Atrapados en el estadio

Personas congregadas el pasado martes en el paseo Lluís Companys de Barcelona (AFP).
Personas congregadas el pasado martes en el paseo Lluís Companys de Barcelona (AFP).

Las imágenes del pasado martes en el paseo Lluís Companys de Barcelona nos acompañarán siempre. Estampa del tiempo que nos ha tocado vivir. Miles de personas aguardan la proclamación de la independencia de Catalunya como si estuvieran en el estadio. Muchos van ataviados como si tuvieran cita en el Camp Nou. En lugar de la bandera blaugrana, llevan la estelada anudada al cuello. Ecos y resonancias de los victoriosos Juegos Olímpicos de 1992 y de los grandes triunfos del FC Barcelona. Catalunya ha generado una intensa cultura de estadio en los últimos veinticinco años. Hemos de tener presente esta premisa para poder entender mejor lo que está pasando. El món ens mira.

La multitud se exalta cuando el presidente de la Generalitat enuncia, que no proclama, la independencia. El júbilo dura exactamente ocho segundos. La independencia más breve de la historia de la humanidad. Ocho segundos. El tiempo que tarda un balón de baloncesto en pasearse por la anilla –¡ay, ay, ay!– antes de caer fuera de la canasta. Ocho segundos. La multitud jubilosa se entristece de golpe. Algunos, pocos, maldicen al entrenador. Otros muchos, la mayoría, no entienden nada y marchan cabizbajos a casa, como en una mala tarde en el Camp Nou.

La política se ha convertido en crónica deportiva. Lo advirtió Barack Obama poco después de su llegada a la Casa Blanca. Todo es competición. Todo se mide en función de los resultados inmediatos. Todo lo que pretende ser trascendental acaba adquiriendo el formato de un espectáculo deportivo. La pelota, entra o no entra. La independencia se insinúa y se estrella en el larguero. La Fortuna es la diosa nuestros días. “Los estadios –ha escrito el filósofo alemán Peter Sloterdijk– se han convertido en las catedrales de una nueva religión fatalista”.

Catalunya es estos días un estadio. Miles de personas, atentas al balón de la historia, compartiendo entusiasmo y espanto en las gradas. Otras miles, muy angustiadas. ¿Qué pasará? Muchísima gente duerme mal estos días. No sólo en Catalunya. Han aumentado la venta de ansiolíticos y las consultas médicas.

La independencia low cost no existe. Estaba escrito y ahora muchos de los que se dejaron seducir por el realismo mágico lo están comprobando. Casi seiscientas empresas han trasladado su sede social fuera de Catalunya en menos de diez días. Los daños en la economía pueden ser enormes dentro de unos meses. Si pequeños empresarios, trabajadores industriales y empleados empiezan a ver sus intereses materiales seriamente amenazados, puede haber enfrentamiento civil. Los empleados públicos y los jubilados con ganas de vivir una segunda juventud –dos de las brigadas de infantería del soberanismo– no son fuerza suficiente sin el apoyo de quienes viven el riesgo cotidiano del trabajo autónomo o del contrato temporal. En privado, la plana mayor soberanista está horrorizada. No se esperaban la salida masiva de empresas. En público, disimulan, para no desmovilizar al estadio. Esta es la más grave responsabilidad a la que se enfrentan Carles Puigdemont y Oriol Junqueras.

EUROPA HA HABLADO

Este fin de semana, el estadio Catalunya está enfadado con Europa. Los principales dirigentes europeos se han pronunciado de manera suficientemente clara contra la independencia. Ha hablado Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, la principal figura institucional de la Unión. Tusk ha dicho tres cosas que hay que recordar para ir entendiendo las semanas venideras. Primera: crítica al Gobierno español por el uso de la fuerza (las escenas del 1 de octubre no se pueden volver a repetir). Segunda: exhortación a Puigdemont para que no adopte medidas que puedan impedir el diálogo (suspensión de la declaración unilateral de independencia).

