Así que pasen veinte años

Se cumple el vigésimo aniversario luctuoso de Camilo José Cela Trulock, y no dejará de haber quien se pregunte acerca de la fama póstuma del escritor de Iría-Flavia. Porque incluso entre los premios Nobel de Literatura, su mutis del escenario puede acarrear una u otra forma de olvido.

Siempre me ha parecido un misterio la cuestión del reconocimiento literario, incluso si la consideramos no al final sino al principio de una trayectoria. Independientemente de lo que pueda ocurrir ahora con la ‘posliteratura’, caracterizada como tantas cosas más de nuestra posmodernidad por la liquidez efímera, en la literatura sin prefijo menudean los casos de escritores irrelevantes que estuvieron en el candelero y otros sumamente meritorios que fueron ninguneados. No es este, por cierto, el caso de Cela.

En 2005 la revista ‘Leer’ publicó una encuesta realizada con el objeto de identificar, de acuerdo con varios criterios, las novelas españolas más destacadas del siglo XX. La muestra comprendía 201 entrevistas telefónicas o personales con profesores de Literatura, críticos, escritores e intelectuales, y sus resultados fueron muy ilustrativos para acreditar el lugar de Cela en nuestra narrativa contemporánea. A la pregunta fundamental, referida a los tres mejores títulos, los encuestados respondieron situando en primer lugar ‘La colmena’ y, después de ‘Tiempo de silencio’ de Luis Martín Santos, ‘La familia de Pascual Duarte’. Pero ante la pregunta de qué obras tenían y tendrían más proyección de futuro y serían más leídas, destaca la posición de estas mismas dos a la cabeza, y ‘Mazurca para dos muertos’ como vigésima. Es de notar que entre los cinco títulos de Cela seleccionados en esta oportunidad figuren el que escribió en 1942, ‘La familia de Pascual Duarte’, y el último por él publicado en 1999, tan solo tres años antes de su muerte: ‘Madera de boj’.

Cierto que han pasado varios lustros desde aquella encuesta, y el panorama pudo haber cambiado. No tengo a mano índices fiables de la circulación de los libros de Cela, que podrían fundamentar cualquier afirmación acerca de su pervivencia. Como editor del ‘Pascual Duarte’ y ‘La colmena’ en el catálogo de una de las editoriales catalana y española más relevantes en el mundo educativo me consta, eso sí, que su interés no ha decaído entre ese -quizá- ‘público cautivo’ de los estudiantes.

Nunca le ha faltado público a Camilo José Cela, y espero que a los veinte años de su muerte se siga cumpliendo para él aquella piadosa sentencia de ‘El Quijote’: «Una de las cosas que más debe de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa; porque, siendo al contrario, ninguna muerte se le igualara».

Aparte de los lectores más genuinos, que son los que se acercan al libro por devoción, la obra de Cela ha provocado, y lo sigue haciendo, numerosas indagaciones críticas por parte de los estudiosos, de modo que en las tasadas líneas de una Tercera de ABC resulta francamente difícil contribuir a esta efeméride con algo que no incurra en el tópico, o descubra algún mediterráneo. Por esa prevención, he comenzado con un título que acaso sorprendentemente recordará el de una pieza teatral de Federico García Lorca, ‘Así que pasen cinco años’, que ya estaba escrita en 1931 pero que no se estrenaría sino en 1959 y en París.

La crítica ha señalado los vínculos entre Cela y algunos autores que le sirvieron de inspiración a lo largo de su carrera, iniciada con los versos que luego darían lugar al libro ‘Pisando la dudosa luz del día’, escritos en el efervescente Madrid literario de la tertulia de María Zambrano, de la Facultad de Filosofía y Letras donde Pedro Salinas enseñaba, y del Centro de Estudios Históricos adonde el joven poeta se atreve a acudir para presentarle sus poemas a don Ramón Menéndez Pidal. En sus ‘Memorias, entendimientos y voluntades’ Cela da cuenta de todos estos contactos, registra puntualmente los estrenos de las obras del poeta granadino y recuerda, por caso, a su amiga María del Carmen García Lasgoiti «que estaba en la Barraca, de Lorca».

No se discuten, amén de la influencia de los clásicos que el joven Cela convaleciente de tuberculosis leyó de cabo a rabo por la Rivadeneyra, sus deudas con Valle-Inclán, Pío Baroja, Ortega y Gasset, Eugenio Noel, José Gutiérrez Solana o Ciro Bayo. Pero no se repara, sin embargo, en la presencia que Lorca tiene en su obra, comenzando precisamente por ‘La familia de Pascual Duarte’ a través de un elemento léxico vinculado estrechamente a la acción que constituye un verdadero ‘emblema’ inspirado en ‘Bodas de sangre’.

En esta «tragedia en tres actos y siete cuadros», estrenada en 1933 quizá con el joven Camilo José entre los espectadores del paraíso, el clímax final se centra en una glosa poética y patética a la vez del cuchillo -«pez sin escamas ni río»- que ha segado la vida del Novio y de Leonardo, el antiguo pretendiente de la Novia. Y en el último capítulo del ‘Pascual Duarte’, dedicado al «día que decidí hacer uso del hierro» en palabras del narrador y protagonista, asimismo el clímax del parricidio de Pascual se fija en el «cuchillo de monte, con su larga y ancha hoja que se parecía a las hojas del maíz, con su canalito que la cruzaba».

Es difícil sustraerse, por lo demás, a otra identificación: la del tétrico escenario de ‘La casa de Bernarda Alba’, en la que la protagonista -áspera y tiránica al modo de la madre de Pascual- decide recluirse de por vida con sus cinco hijas y guardar luto en su casa tras la muerte de su segundo marido, con la burbuja en la que «anonadado y hundido en las más negras imaginaciones» Pascual Duarte se sumerge después de la muerte de su hijo. Comienza entonces para él un calvario de amargura, incrementado por tres mujeres -su esposa, su madre y su hermana- «enlutadas como cuervos» que hacen de sus lamentaciones «una letanía, agobiadora y lenta como las noches de vino, despaciosa y cargante como las andaduras de los asnos». Más aún: todo lo que se refiere al dolor de Lola, las palabras con que lo expresa y su hostilidad contra el marido al que culpa del «mal aire traidor» que les ha arrebatado a Pascualillo, remite inequívocamente al universo formal y significativo de ‘Yerma’, el «poema trágico en tres actos y seis cuadros» estrenado por Margarita Xirgu en 1934 cuando Cela se introducía como poeta en ciernes en la vida literaria y cultural madrileña.

Darío Villanueva de la Real Academia Española.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *