Ateísmo publicitario

Grandes anuncios en los autobuses londinenses proclaman que lo más probable es que Dios no exista. Recomiendan a la ciudadanía que deje de preocuparse y que goce de la vida, libre de tal superstición.

Yo que creía que el ateísmo era sacrosanto, y más aún el agnosticismo. ¿Es que ya no hay nada sagrado? Ingenuamente pensaba que solo las religiones, desde tiempo inmemorial, se habían dedicado a la promoción publicitaria de sus presuntas verdades. (Por cierto, lo hacen regularmente en los autobuses londinenses, así como en la mayor compañía inglesa, propiedad de un evangelista de tomo y lomo). Ateos y agnósticos se han abstenido de ello, por lo menos en países civilizados. La excepción proviene de regímenes tan deliciosos como el que prevaleció en la Unión Soviética, con sus juventudes ateas, o la China comunista, donde hasta el confucianismo sufrió los zarpazos de la persecución oficial. En países democráticos, los ateos procuran persuadir y conversar con quienes no lo son. Puede sorprender que caigan en cosa tan vulgar como la mera publicidad. Pero tienen sus buenas razones.

Que la cosa mediática se haya inmiscuido en los entresijos del respetable ateísmo y, a mi modesto entender, más respetable aún agnosticismo, tiene que darnos qué pensar y contra lo que reza (nunca mejor dicho, reza) el cauto anuncio en London Transport.

Piensa uno con melancolía en los grandes ateos que en el mundo han sido: el gran pensador político, por cierto, inglés, Thomas Hobbes o el conmovedor Benito de Spinoza (más panteísta que ateo, naturalmente), y se sobrecoge al imaginar qué dirían ellos si vieran que sus más racionales creencias, tan bien demostradas con transparente lógica, acaban proclamándose --como en una religión cualquiera-- en los costados de los vehículos, los muros de los edificios y, pronto --¿porqué no?--, en los altavoces de los estadios o en los anuncios de la televisión o la radio. El paso ha sido dado ya.

Del universo mediático podía esperarse todo, pero quedaba un rescoldo de esperanza entre ingenuos --no pocos de ellos, agnósticos, y hasta algún que otro ateo-- de que por lo menos el noble escepticismo --afín a la ciencia, connatural a la filosofía racional, esencial para el pensamiento crítico moderno-- no sería proclamado a los cuatro vientos bajo pretextos de publicidad pagada. (Los epígonos y secuaces del filósofo ateo militante Richard Dawkins reunieron, para empezar su campaña, 116.000 libras).

Algún aspecto del anuncio no resiste el análisis, pero eso poco importa en el mundo publicitario. ¿Qué hace suponer a nuestros teoescépticos que la eliminación de la creencia en el Todopoderoso produce felicidad? No hay pruebas definitivas de que lo uno lleve a lo otro. Precisamente, la creencia en un Padre Eterno o Ser Supremo puede engendrar consuelo, explicar la vida y ayudar a muchos a resignarse ante las desgracias. Bien es cierto que las certidumbres sobrenaturales y los dogmas ultraterrenos pueden también fomentar la persecución del hereje, el funcionamiento de la Inquisición y las matanzas de apóstatas, infieles y otras gentes peligrosas. Lo cual, si demuestra algo, es la ambivalencia radical de las creencias religiosas. En unos casos fomentan la convivencia, la tolerancia, el perdón, la caridad. En otros, muchos, el fanatismo y la persecución. Con lo cual, el llamamiento de hacia la felicidad por el ateísmo carece de cierto fundamento lógico. Unas veces, sí, y otras, no.

Los anuncios de los teoescépticos expresan una gran ofensiva espontánea --no es una conspiración-- que se está produciendo en diversos ambientes cultos, sobre todo en el ámbito anglosajón, a favor de un ateísmo militante y cientifista. (No necesariamente científico, que no es lo mismo). Mientras que en países como el nuestro ha predominado más el anticlericalismo que el ateísmo, en otros, como los de civilización británica, no ha habido propiamente anticlericalismo, aunque sí un ateísmo bien fundado argumentativa y filosóficamente.

LOS 150 años de la publicación, en 1859, de El origen de las especies, que tantas academias del mundo celebran con la debida solemnidad, ha venido a enriquecer el debate a causa de que la hipótesis sobrenatural creacionista queda eliminada de la fértil hipótesis de Charles Darwin. Si los llamados creacionistas y, en especial, los abogados de la peregrina teoría del diseño inteligente no se hubieran enzarzado en un ataque contra Darwin al tiempo que lo hacían contra los ateos y hasta con los agnósticos, hubiéramos salido mejor parados de la refriega. Uno no tiene por qué ser darwinista y ateo a la vez por lo que a la creación se refiere. Si usted piensa que el big bang lo creó algún dios, el problema es de usted, no mío. Pero la publicidad confunde, humilla y aumenta la empanada mental del ciudadano que, con sus prisas, intenta ir a su trabajo y a lo suyo haya o no crisis. Solo faltaba ahora que los ateos publicitarios les aguaran la fiesta. ¿No teníamos bastante con la crisis económica y la recesión?

Con la publicidad se venden automóviles, prendas íntimas, viajes a Cancún, candidatos presidenciales y, naturalmente, religiones varias. También, por lo visto, el sagrado escepticismo.

Salvador Giner, presidente del Institut d'Estudis Catalans.