Atención médica sin amantes protectores

Durante una cena reciente en un restaurant en la capital de Nigeria, Abuja, observé a una pareja mal avenida. El hombre parecía tener por lo menos 60 años, pero llevaba puestos un jean muy angosto y una remera sin mangas ajustada, con una cadena de oro grande y anteojos de sol oscuros, a pesar de que eran más de las ocho de la noche. Su compañera, que no parecía tener más de 22 años, caminaba de prisa detrás de él con tres amigas. La joven intentaba incluirlo en su conversación, incluso se inclinaba ocasionalmente para darle un beso, pero una sonrisa frágil no podía ocultar el creciente malestar de su amante rico.

Por supuesto, este tipo de relaciones no son nuevas y tampoco se limitan a Nigeria. A pocos les sorprende ver que un hombre mayor adinerado se involucre con una mujer más joven y más pobre, a quien le promete financiar su educación, sus viajes o sus compras a cambio de su compañía. Lo que sí sorprende es cuando una de estas relaciones se convierte en algo profundo y duradero.

La relación entre África y Occidente, especialmente en lo que concierne a la asistencia médica, se asemeja marcadamente a esta dinámica de tío rico. Durante décadas, las innovaciones en el ámbito de la salud fueron copiadas de los países desarrollados, tal vez con leves variaciones, en base al concepto de que el padre sabe más. Pero los resultados han sido engorrosos, caros y casi nunca sustentables.

La realidad es que las necesidades, intereses y recursos de los países africanos difieren sustancialmente de los de sus pares occidentales. Por ejemplo, en la mayoría de los países europeos, existen aproximadamente 30 médicos por cada 1.000 pacientes; en Nigeria, esa relación está más cerca de 4 cada 100.000. Dadas estas divergencias, no sorprende que los protocolos médicos occidentales no funcionen en los países en desarrollo.

El problema es que ha sido difícil deshacerse de la idea de que la innovación sólo fluye en una dirección: de norte a sur. Los países en desarrollo pueden ayudar a mejorar los sistemas de atención médica de los países occidentales, que distan de ser perfectos (inclusive fronteras adentro).

De hecho, a medida que las poblaciones de los países avanzados envejecen, los costos de la atención médica están entrando en una espiral fuera de control. Se espera que el gasto total en salud médica en Estados Unidos alcance los 4,8 billones de dólares -casi una quinta parte del PBI- en 2021, con respecto a los 2,6 billones de dólares en 2010 y los 75.000 millones de dólares en 1970. De la misma manera, en Europa, el gasto público en atención médica podría aumentar del 8% del PBI en 2000 al 14% en 2030.

Los avances en tecnología médica también contribuyen considerablemente -38-65%, según la Robert Wood Johnson Foundation- al incremento del gasto en atención médica. Esas tecnologías expanden el rango de tratamientos disponibles para los pacientes, pero muchas veces sustituyendo opciones de menores costos por servicios de costos más elevados. Se necesitan soluciones más efectivas en términos de costos para asegurar que más gente pueda tener acceso a tecnologías médicas que salvan vidas.

Ahí es donde entran en juego las innovaciones de los países en desarrollo. Una conectividad global cada vez mayor ha reformulado el paisaje de la innovación, permitiendo que todo aquel que tenga un teléfono móvil o una conexión a Internet acceda a las ideas y los recursos que necesita para ofrecer sistemas innovadores. Si a esto le sumamos un nivel de necesidad que los países desarrollados no comparten, los países en desarrollo no sólo pueden revolucionar sus propios sistemas de atención médica; también pueden ayudar a encontrar soluciones para el brete de la atención médica del mundo desarrollado.

La buena noticia es que el potencial innovador de los países en desarrollo se está volviendo cada vez más evidente. Para evitar las limitaciones impuestas por la falta de infraestructura moderna de sus países, los africanos cada vez sacan más provecho de las tecnologías móviles y de las fuentes de energía renovable como la energía solar.

En términos de atención médica, está mPedigree Network de Ghana -la primera compañía en implementar sistemas móviles de código corto para detectar medicamentos falsos, que causan un promedio de 2.000 muertes por día en el mundo-. Mediante un teléfono celular básico, la gente puede instantáneamente -y sin costo- verificar si un remedio determinado es auténtico. De la misma manera, la incubadora Embrace, desarrollada en la India, cuesta aproximadamente 200 dólares -comparado con los 2.000 dólares de una incubadora convencional en Estados Unidos-, lo que le permite a millones de bebés nacidos con poco peso y prematuros acceder a este recurso que salva vidas.

Cientos de innovaciones como éstas están ofreciendo una atención médica de alta calidad a quienes más la necesitan, por hasta el 1% del costo en Estados Unidos, Europa o Japón. Este tipo de innovación puede mejorarles la vida a millones de personas en los países en desarrollo, a la vez que ayudaría a reducir los costos gigantescos de la atención médica en Occidente.

Las relaciones entre los señores maduros adinerados y sus acompañantes rara vez perduran en el tiempo. Pero una sociedad de iguales tiene posibilidades ventajosas. Es hora de que los líderes mundiales y las organizaciones multilaterales reconozcan y respalden el potencial de innovación de África -para el bien de todos.

Ola Orekunrin, a medical doctor and trainee helicopter pilot, is Managing Director of Flying Doctors Nigeria, West Africa’s first indigenous air ambulance service. She is a 2013 New Voices fellow at the Aspen Institute.

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