”. “Este no es el género de problemas que se pueda solucionar de una vez para siempre. Tenemos por delante un largo camino de tensiones complejas y de entendimientos difíciles, pero hasta ahora lo hemos hecho bien y lo seguiremos haciendo bien en el futuro”.

Recordé finalmente la afirmación del periodista catalán Agustí Calvet, Gaziel, formulada el 10 de octubre de 1934: “La historia de Catalunya es esto: cada vez que el destino nos coloca en una de esas encrucijadas decisivas, en que los pueblos han de escoger entre varios caminos, el de su salvación y su encumbramiento, nosotros, los catalanes, nos metemos fatalmente, estúpidamente, en el que conduce al despeñadero”.

¿Qué se puede hacer ahora? Ante todo no resignarse. No aceptar que el proceso sea ya irreversible. No esperar a ver lo que sucede. No dar por seguro que al final todo se arreglará adecuadamente.

Hay que reclamar en concreto a los líderes autonómicos que expliquen con todo detalle y con toda claridad qué es lo que realmente pretenden, porque tienen que aceptar, sin ofenderse, que las innumerables tácticas que han puesto en marcha, las amenazas de unos y de otros, los cambios continuos de opinión y las vueltas y revueltas de todo género que han dado hasta llegar a proponer una lista única, realmente peculiar, podrían interpretarse en el sentido de que los intereses partidistas y sobre todo los personales están muy por delante de sus objetivos ideológicos y políticos aparentes. Para evitar estas interpretaciones, Artur Mas y Oriol Junqueras tienen que comparecer con urgencia para aclarar las inevitables distorsiones que se generan al pretender convertir –sin entrar ahora en el tema de su legalidad– unas elecciones autonómicas en plebiscitarias y concretar temas como el reparto de poder entre ellos, la definición de lo que sería un resultado favorable o contrario y las consecuencias del mismo y otras muchas cuestiones que irán surgiendo inexorablemente en los próximos días. No estaría de más que los demás grupos hicieran algo similar.

Por su parte los líderes nacionales –en especial del PP y del PSOE, pero también de Ciudadanos y Podemos– tienen que salir del inmovilismo y de la ambigüedad y disponerse a aportar nuevas ideas sin estar condicionados –al menos de forma absoluta– por las consecuencias que ello tendría en las próximas elecciones generales. Entre una independencia total más que problemática y una dependencia inconfortable y para algunos claustrofóbica tienen que existir salidas razonables. No se les pide que lleguen a las mismas conclusiones ni a consensos de ningún género, pero pueden colaborar como mínimo en evitar formular o que se formulen descalificaciones absolutas y amenazas dramáticas. Hay que calmar a una ciudadanía que no acepta que se la coloque de forma arbitraria en rumbo de colisión y que recibiría con entusiasmo debates y diálogos civilizados que le ayudarán a entender una situación ya de por sí compleja que algunos gozan convirtiéndola en ininteligible para sacar provecho en unas aguas que ellos mismos han revuelto.

Demos por seguro en todo caso que los catalanes acabarán sabiendo lo que está en juego y sabrán decidir con buen sentido y con grandeza en unas elecciones tan importantes para ellos mismos como para el conjunto de España. Unas elecciones, además, que nos darán claves importantes sobre lo que está pasando y lo que puede pasar en nuestro mapa político.

Antonio Garrigues Walker, premio Blanquerna-‘La Vanguardia’.

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