Asia necesita “abenomics”

Una vez más, Japón da la nota discordante en Asia. Durante las dos décadas en que, una tras otra, las economías asiáticas pegaron un salto, la de Japón estuvo prácticamente estancada. Ahora que el crecimiento del PIB en los dos gigantes de Asia (China y la India) se está desacelerando bruscamente (caída que aparentemente afectará el desempeño económico en gran parte del resto de Asia), Japón registra su mejor nivel de crecimiento desde el boom de los ochenta.

Pero así como los milagros económicos asiáticos de décadas recientes siguieron el ejemplo del modelo económico aplicado en Japón durante la posguerra, tal vez las reformas que está implementando el primer ministro Shinzo Abe (la llamada “abenomics”) puedan mostrarle a las economías asiáticas un modo de recuperar el crecimiento. Para evitar que los efectos de la desaceleración de China afecten a toda la región y pongan en peligro la integración económica ya lograda, es necesario que los gobiernos de Asia (empezando por China) adopten reformas similares.

¿Cómo fue que el auge asiático se diluyó con tanta rapidez? Se dice que la economía es un campo ajeno a las pasiones, pero aún así, las economías exitosas son propensas a experimentar una de las emociones más peligrosas que existen: la autocomplacencia, el exceso de orgullo que Confucio condenó y que impide a los gobiernos reformar modelos que resultaron eficaces, incluso cuando comienzan a aparecerles tensiones.

Esta actitud le costó muy cara a Japón. Incluso después del estallido de la burbuja inmobiliaria japonesa, hace 24 años, las autoridades siguieron creyendo que el modelo de crecimiento del país no necesitaba ajustes. Esto dio lugar a dos décadas perdidas de deflación y aislamiento, hasta que Japón finalmente encaró las reformas necesarias para poner en marcha un nuevo modelo económico más abierto y, por consiguiente, más vibrante.

Parece que ahora China y la India también sucumbieron a la hubris económica. Tres décadas de éxito en China y una década en la que India supuestamente superó la vieja y lenta “tasa de crecimiento hindú” llegan a su fin con una rápida desaceleración de ambas economías. Y en ambos casos, la razón es la misma: la demora en implementar reformas, resultado directo de la actitud de los gobiernos, tan satisfechos con las condiciones actuales que no hacen nada por enfrentar los riesgos crecientes que trae el futuro.

El gobierno de China sigue haciéndole la vista gorda a bancos que prestan dinero a gente con buenos contactos políticos, o que toleran a empresas con mala disciplina financiera (mayormente, de propiedad estatal). De hecho, el total de la deuda pública y privada en China ya equivale aproximadamente al 200% del PIB, un aumento de más de un tercio en cinco años. La imprudencia crediticia resta eficiencia a la asignación de capital e impide a China poner fin al modelo inversor‑exportador de las últimas tres décadas y reemplazarlo por un modelo de crecimiento basado más en el consumo interno.

Del mismo modo, India había adoptado medidas de liberalización económica, pero las revirtió en años recientes. Los planes de permitir la inversión extranjera en sectores económicos clave (como el del comercio minorista) están suspendidos. En industrias críticas (los dos ejemplos más importantes tal vez sean las comunicaciones móviles y la minería) el amiguismo corrompió el proceso de privatizaciones.

Además, India sigue siendo una economía introspectiva, que atrae relativamente poca inversión extranjera y participa mucho menos de lo que debería en el comercio internacional. No obstante el renombre de su industria del software, el país apenas está integrado a las cadenas de producción que sostienen los flujos de comercio regional de Asia. El resultado (tan visible ahora como era predecible antes) ha sido una abrupta desaceleración del crecimiento económico.

Hay que reconocer sin embargo que en algunos países hay cada vez más conciencia de la necesidad de hacer cambios. En Corea del Sur, la elección presidencial de 2012 giró en torno de la necesidad de recuperar el dinamismo económico y terminó con la asunción al poder de la primera presidenta (mujer) de la historia del país, Park Geun-hye. Hoy, Corea está pendiente de un importante debate respecto de cómo reformar los chaebol, los monstruosos conglomerados industriales que ayudaron en gran medida a sacar al país de la pobreza y lo promovieron a las primeras filas de la economía mundial. Park es hija del ex presidente Park Chung-hee (el que colocó a los chaebol en el centro de la economía surcoreana); puede ser que esto le dé la credibilidad que necesita para reformular el papel económico de estas empresas.

En otras partes de Asia, China incluida, el debate apenas comienza. Pero hay que implementar reformas pronto (especialmente en el sector financiero), porque en la mayoría de los países (India es la gran excepción), está cerrándose o ya se cerró la ventana demográfica (el período durante el cual la población en edad laboral está en crecimiento). Que las tradicionalmente altas tasas de ahorro asiáticas disminuyan no es necesariamente malo; después de todo, es común que el consumo aumente cuando la población envejece. Pero ahora es necesario que los ahorros se inviertan con mucha más eficiencia que antes. Las décadas perdidas en Japón son un recordatorio amargo del costo económico que supone descuidar esta clase de reformas.

Además, financiar las inversiones actuales endeudándose en dólares estadounidenses (como hicieron muchas economías emergentes en los últimos años, cuando la política de flexibilización cuantitativa de la Reserva Federal de Estados Unidos inundó los mercados emergentes con dinero barato) no es lo mismo. Tras el anuncio de la Reserva Federal de que piensa reducir la política de flexibilización, países como Indonesia, Tailandia y otros se encuentran en dificultades para pagar sus préstamos, a medida que caen sus tipos de cambio respecto del dólar. De hecho, hay tanta deuda acumulada que los mercados temen que la crisis financiera asiática se repita.

El precedente japonés es aún más importante porque, 16 años después de la crisis financiera asiática, que prácticamente anuló varias décadas de crecimiento trabajosamente conseguido, los bancos y mercados de capitales asiáticos siguen siendo ineficientes. Las economías de Asia necesitan mercados de capitales estables y bien regulados, que puedan redirigir los ahorros hacia las inversiones más rentables. Pero en la actualidad, el sector financiero está mal regulado (culpa, sobre todo, de China) y hace una valoración incorrecta del precio del capital. Además, la posición de los bancos es demasiado dominante: Asia (Japón incluido) representa más de la mitad de la población mundial, pero apenas la cuarta parte de la capitalización global del mercado de capitales.

Hace dieciséis años, a continuación de la decisión del gobierno tailandés de hacer frente a ataques especulativos permitiendo la flotación del baht, estalló la crisis financiera asiática. Las respuestas de los gobiernos a esa crisis siguen definiendo en gran medida la política económica de la región en la actualidad. Para que en Asia no se repita otra crisis de similar escala ni se pierdan décadas de crecimiento, sus gobiernos deben adoptar reformas generales como las que está emprendiendo Japón. Parece que la “abenomics” es para todos.

Yuriko Koike, Japan's former defense minister and national security adviser, was Chairwoman of Japan's Liberal Democrat Party and currently is a member of the National Diet. Traducción: Esteban Flamini.

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