Atención a los regalos envenenados

Timeo Danaos et dona ferentes. "Temo a los griegos incluso cuando vienen con regalos". Con estas palabras advertía Laoconte a los troyanos, exhortándoles a rechazar el famoso caballo de madera que los griegos habían dejado frente a las puertas de la ciudad.

La Bruselas actual no es Troya, pero la lección de los clásicos sigue siendo válida: hasta la mejor de las ideas puede tener griego encerrado, y siempre es aconsejable considerar bien una decisión antes de adoptarla.

El ejército europeo es una de esas propuestas que a primera vista parecen una excelente idea. Si los veintisiete comparten mercado, instituciones, moneda y símbolos comunes ¿por qué no unir también sus fuerzas armadas? Si hubiéramos contado con nuestro propio ejército quizás habríamos evitado el caos que la retirada estadounidense ha provocado en Afganistán.

Atención a los regalos envenenadosEl debate de la defensa europea es uno de los más importantes para España, y está íntimamente ligado al concepto de la autonomía estratégica de la Unión Europea: la idea de que Europa tiene unos intereses distintos a los de Estados Unidos que debe proteger por sí sola. Por ello es bueno que revisemos sus entrañas antes de abrirle las puertas de nuestra ciudad, no sea que se oculten griegos en su interior. O franceses, en este caso. Ello requiere responder a estas preguntas: ¿cómo surgió la idea del ejército europeo? ¿Quién se beneficia? ¿Por qué la ha rescatado Borrell precisamente ahora? Y quizás la más importante: ¿le conviene a España?

La idea es tan antigua como la propia UE. Ante el dilema de cómo rearmar a Alemania para contener a los soviéticos, sin comprometer la seguridad de Francia, surgió la Comunidad Europea de Defensa, un ejército europeo con una dirección política y militar comunitaria. Este último elemento sigue siendo relevante 70 años después, ya que un ejército es algo más que soldados y armamento. Toda fuerza armada necesita una dirección política y militar que decida cuándo y de qué manera utilizarlo.

La Asamblea Nacional francesa rechazó la propuesta, y el problema se solucionó con la inclusión de Alemania occidental en la OTAN, lo que garantizó la seguridad y la prosperidad de Europa durante las cuatro décadas siguientes. Este arreglo enterró la idea de un ejército europeo, pero no todos aceptaron de buen grado la sumisión a los intereses de Washington.

"Francia no puede ser Francia sin la grandeza". Con esta frase, Charles De Gaulle encapsuló el espíritu de la V República francesa, y sentó las bases de una visión internacional que aún impregna las políticas del Elíseo: en un mundo de bloques enfrentados, Europa -bajo liderazgo francés- velará mejor por sus propios intereses como un actor autónomo. A tal fin, De Gaulle sacó a Francia de la estructura militar de la OTAN, bloqueó la entrada del Reino Unido en las Comunidades Europeas y estrechó lazos con la Unión Soviética.

La autonomía estratégica que hoy propugna Borrell, y de la que el ejército europeo es un pilar imprescindible, no es sino la actualización de esa ambición gaullista. Pero Francia no podía alcanzar por sí sola esta visión de Europa. Necesitaba un socio. La Alemania de posguerra entendió que su recuperación económica y moral pasaba por anclarse a las democracias occidentales, y que el punto de partida debía ser la reconciliación con Francia. El eje franco-alemán, que hoy domina la política europea, nació así en 1963 con la firma del Tratado del Elíseo por De Gaulle y Adenauer.

El éxito del dúo París-Berlín se debe a dos motivos. El primero es su carácter complementario: Francia lidera en los planos diplomáticos, militar y político, y Alemania en el económico. El segundo es su enorme peso relativo en el seno de la UE, ya que, juntos, Francia y Alemania suman 150 millones de habitantes y representan el 40% del PIB comunitario. La fórmula funciona tan bien que, cuando Angela Merkel y Emmanuel Macron firmaron en 2019 el Tratado de Aquisgrán, se limitaron a renovar unos votos matrimoniales acordados cincuenta y seis años atrás. Esta simbiosis les ha permitido a París y Berlín marcar la agenda política en Bruselas. Por ello, cuando el Alto Representante Josep Borrell habla de autonomía estratégica o de ejército europeo, lo hace a instancias de este dúo.

Macron, que aspira a ser un nuevo De Gaulle, necesita un ejército que le permita desligarse de la OTAN y la influencia de Washington, para alcanzar las ambiciones globales de Francia. Alemania ve en la autonomía estratégica la forma de evitar que sus intereses económicos y energéticos queden atrapados por la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China.

Que el dúo entre Alemania y Francia sea formidable no implica que no encontrara resistencia. La salida de De Gaulle despejó el ingreso del Reino Unido a las Comunidades Europeas, a quien guiaba la máxima geopolítica de que un continente unido supone una amenaza para su seguridad. Gran Bretaña se unió al club por los beneficios económicos, pero también para contener sus ambiciones federales. Por supuesto, ideas como el ejército europeo eran anatema para Londres, que ve en la OTAN la mejor garantía para su seguridad y su influencia internacional, una vez finiquitadas las glorias imperiales. Cuando la ajustada victoria del Brexit eliminó el veto británico a la integración militar de la UE, Francia y Alemania encontraron vía libre a sus planes.

Reino Unido fue siempre el socio más reacio a la idea del ejército europeo, pero no el único. Los países del norte y centro recelan de cualquier iniciativa que mine la integridad de la OTAN o federalice aún más a la UE. En particular, Polonia y los Estados bálticos ven con preocupación la cercanía de Francia y Alemania con Rusia, su principal amenaza de seguridad.

La victoria de Trump en 2016 y sus críticas a la OTAN dieron alas a los partidarios de la autonomía estratégica y la integración militar, pero el regreso de los demócratas a la Casa Blanca y el tono distinto de la Administración Biden le restaron de nuevo atractivo político a la idea. Con la caótica retirada de Afganistán, Borrell, ha aprovechado para volver a abrir el debate, y el arranque de la presidencia francesa del Consejo en 2022 augura que irá para largo.

Ahora que ya sabemos que la autonomía estratégica y el ejército comunitario son en realidad los intereses nacionales de Francia y Alemania, envueltos en la bandera de la UE, cabe preguntarse ¿le conviene a España? Confiar nuestra defensa a un ejército europeo controlado fundamentalmente por Francia y Alemania es algo que España solo puede permitirse con la certeza absoluta de que París y Berlín comparten nuestros intereses de seguridad. La historia reciente demuestra que no siempre ha sido así.

Cuando estalló la crisis de Perejil en 2002 y España estuvo al borde del conflicto abierto con Marruecos, la respuesta de Francia fue sugerirle a Aznar que entregara Ceuta y Melilla a Rabat; si la situación no escaló fue gracias a la mediación de EEUU, con quien el Gobierno de entonces mantenía unas excelentes relaciones.

Dado el mal estado de los vínculos actuales con Washington y el constante trapicheo de Sánchez con la soberanía y la integridad territorial de España, aterra pensar qué ocurriría si se repitiera hoy una crisis similar. Y aún más si la defensa de nuestro país dependiera de un ejército que no controlamos.

En el contexto actual, España tiene pocos incentivos para apoyar una iniciativa pensada para socavar a la OTAN y que no aporta ninguna garantía de seguridad adicional a nuestro país. Al contrario, el interés nacional pasa por profundizar los vínculos con EEUU y reforzar nuestras capacidades de defensa en el marco de la Alianza Atlántica.

Un tributo a los dioses puede esconder una trampa en su interior. Y no todo lo que viene de Europa es siempre lo mejor para España. Francia y Alemania ven a la Unión Europea como un vehículo para sus intereses nacionales. Y hacen bien. Para eso la crearon.

Va siendo hora de que nosotros empecemos a hacer lo mismo.

José Ramón Bauzá es eurodiputado de Ciudadanos en el Parlamento europeo y miembro de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Eurocámara.

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