Atado a una quimera

Define el diccionario de la Real Academia Española la quimera como «aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo».

Durante la presente semana, el presidente Sánchez ha terminado de vincular el futuro de la formación política a la que representa, el Partido Socialista Obrero Español, a los designios de un movimiento independentista de izquierdas, como es Euskal Herria Bildu, por contraposición a retornar al entendimiento con la mayoría de los españoles no independentistas, representados por las opciones del centroderecha español. En la disyuntiva, ha optado por la izquierda, aun siendo ésta independentista, en lugar de optar por el encuentro con la mayoría de los españoles representados por opciones no independentistas, aunque no sean de izquierdas.

En otras palabras, bajo el liderazgo de Pedro Sánchez, el socialismo español ha dado la espalda al interés general de los españoles para garantizarse, a través del apoyo de los que no se sienten concernidos por este interés general, su mantenimiento en el Gobierno y la posibilidad de imponer así, al conjunto de la sociedad, su agenda pretendidamente progresista.

El nacionalismo vasco se apoya, desde su fundación, en la supuesta existencia de una soberanía hipotéticamente nacional presuntamente sojuzgada por la imposición de un poder externo a esta soberanía, como lo es el de la nación española. La realidad, por el contrario, es que la construcción de la nación española se ha producido a través de los siglos, por medio de una incorporación sucesiva de reinos y territorios al proyecto colectivo compartido que ha llegado a configurar la realidad que, en el concierto internacional, todos conocemos como España.

Esta realidad, tan evidente, lleva más de un siglo sometida a desafíos internos por la actuación del nacionalismo vasco, que encontró en el fenómeno del terrorismo etarra la plasmación evidente de la incapacidad de alcanzar sus objetivos por la vía del diálogo y de la razón, recurriendo al uso de las armas y el terror para imponer su voluntad y atar la realidad de los vascos a la quimera de la imposible independencia de esta región de España, sobre la base de una soberanía hipotéticamente nacional, que no existe. Y es que éste es el mantra que los nacionalistas repiten sin cesar como para ver si a fuerza de repetirlo acaba convirtiéndose en realidad. El de la soberanía vasca. El artículo 1.2 de la Constitución española, marco de nuestro ordenamiento legal, establece, porque así lo quisimos el conjunto de los españoles, que «la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del estado». Y es que la soberanía no se compartimenta. La soberanía vasca no existe, como no existe la soberanía murciana, ni la manchega. La soberanía reside en el pueblo español del que los vascos formamos parte. Y es que conviene no jugar, semánticamente, con conceptos tan fundamentales para la evolución de las sociedades.

Cuando la violencia dejó de ser sostenible, la aparcaron y en teoría se pasaron a la política convencional. No obstante, la presencia subliminal de esa violencia continúa presente en los municipios vascos entre los que es difícil encontrar ayuntamientos en los que, respetando la legalidad vigente, ondee la bandera nacional, con la normalidad con la que debería hacerlo.

Los vascos del sur de los Pirineos y los navarros por la misma razón, ni más ni menos, nunca dejaremos de ser españoles, porque es lisa y llanamente lo que somos. Somos colaboradores históricos necesarios, junto con castellanos, manchegos, catalanes, gallegos, andaluces, murcianos y resto de pueblos de España de la construcción de este proyecto nacional reconocido e identificado por el conjunto de las naciones del mundo como España. Los independentistas en general y los independentistas vascos en particular dicen estar atados a este Estado contra su voluntad, cuando en realidad son copartícipes de su configuración y constitución así como de la realidad que conforma en la actualidad.

Los hijos de la diáspora democrática vasca, aquellos que fuimos expulsados de nuestra tierra y de nuestro universo de afectos por no compartir el ideario nacionalista de confrontación y de insolidaridad con el resto de España, nunca aceptaremos la legitimidad del proceso por el cual, un buen día, los independentistas radicales vascos determinaron que sólo su visión racista, xenófoba y de odio a todo lo que significase España era la genuinamente vasca y emprendieron un camino de imposición, de extorsión, de chantaje, de aislamiento, de expulsión y de asesinatos del que a día de hoy no han expresado arrepentimiento sincero y creíble. Es más, como es sabido, se afanan en el culto a un relato esquizofrénico que pretende hacer de aquella época de barbarie un entorno de actuaciones heroicas.

Lo que sí es cierto es que mientras ellos se obstinan en querer hacernos creer que esa visión sectaria y egocéntrica de la realidad nacional en la que están instalados es irrenunciable, las energías de la nación se consumen en el debate cotidiano sobre la armonía entre las diferentes comunidades de España y son, lamentablemente, un obstáculo para el progreso colectivo de nuestra nación, de la que ellos también forman parte indisociable.

Sería de agradecer que reconociesen lo «quimérico» de sus aspiraciones, se alejasen de ensoñaciones identitarias excluyentes y se dispusieran a arrimar el hombro junto al resto de los españoles para continuar haciendo lo que hemos hecho los vascos y los navarros a lo largo de la historia: aportar lo mejor de nosotros mismos para que esta nación, la España de todos, progrese hacia el futuro, de la manera que sus hijos merecen.

Lamentablemente, para el mantenimiento de sus anhelos, ha acudido en su auxilio el Partido Socialista Obrero Español. El presidente Sánchez, con su cortoplacismo practicante, ha acabado por pulverizar lo que en algún momento de lucidez pretérita del Partido Socialista Español, alguien definió como «líneas rojas». Ya no queda ninguna.

En su lugar, el Partido Socialista de hoy se ha encadenado a lo que eufemísticamente denominan la izquierda abertzale y parece pretender mantener el futuro de todos atado a una quimera.

Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu es diputado nacional por Melilla del Grupo Parlamentario Popular.

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