Audiencia al desleal

Querido J:

Apenas unas horas después de que el presidente de la Generalidad hubiera expuesto con detalle su objetivo de destruir el Estado español en seis meses, el Rey lo recibió oficialmente en Palacio. Habían tenido otros encuentros en el pasado cercano. En una visita al Salón del Automóvil de Barcelona el Rey actuó de chófer del presidente, que sonreía cachazudo y satisfecho. El último encuentro previo al de ayer se produjo en el palco de un estadio. Miles de personas silbaron al himno de España y al propio Rey. También entonces sonreía Artur Mas satisfecho. El Rey de España llegó al trono el 19 de junio de 2014. Y el fiscal general del Estado se querelló contra Mas por un delito de desobediencia el 21 de noviembre. Así pues, todos los encuentros entre Felipe VI y Mas habrán sido los de un Rey constitucional y un imputado por deslealtad constitucional. A pesar de que la última costumbre populista en España es apartar de la esfera pública a los imputados, despreciando la presunción de inocencia, podría alabarse que el Rey la rompiera. Sin embargo, hay que hacer dos consideraciones fundamentales.

Audiencia al deslealLa primera es que Mas no se declara inocente, sino todo lo contrario. Ya lo hizo el propio 9 de noviembre. «Si la Fiscalía quiere conocer quién es el responsable de abrir los colegios públicos sólo hace falta que me miren a mí. El responsable soy yo». Y lo va a hacer cuando vaya a declarar ante el Tribunal Superior de Justicia. El Tribunal no tiene intención de pronunciarse sobre la querella planteada por el anterior fiscal del Estado antes de las elecciones del 27 de septiembre. Su argumento es la necesidad de no interferir políticamente, como si no interfiriera políticamente en los electores la duda de estar votando a un delincuente. Así, instalado en la calma, el Tribunal está desarrollando una instrucción minuciosa, casi fatigante, para saber en qué día y a qué hora, y bajo qué parámetros de tensión arterial, el director del colegio tal cedió las llaves a cual para que colocara las urnas. No descartes, querido amigo, que sea el propio Mas el que rompa el ritmo judicial y se preste a declarar voluntariamente para asumir, con énfasis, toda la responsabilidad. La declaración podría ser, incluso, un importante acto de campaña. Pero acabe o no haciéndola lo indudable es su presunción de culpabilidad, orgullosamente manifestada.

La segunda consideración afecta al plan político exhibido por Mas, que tiene por objetivo una declaración unilateral de independencia, si las urnas le dan una mayoría parlamentaria. Esos planes no son sólo postura política. La pusilanimidad reinante argumenta que en una democracia caben todas las opiniones y que es legítimo que este planteamiento tenga su correspondencia institucional. Pero, como de costumbre, la pusilanimidad esconde una falacia. El núcleo del desafío catalán no es político sino legal. Mas no se plantea conseguir sus objetivos políticos a través de la ley sino rompiendo la ley. Es decir, tratando la ley democrática y sus instituciones derivadas como si fuera la ley de una dictadura. Tal como hemos convenido alguna vez hay muchos ciudadanos que estarían de acuerdo en romper el sujeto de soberanía constitucional y en renunciar a sus legítimos derechos sobre el conjunto del territorio. Y que, en consecuencia, aceptarían un referéndum limitado a Cataluña para que sólo una parte de los españoles decidiera sobre la integridad territorial de España. Este es, por ejemplo, el punto de vista de Podéis, refrendado hace dos días por su acuerdo electoral catalán, y que el líder máximo ha justificado con su acostumbrada brillantez expresiva diciendo, y en inglés, que Cataluña es diferente. Y este era también hasta hace pocas semanas el punto de vista del Partido Socialista en Cataluña, aunque ahora debe de haberse pasado al canovismo y prefiere ser español porque no puede ser otra cosa. Lejos de trabajar por un acuerdo legal que desmonte legalmente la Constitución el presidente Mas ha anunciado su intención de romperla, organizando para ello esa coalición entre lo peor de la derecha y lo peor de la izquierda que en Europa es premisa indispensable para la consumación de las catástrofes.

El hombre que el Rey ha recibido en Palacio no es, pues, alguien que opina distinto y al que se le daría la vida para que pudiera seguir defendiendo sus opiniones. Es sólo un tipo bravucón que anuncia que va a atracar un banco el 27 de septiembre, si le llegan a tiempo las armas. De ahí que resulte un indeseado sarcasmo que la vicepresidenta Santamaría, ayer preguntada, dijera: «El Rey y Mas han cumplido con sus tareas constitucionales». Aunque comprendo que la vicepresidenta se pronuncie en esos términos: si el Rey recibió ayer a Mas fue porque el Gobierno dio su plácet. Pero, en fin, no vayamos a perder la calma, mi querido amigo, e intentemos mantener el tono de objetividad que ha hecho célebre nuestra correspondencia. Todo esto que te cuento es cierto, ciertísimo, pero no lo es menos que ayer Felipe VI recibió a Mas con gesto serio. Así lo subrayó la cadena pública, de viva voz y de vivo rótulo. Piensa que en aquel primer encuentro en el Salón del Automóvil rióle el Rey algunas gracias e incluso se explicó susurrante ante los periodistas: «Hay que tener gestos positivos».

El Rey no está contento. La nación descansa.

Sigue con salud

Arcadi Espada

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