Atlas para geopolítica

La sociedad internacional de la segunda posguerra nació en algún lugar situado frente a las costas de Terranova, allí donde Roosevelt y Churchill firmaron la Carta del Atlántico en aquel lejano 14 de agosto de 1941. La nueva era global tendrá su origen en algún lugar cercano al estrecho de Malaca, y acaso se llamará el Pacto de Asia-Pacífico. Lo firmarán Barack Obama (por ahora) y el sucesor de Hu Jintao (con toda certeza). La historia sigue su curso imparable: desde Súmer al Mediterráneo; luego al Atlántico; desde allí, al Pacífico; en fin, estamos ya de regreso por el Índico hasta el Creciente Fértil, con una encrucijada en el estrecho de Ormuz, ahora de plena actualidad. Signos de los nuevos tiempos. Película de moda, Los descendientes: George Clooney en Hawai. En las listas de «no ficción», el análisis clarividente sobre China de Henry Kissinger. En televisión, los naufragios de los cruceros evocan la memoria de Lord Jim, el antihéroe de Joseph Conrad, errante por mares exóticos. La cumbre de seguridad nuclear se ha celebrado hace poco en Seúl, con asistencia del presidente del Gobierno. En fin, el hombre más poderoso del mundo (al menos, hasta el primer martes después del primer lunes de noviembre) nació en Honolulu y no en Texas o en Nueva Inglaterra. Vamos a enseñar a nuestros hijos la geografía universal, y no solo las raíces, a veces imaginarias, de alguna leyenda local. Acudan a la librería escolar y pidan un Atlas para Geopolítica. No se dejen vencer por el desaliento: si no hay mapa, no hay futuro….

Un repaso a los precedentes. «El torrente de la historia fluye de manera inexorable». Conviene leer a Steven Runciman (The fall of Constantinople, 1965) en el viejo puerto bizantino donde confluyen el mar de Mármara, el estrecho del Bósforo y el elegante Cuerno de Oro. El 29 de mayo de 1453, Mehtmet II, «el gran turco», consumó la caída de la ciudad imperial erigida por Constantino y refundada por Justiniano, codificador del derecho romano y constructor de Santa Sofía. ¿Cabe mayor gloria espiritual en un solo personaje? En San Vital de Rávena, otra maravilla bizantina, el viajero contempla con asombro los mosaicos que representan al emperador y a su emperatriz Teodora, rodeados por los séquitos respectivos. Se acerca la agonía: «...la luna estaba en cuarto menguante, y hombre y mujeres de la antigua ciudad cuyo símbolo había sido la luna se disponían a afrontar el desenlace inevitable». También hubo entonces ceguera intelectual al servicio de intereses a corto plazo. La frase se atribuye a un ministro del Imperio griego: «El turbante del sultán es preferible al capelo del cardenal». El guardián de las vanidades intelectuales nos libre de establecer comparaciones odiosas. Sobre todo, debemos evitar el anuncio de crisis irreversibles. Sin embargo, reconozcan ustedes conmigo que el lugar de privilegio de la vieja Europa corre —por desgracia— serio peligro. El eje geopolítico se desplaza hacia «otros mundos» que «no están en este», en contraste con las hermosas palabras de Paul Éluard, repetidas (aunque no identificadas) por el gran público gracias a un popular anuncio televisivo.

Veamos algunos libros de referencia en las universidades norteamericanas. Hace poco mencionaba en esta Tercera un ensayo sugestivo de Jared Diamond (Guns, Germs and Steel, 2007). El premio Pulitzer explica allí la función de armas, gérmenes y acero en la formación de las sociedades humanas, desde la prehistoria a la posmodernidad. Las tribus de Papúa-Nueva Guinea asumen según este enfoque el papel de protagonistas. Robert Kaplan (Monsoon, 2010) refleja fielmente el punto de vista de las élites culturales de los Estados Unidos: los monzones, símbolo de Asia-Pacífico, son el objetivo a dominar. Mal acostumbrados por los tópicos eurocéntricos, nos cuesta comprender la teoría de Kaplan sin consultar el atlas una y otra vez. Los procesos sociales son irreversibles, y no se trata de un juego de preferencias entre adictos y alérgicos. Es mejor asumir cuanto antes el Espíritu de la Época para no imitar —tarde y mal— al personaje de Balzac que, atado por sus prejuicios, sólo era capaz de reflexionar bajo el peso de la desgracia. La única gran potencia contemporánea es una talasocracia y está dispuesta a construir la historia global del siglo XXI con actores nuevos y escenarios diferentes. Un reciente discurso de Obama en Canberra y, en especial, el informe del Pentágono sobre prioridades estratégicas dejan las cosas muy claras. Eterna política de poder: el mismo tablero de ajedrez ocupado por piezas diferentes. Necesitamos al nuevo Raymond Aron. Por suerte o por desgracia, no es probable que sea francés, ni siquiera europeo, al menos de la «zona euro»…

Nuevos actores. El eterno Imperio del Centro aprende a su manera a ser potencia marítima. Con el apoyo del amigo americano, también la India aspira a disponer de una flota que domine su propio océano. El objetivo común es controlar el citado paso de Malaca, punto de confluencia entre Malasia, Singapur y Sumatra. Si yo fuera profesor de Derecho Internacional, preguntaría en el examen por el régimen jurídico de los estrechos. Como explico Ciencia Política, me limito a sugerir a los alumnos que aprendan chino y les pongo sobre la pista de ese mundo lejano y apasionante. Los más osados ya se animan a emprender la gran aventura… Para el historiador de las ideas, China plantea un jeroglífico atractivo. Ya saben que, según Hegel, allí esperaban la llegada de una religión universal que habría de venir del Occidente. Resulta que no era el cristianismo. Tampoco, por fortuna, el marxismo. Parece ser el «espíritu positivo» de Augusto Comte, algo así como el reino de la tecnología aplicado a las masas invertebradas: ambición, hedonismo, escepticismo. Ortega apuntaba en la dirección correcta: el mundo será diferente cuando el primer chino con coleta asome por los Urales….

¿Los españoles? Europa es ya política interior. Iberoamérica, faltaría más. El Mediterráneo, de buena o de mala gana. Pero también habrá sitio para los «otros mundos». Está en juego nuestro futuro, porque la sociedad del conocimiento será muy cruel con los rezagados. Tenemos empresas pujantes, capaces de ampliar el canal de Panamá y construir el AVE del desierto. Una lengua formidable, esa suerte de pozo de petróleo inagotable. En el prólogo a El siglo de las luces, el gran Alejo Carpentier reflexiona sobre una falsa especie de silencio que «el hombre tiene por silencio cuando no escucha voces parecidas a las suyas». La política exterior exige sentido de Estado y estrategias a largo plazo. Ganar o perder las elecciones es un accidente democrático. En cambio, ignorar el mensaje de la historia conduce sin remedio a la irrelevancia. La España del siglo XXI está en condiciones de afrontar un desafío de largo alcance. Nos anima la palabra del poeta: viajemos con Antonio Machado, desde los «mares arcanos» hacia los «mares remotos».

Por Benigno Pendás, director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.

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