Atracción hacia los hombres fuertes

Barack Obama fue entrevistado por el periodista Javier del Pino hace unos días en la SER y, al ser preguntado por el enorme seguimiento que un personaje como Trump lograba respondió que, en épocas de incertidumbre y miedo, aparece la atracción hacia los hombres fuertes. En consecuencia, el expresidente de Estados Unidos concluía que hay que aliviar esos temores y resentimientos de parte de la población para que triunfen la democracia, la igualdad y la participación. Si no se ofrecen alternativas, aparecen presidentes como Trump y escenarios contrarios al orden democrático progresista, como recientemente pasó en su país con el asalto al Capitolio en Washington.

Me resultó fascinante esa connotación negativa de “hombre fuerte”, ligada a la aparición de regímenes poco democráticos y líderes autoritarios. Coincidirán conmigo en que es inusual, especialmente en esta época de pandemia en que tantas veces se ha ensalzado el talante autoritario como único posible remedio a la crisis. Recuerdo, sobre todo al principio de la irrupción en nuestras vidas del coronavirus, en cuántas ocasiones se puso de ejemplo la actuación del Gobierno chino sin tener en cuenta los aspectos antidemocráticos de ese régimen que, de forma ineludible, teñían todas las actuaciones en ese país.

Por eso una afirmación como la que hace Obama es tan valiente. Fíjense en qué bando se ubica él cuando la pronuncia, un hombre que ha sido el presidente de la mayor potencia mundial: se coloca sin la menor duda en el lado de los hombres “no fuertes”, el de los hombres que ostentan una masculinidad diferente, mucho más cercana a la que tradicionalmente se ha considerado femenina. Y además asocia a ese nuevo estilo de liderazgo la democracia, la igualdad, la participación… todo aquello que es nuclear para quienes defendemos el progreso.

Las personas que hemos estado lidiando de una forma u otra con la superación de la pandemia sabemos de las presiones sociales para adoptar modos y estilos autárquicos, el tradicional “ordeno y mando” que, supuestamente, daría mejores resultados que cualquier otro. Sin embargo, lo que muestran los estudios de Psicología Social es que solo respuestas complejas pueden abordar crisis complejas. Y ya han aparecido investigaciones que señalan el mejor estilo de liderazgo como aquel que ha promovido equipos y actuaciones transversales, multisectoriales e interinstitucionales.

Muchos de esos liderazgos han sido ostentados por mujeres en el mundo: la laborista Jacinda Ardern, en Nueva Zelanda o la socialdemócrata Sanna Marin en Finlandia, por poner dos ejemplos muy citados. Se ha escrito tanto sobre ellas porque, precisamente, las mujeres estamos consideradas en las antípodas del “hombre fuerte” que soluciona las crisis. Por el contrario, se nos asocia con las llamadas “habilidades blandas” (soft skills) en contraposición a las que poseen los “hombres fuertes” y líderes clásicos (hard skills). Las primeras son competencias personales cuyo factor fundamental son las relaciones interpersonales y el trabajo conjunto. Tienen que ver con la empatía, la comprensión, la consideración individualizada, el trabajo en equipo, la comunicación, el sentido del humor y la sociabilidad.

Las segundas o “habilidades duras” son las destrezas asociadas al ámbito ejecutivo e impersonal y al liderazgo predominantemente masculino al que se le adscribe el estereotipo de fortaleza, firmeza, ambición y poder.

La socialización diferencial entre hombres y mujeres suele llevar aparejada una mayor frecuencia de habilidades duras entre hombres y blandas entre mujeres. Si ustedes distribuyen un texto económico a un grupo de personas y les pregunta quién lo ha escrito, la mayoría se decantará por la autoría masculina. En cambio, si ofrecen la lectura de un texto sociológico o lingüístico, se considerará mayoritariamente que ha sido escrito por una mujer, y esta diferente adscripción por género conlleva también una diferente valoración. Las habilidades duras han estado muy bien consideradas hasta hace poco, mientras que las blandas eran denostadas y minusvaloradas.

Por eso resulta chocante la ruptura del estereotipo que realiza Obama y que la crisis confirma: las habilidades imprescindibles para sortear crisis y situaciones complejas son las llamadas blandas, y no las duras, en las que con frecuencia destacan las mujeres líderes. Y son, además, las que promoverán sociedades participativas, igualitarias y democráticas.

Si abogamos por sociedades y organizaciones más horizontales, empáticas, cohesionadas y eficientes, habrá que desprenderse de esos hábitos tradicionales jerárquicos, agresivos y autoritarios. Afianzar la democracia y la igualdad no necesita ningún Trump, y sí muchas Arderns y Obamas.

Sara Berbel Sánchez es doctora en Psicología Social y gerente Ayuntamiento de Barcelona.

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