Tercera: negociación dentro del marco constitucional (con la posible reforma del mismo). El polaco Tusk ha sugerido una línea. No ha ofrecido mediación. Esta distinción es importante. Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, ha reiterado que no habrá mediación, subrayando el efecto dominó que podría producirse en otros países de la Unión. El presidente francés, Emmanuel Macron, ha insistido personalmente en que no puede haber mediación europea. Lo mismo ha dicho Alemania. La Santa Sede, especialmente cautelosa, puesto que algunas instancias eclesiales locales están efectuando valiosas labores de intermediación estos días, ha dado a entender que no pueden actuar como en Venezuela. El primer ministro belga, Charles Michel, que gobierna con el apoyo de los soberanistas flamencos, ha dicho que apoyaría una mediación si dentro de un tiempo fracasase el diálogo. Filigrana belga. No hay apoyos europeos de primer nivel. No hay potentes ofertas de mediación. Esa es la verdad. Estaba escrito y ahora algunos se sorprenden.

Estados Unidos se ha pronunciado finalmente de un modo tajante. La nota del secretario de Estado, Rex Tillerson el 12 de octubre despeja cualquier ambigüedad. El Canadá de Justin Trudeau también se ha pronunciado en contra. El presidente de México, Enrique Peña Nieto ha dicho que nunca reconocería una Catalunya independiente. El discurso del Rey tuvo sus defectos, pero ha tenido sus efectos. No hay apoyos internacionales relevantes. No hay ofertas de mediación en firme. Lo único que hay son las intoxicaciones del potente canal de propaganda Russia Today (RT), financiado por el Kremlin y clasificado oficialmente en Moscú como una estructura estratégica del Estado ruso. ­Catalunya se está convirtiendo en munición para las maniobras de desestabilización de la Unión Europea. ¿Era Vladímir Putin la esperanza secreta de los estrategas del soberanismo? Cuesta creerlo, puesto que sus contactos iban en otra dirección. Alguien se ha equivocado en el comité invisible del soberanismo. Alguien ha calculado mal los posibles apoyos. Quizás alguien les ha engañado. Es probable que les hayan engañado. La nota del secretario de Estado Tillerson es concluyente.

BUSCANDO SALIDAS

La Generalitat ha ganado la batalla del relato en el exterior. Esto ya no lo dudan ni en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Los garrotazos del 1 de octubre han ­hecho un enorme daño a la imagen de España en el ­extranjero. “No queríamos referéndum, ni incidentes, y tuvimos urnas y unas imágenes espantosas en las televisiones de todo el mundo”, confesaba un ministro en la recepción del pasado jueves en el Palacio Real. El golpe psicológico ha sido duro. El escritor Antonio Muñoz Molina se lamentaba ayer en el diario El País del retorno de los tópicos negativos sobre España en el extranjero. En Francoland se titulaba el artículo. Se detecta en ambientes intelectuales de Madrid un indisimulado temor a un nuevo 1898. Un 98 interno.

La Generalitat ha ganado la batalla de la simpatía ante la prensa extranjera –no sin críticas muy relevantes, no sin duras advertencias–, pero los titulares de prensa nunca son cheques en blanco. Hay cierta corriente de simpatía, es verdad, pero no hay apoyos fácticos decisivos. No han aparecido cuando se les esperaba. La nota del secretario de Estado Tillerson es concluyente.

Sin apoyos internacionales y con una inesperada fuga de empresas de graves consecuencias, el grupo dirigente soberanista queda atrapado entre las gradas más inflamadas del estadio –que no quieren oír ni hablar de reculada– y la dura realidad. Se ponen a prueba estos días las lealtades internas y el relato de las últimas horas no es muy esperanzador al respecto. Esquerra quiere aprovechar este momento difícil para acabar de freír al PDECat. Señal de que las elecciones no están muy lejos.

No hay en el Gobierno de Mariano Rajoy mucha pasión 155. No la hay. Pedro Sánchez, que no estaba en arresto domiciliario, ha conseguido levantar la bandera de la reforma constitucional. Ese podría ser un pasillo de salida. Pero Rajoy tiene hoy a mucha gente a su derecha: Vox, Aznar, Ciudadanos, toda la prensa capitalina y algunos canales de televisión. Ahí hay mucha sed de 155. También hay vida de estadio en Madrid. Es enorme ese estadio y las gradas, enardecidas, piden cabezas.

Enric Juliana

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *