Asia a un lado, al otro Europa

Hablar de Turquía al mes y medio del autogolpe de Estado del 15 de Julio no es fácil. Incluso en la definición del «golpe» como orquestación interna, como sofisticada interpretación de Maquiavelo o de Curzio Malaparte, existen riesgos. Pero el propio Erdogan lo definió como «regalo de Dios». Su Dios, por supuesto. A los católicos, nuestra religión nos obliga a «no utilizar su nombre en vano», aunque no le hagamos demasiado caso.

Pero ahí está una Turquía, cerca de nosotros, inmediata al conflicto sirio, cuyas claves conoce bien, llamando a las puertas de Europa con un lenguaje complejo, aliada oficialmente de EE UU y, en consecuencia, miembro importante de la Alianza Atlántica. La que con carácter pragmático se ha acercado a Rusia y a Israel y que dentro de su amplísimo territorio tiene a una comunidad kurda con antiguos resentimientos y ambiciones independentistas, la comunidad que controla hoy un 18% del territorio sirio y que en Irak lleva el esfuerzo principal en la lucha contra el Daesh, pronta a recuperar la importante ciudad de Mosul.

Sé que no es fácil meterme en la mente de una persona como Erdogan. Sé que no es fácil comprender la historia del mundo como la interpretan ellos que fueron imperio, que dominaron el Mediterráneo de oriente a occidente, que eran «temidos». Sé que obligarlos a reconocer valores universales como la libertad de expresión o el pluralismo político hoy no es fácil. Tras el golpe del 15 de julio, menos: se han clausurado 18 canales de televisión, tres agencias de noticias, 46 periódicos nacionales, 16 revistas, 23 canales de radio, 28 editoriales... A primeros de septiembre, el número de periodistas encarcelados era de 117. Hay más de 80.000 personas depuradas o detenidas.

Con estos mimbres es difícil que la Unión Europea pueda admitirlos. A día de hoy, no le preocupa a Erdogan, siempre que obtenga algunos beneficios sobre visados y libre circulación de personas. Él sigue igual, «reforzando la política interior» como prioridad, en tanto sus equipos deportivos participan en competiciones europeas, sus cantantes aspiran a premios en Eurovisión, sus líneas aéreas esponsorizan campañas deportivas europeas. Y guarda otra baza importantísima: el control de las corrientes migratorias hacia Europa, muy especialmente hacia Alemania. Y completamente consciente de lo que ya representan las minorías turcas en el país germánico, viendo cómo al propio Gobierno de Angela Merkel le están afectando las presiones humanas y sociales, aguarda el momento: ahora las elecciones regionales en Baviera; ahora en el propio Berlín; ahora avanzan los partidos ultranacionalistas; pronto las federales de 2017; ahora se contagia Austria; también se contagia Le Pen en Francia del Brexit de Reino Unido. ¿Qué Europa me llamará?

Porque en su propio ego interno debe pensar Erdogan: «un día serán ellos los que llamarán a mi puerta pidiendo ayuda». Volviendo a Espronceda, imagina poder repetir :

«Han rendido sus pendones, cien naciones a mis pies», como en tiempos del Imperio otomano.

Jordania y el Líbano sufren semejantes presiones migratorias, pero no las han utilizado como medida de presión contra

Europa. Ni han utilizado a sabiendas sus territorios para el tráfico de armas y combatientes; ni se han beneficiado de negocios energéticos, algunos de ellos relacionados directamente con el entorno político de Erdogan. Es mucha casualidad que su yerno sea el ministro de Energía tras dirigir el Calik Holding, un grupo editorial que controla 20 de los 47 diarios de tirada nacional.

No me atrevo a diseñar hipótesis de lo que pueda pasar en Turquía. Conozco a muchos de sus militares, personas cultas, abiertas a ideas, muchos de ellos prooccidentales convencidos tras años de convivencia con ejércitos nuestros. Me cuesta creer que su sociedad se resista a perder las libertades que a lo largo de las últimas décadas había alcanzado con un acercamiento, si no a las instituciones europeas, sí a sus formas de vida. Los millones de turcos que viven en Alemania conocen este mundo; los millones de turistas que los visitan hablan de él; los propios turcos que viajan al extranjero saben que los tiempos llevan otros rumbos. Erdogan podrá prohibir o encorsetar ciertas redes sociales, pero le desbordarán clandestinamente desde cualquier nube.

Claro que nos preocupa. En el Líbano tenemos un importante contingente militar que vela por impermeabilizar una frontera, para evitar contagios. En la propia Turquía tenemos una batería de misiles Patriot, protegiendo su territorio en nombre de la Alianza Atlántica, que sigue fiel a su principio de defender el territorio de sus socios. Pero muchos nos preguntamos: ¿socios de conveniencia?; ¿socios de prudencia?; ¿socios de confianza?

Es la propia sociedad turca la que debe resolver todas estas incógnitas.

Luis Alejandre, General (R)

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