Asia meridional: el panorama geopolítico tras el tsunami

Por Antía Mato Bouzas, MPhil en Estudios de Asia Meridional y Máster en Estudios sobre Fronteras Internacionales en la SOAS/King’s College (REAL INSTITUTO ELCANO, 17/02/05):

Tema: La gestión de la catástrofe ocasionada por el tsunami en Asia meridional ha estado marcada fundamentalmente por el trasfondo político y estratégico de las acciones llevadas a cabo por el gobierno indio y por los interrogantes que se abren en torno al futuro político y económico de Sri Lanka. Asia meridional, parte fundamental del océano Índico, va a verse afectada también, de ahora en adelante, por los posibles alineamientos geopolíticos que tengan lugar en el sudeste asiático debido a los lazos creados tras la ayuda de los principales donantes internacionales.

Resumen: El texto aborda la situación de los países de Asia meridional afectados por la catástrofe del tsunami desde el punto de vista geopolítico, subrayando la importancia estratégica que supone el océano Índico (vínculo entre Asia meridional y el sudeste asiático) para las principales potencias asiáticas y para EEUU. Se analiza particularmente el papel de asistencia desempeñado por la India (como gran poder regional) a sus vecinos inmediatos, pese a su condición de país afectado. Esta ayuda, particularmente en el caso de Sri Lanka, no se halla exenta de problemas, debido al temor que la isla tiene del poder hegemónico de su vecino del norte. La gran pérdida de vidas humanas y la devastación en Sri Lanka, sumada al conflicto tamil ya existente, sitúa al gobierno de Colombo en una posición muy delicada para afrontar el futuro del país, tanto a nivel interno como externo.

Análisis: La ola gigante provocada el 26 de diciembre del 2004 por el maremoto cuyo epicentro se situó en la punta norte de Sumatra arrasó buena parte de las islas y costas más expuestas en el océano Índico, alcanzando principalmente el sur de la India y las islas de Andamán y Nicobar, la costa norte, oriental y sudoccidental de Sri Lanka, y las Islas Maldivas. Los efectos del desastre natural se sintieron particularmente, además de en la zona del epicentro, en la isla de Sri Lanka, donde en torno a unas 40.000 personas perdieron la vida. En la India, los muertos se situaron en una cifra que ronda los 10.000.

La gestión política de la catástrofe, tanto por parte de los países afectados como por algunos de los principales donantes internacionales, ha puesto de relieve el interés que existe por ganar una mayor influencia en el océano Índico. El escenario creado ha servido también de marco para que algunos países de la zona ensayen un nuevo papel para ganar credibilidad frente a la comunidad internacional, como ha sido el caso de la India. Por ello, cabe preguntarse si la situación creada tras la catástrofe responde a un hecho puntual o bien si indica que estamos ante una nueva dinámica de relaciones en la región.

El mapa geopolítico en el océano Índico

En los últimos años, la dinámica en el sudeste asiático ha estado marcada por un creciente proceso de “regionalización”. Se ha asistido a un relanzamiento de la ASEAN como organización dedicada a promover el desarrollo económico con un claro sentido integrador, manifestado en la adhesión de nuevos miembros que en décadas pasadas se veían como amenazas: Vietnam, Laos y Camboya. En esta mayor regionalización del sudeste asiático ha tenido un papel clave Indonesia, una potencia media.

Por el contrario, la dinámica reciente en el océano Índico se ha caracterizado por la mayor presencia de un poder extrarregional como es China, una realidad que según los principales estrategas indios amenaza el poder hegemónico de la India en la zona. Aunque no resulta fácil determinar cuáles son los intereses reales de China en el Índico, destaca la importancia que tiene para Pekín el Estrecho de Malaca en lo que se refiere al transporte de recursos petrolíferos procedentes del Golfo Pérsico y que son vitales para el crecimiento de su economía. Menos clara parece su proyección estratégica en la zona a través de Myanmar, país con el cual mantiene ya unos lazos estrechos.

La India siempre ha considerado el Índico como su espacio vital y ha tenido fuertes vínculos históricos con la mayoría de Estados ribereños, a pesar de que su influencia real en la zona ha empezado a notarse realmente en la última década. Esa influencia se ha producido fundamentalmente a través de una política de fomento de los lazos económicos y una cierta “invitación” por parte de algunos de los países del sudeste asiático, que ven en Nueva Delhi un contrapeso deseable a los intereses de Pekín.

Junto a esos actores, siempre ha habido un papel en el Índico para EEUU, que ha ejercido su influencia principalmente en varios de los países del sudeste asiático durante la época de la guerra fría y en menor medida en Sri Lanka. No hay que olvidar que EEUU también mantiene la base militar de Diego García, aunque su presencia en la zona ha disminuido en los últimos tiempos, concentrándose sobre todo en el occidente asiático.

Comprendiendo la situación de partida, es decir, el interés que tiene el Índico para las potencias asiáticas (incluyendo también a Japón) y para EEUU, se puede constatar que en el despliegue de medios tras la catástrofe subyace una pugna por ejercer una mayor influencia en la región, principalmente en el sudeste asiático. Esa puede ser una de las razones que ha llevado a Washington a triplicar su ayuda a la zona, según anunció en febrero, en relación a su aportación inicial. En Asia meridional la competencia es menor, debido a la condición privilegiada de la India en esa región. Por tanto, no cabe esperar que se produzcan grandes reajustes en el equilibrio de poder en el Índico, aunque sí una cierta tensión debido a la mayor presencia de poderes extrarregionales que pueden incomodar a Nueva Delhi.

La reacción de la India

El gobierno indio envió un buque con personal médico y ayuda humanitaria a Sri Lanka y a las Islas Maldivas en los primeros momentos de la tragedia, pese a haber sufrido también las consecuencias de la catástrofe. Nueva Delhi se ha negado en todo momento a recibir ayuda humanitaria, hecho muy criticado por algunos países donantes y ONG. Tras estas acciones se ha querido ver el deseo del gobierno indio de enviar un mensaje a la comunidad internacional señalando su condición de donante, es decir, emulando a otros países, principalmente desarrollados.

Para algunos, la India ha querido desempeñar el papel de gran potencia que la comunidad internacional parece negarle una y otra vez, como ponen de manifiesto su deseo de ocupar un asiento en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, su adhesión al TNP como Estado nuclear de iure, etc. En ese sentido, se ha considerado su actitud como una cuestión de orgullo nacional e imagen de cara a la galería más que un acto consecuente con sus posibilidades. Para muchos, la imagen del país sigue estando asociada a la pobreza y a los problemas socioeconómicos que conlleva.

No obstante, esa observación debería ser matizada. Por un lado, el tsunami ha afectado a la zona sur del país, no tan poblada como otras áreas costeras. Ha perjudicado principalmente a gentes humildes, fundamentalmente pescadores, en un área donde no hay gran industria, ni puertos destacados, exceptuando la ciudad de Chennai (anteriormente Madras), capital de Tamil Nadu. Por lo tanto, aunque el número de víctimas y afectados es considerable, parece asumible en un país muy castigado por los desastres naturales en la última década, como el terremoto en Gujarat o el ciclón y las inundaciones en Orissa. Aunque ha habido cierta descoordinación en la asistencia a las víctimas del tsunami así como falsas alarmas de una segunda ola, el gobierno ha adoptado inmediatamente una serie de medidas para coordinar los campos de ayuda y socorrer a las víctimas. También hay que tener en cuenta la peculiaridad de los Estados meridionales de Tamil Nadu, Kerala y el Territorio de Pondicherry, mejor organizados y con una mayor capacidad para responder ante situaciones como ésta. Hay que exceptuar la situación en las islas Andamán y Nicobar, que seguramente ha sido distinta, ya que son áreas de acceso restringido debido a las tribus que allí viven y por razones estratégicas.

La reacción del gobierno ha tenido una lectura muy positiva para la opinión pública del país. La celeridad con la que ha reaccionado el equipo de Manmohan Singh se ha asociado, en la publicación india Frontline, con un gesto propio de un país maduro y experto en gestión de catástrofes (comparándolo incluso al caso de Cuba y su papel elogiable de prevención ante el último huracán ocurrido en la isla). Ello contrasta con la ausencia de críticas al gobierno por no haber sido capaz de establecer con anterioridad un sistema de alerta en la región, bien individual o conjuntamente, y también por no haber informado a la población en el supuesto de que hubiese tenido noticias de los acontecimientos que estaban teniendo lugar en el sudeste asiático.

En cuanto a la dimensión externa, cabe señalar dos direcciones en la diplomacia llevada a cabo por Nueva Delhi tras la catástrofe: una, su relativa sintonía con EEUU en materia de coordinación de la ayuda y otra, la ayuda que la India ha realizado por sí sola a terceros. Sus coincidencias con Washington deben entenderse desde la realidad que representa EEUU en la zona, un poder muy superior a la India pero que, sin embargo, puede convertirse en un aliado deseable frente a la relativa incomodidad que supone China. El apoyo económico y material de Nueva Delhi a Sri Lanka y a las Islas Maldivas debe ser entendido en un contexto regional, donde Asia meridional aparece como una región que está convergiendo y que, por lo tanto, debe actuar con una mayor cohesión. El factor regional otorga a la India un poder preeminente y matiza su relativa debilidad al tener que competir con los otros poderes asiáticos, principalmente China. El factor regional también supone un intento de ganarse a los países de la SAARC como aliados indiscutibles, ya que éstos siempre han contemplado a su gran vecino con bastante temor y en consecuencia han buscado un contrapeso en alianzas externas con China y EEUU. Un ejemplo de ello ha sido el caso de Sri Lanka.

La situación en Sri Lanka

Tras Indonesia, Sri Lanka ha sido el país más afectado por la ola gigante. La pérdida de vidas humanas, el número de afectados y los daños materiales han representado un nuevo golpe para un país cuyos últimos veinte años han estado marcados por el conflicto tamil. Las actividades violentas del LTTE (Liberation Tigers of Tamil Eelam), un grupo armado que demanda un Estado para los tamiles como reacción a la opresión del gobierno cingalés y que ha conseguido funcionar como una administración paralela, ha afectado negativamente a la economía del país y a sus posibilidades de desarrollo.

El tsunami ha castigado particularmente a toda la zona controlada por la guerrilla tamil, al norte y al este del país, lo que ha dado pie a especulaciones de que la catástrofe produciría algún tipo de acercamiento con el gobierno de Colombo. En los últimos tiempos, la tregua promovida por Noruega con los acuerdos de 2002 parecía tambalearse por el rebrote de la violencia y las críticas de incumplimiento del pacto del LTTE al gobierno. Después de la catástrofe, y a pesar de la delicada situación del país y de que ambas partes habían acordado en un primer momento una gestión conjunta de la ayuda humanitaria, las críticas de unos y otros no han hecho más que corroborar la fragilidad de la situación.

El gobierno de Colombo ha puesto un énfasis especial en restringir el acceso a la zona controlada por el LTTE, particularmente de los medios y del personal aportados por determinados países, como la propia India y EEUU, cuyas labores de ayuda se coordinaron desde el sur del país, concretamente desde la ciudad de Galle. Además, la presencia estadounidense no agrada a los separatistas tamiles, debido a que EEUU siempre ha apoyado las posiciones de Colombo y en el mismo sentido, aunque por razones diferentes, las tropas indias no son bienvenidas en las provincias del norte. Con esta política, la presidenta Kumatarunga pretende mantener la estabilidad y la tregua en las circunstancias actuales, ya que un aumento de la tensión pondría al país ante una situación peligrosa.

El gobierno indio realizó una contribución inicial de 22 millones de dólares, además de las labores de asistencia, reafirmando así su compromiso de participar en la reconstrucción en las zonas afectadas. Se abre, por lo tanto, un nuevo período de colaboración entre Nueva Delhi y Colombo que quizá pueda solventar desavenencias anteriores. Como es sabido, los dos países han tenido profundos desencuentros en el pasado a raíz de la intervención fallida de la misión india de paz de 1987, solicitada en un principio por Sri Lanka, pero que agravó el problema y acabó en una bochornosa retirada de las tropas indias tres años más tarde. Sri Lanka, al igual que otros pequeños países de Asia meridional, ha buscado constantemente alianzas extrarregionales para contrarrestar la incómoda situación de vivir con un gigante al norte.

La presencia de ahora en adelante de la ayuda india, como ya se ha señalado, tampoco va a ser la única y es probable que de algún modo se refuercen los lazos, y no sólo los económicos, entre Washington y Colombo. EEUU siempre ha tenido un cierto interés por la isla dada su importancia estratégica, sobre todo debido a las facilidades portuarias en el Estrecho de Palk, un tema que India quiso zanjar con Sri Lanka. La colaboración entre la India y EEUU en las tareas de reconstrucción de la isla representa una oportunidad para que ambos sopesen sus intereses en la zona.

Conclusiones: Todo parece indicar que las consecuencias geopolíticas del tsunami van a producir pocos cambios a nivel internacional. No se deberían pues extraer conclusiones fuera de contexto a partir de reacciones puntuales como ha sido la del gobierno indio. Sin desechar completamente el “juego de gran potencia” desempeñado por Nueva Delhi, ésta ha diseñado su gestión política de la catástrofe con una clara orientación regional, en consonancia con su política de “Mirar a Oriente” y su papel dentro de la SAARC.

Básicamente, el gobierno indio ha tomado posiciones de cara al futuro inmediato de la región, que probablemente se caracterizará por una mayor presencia estadounidense en las tareas de reconstrucción, pero también en la defensa de los intereses de EEUU. Ante este escenario, la India considera necesario compartir esa proyección regional con Washington, frente a otros poderes menos deseables (como China), pero sin que tal cosa amenace su posición privilegiada en Asia meridional. También parece factible que la diplomacia estadounidense se deje ver en otros niveles, pudiendo ejercer algún tipo de presión e influencia indirectas en algunos conflictos de la zona y en el balance de poder en esa parte del mundo, tanto en el Índico como en el sudeste asiático.

El gobierno de Sri Lanka, uno de los principales países castigados por la catástrofe, se enfrenta a la difícil tarea de recomponer su situación económica y, al mismo tiempo, mantener el frágil equilibrio de diálogo con el LTTE, muy necesario en las circunstancias actuales. Las desastrosas condiciones en que han quedado las áreas controladas por la guerrilla hacen pensar que es poco probable que se reanude la violencia en un futuro inmediato. De la habilidad y el tacto que despliegue el gobierno de Colombo en los próximos meses con respecto a los tamiles de las provincias del norte va a depender la posible evolución política del país.