Auf Wiedersehen, ¡y hasta nunca!

La apodaron Reina de Europa y, después de la elección del presidente estadounidense Donald Trump, líder del mundo libre. Mientras la Unión Europea tropezaba de crisis en crisis durante toda la década pasada, la mano firme de la canciller alemana Angela Merkel ayudó a mantener el bloque unido. Se supone que cuando entregue el cargo, después de la próxima elección federal en Alemania en 2021 (y tal vez mucho antes si su gran coalición se derrumba), todos la echarán de menos.

Pero es difícil que eso ocurra. Los trece años de Merkel en el cargo implicaron una Alemania a la deriva y una Europa en decadencia. Mientras eso ocurría, Merkel hizo la plancha: no encaró los crecientes problemas económicos y de seguridad de Alemania, y permitió que las numerosas crisis de Europa se agravaran. Su letárgico estilo empresarial de gobierno sería tolerable para un país pequeño en tiempos tranquilos, pero es catastrófico para la potencia dominante de Europa en una era de conmoción.

A diferencia de muchos países europeos, en la última década Alemania disfrutó un sólido crecimiento económico. Pero mal puede Merkel atribuirse el mérito. Durante sus cuatro gobiernos no se aprobaron reformas importantes procrecimiento. Y la obsesión con el superávit fiscal llevó a no invertir en las decrépitas infraestructuras del país y en su sistema educativo. Merkel no hizo nada para preparar a Alemania para la disrupción digital que amenaza con hacerle a su corazón fabril (en particular, a la industria automotriz) lo que el iPhone de Apple le hizo a Nokia. Alemania lamentará no haber abierto el paraguas antes de que llueva.

La crisis de la eurozona reforzó la influencia financiera de Alemania dentro de la unión monetaria. Eso dio a Merkel un inmenso poder político, que podría haber empleado mejor. Pero en vez de eso, priorizó los estrechos intereses inmediatos de Alemania como país acreedor, lo que la llevó a tomar decisiones que agravaron dicha crisis, trasladaron los costos a otros e impidieron una solución duradera.

Merkel es responsable en última instancia de la negativa de la UE a reestructurar las deudas de Grecia en 2010. Estuvo detrás de la decisión de prestar dinero de los contribuyentes europeos a gobiernos en problemas para el rescate de bancos alemanes. Y durante sus mandatos, Alemania respondió al pánico financiero exigiendo una austeridad extrema y dolorosos ajustes a los países deudores, mientras el superávit de cuenta corriente alemán seguía creciendo. Cuando finalmente dio luz verde al compromiso del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, de hacer “todo lo necesario” para evitar la desintegración del euro, Merkel hizo sólo lo suficiente para salvar la moneda única, pero dejó sin resolver todas las falencias de una unión monetaria disfuncional e incompleta.

Es verdad que con Trump lanzado a demoler el orden internacional liberal y unos nacionalistas fanáticos desbocados en el Reino Unido, Hungría, Polonia, Italia y otros lugares, a Merkel hay que reconocerle que ofreció una voz de moderación, sosegada y tranquilizante. Su decisión de recibir a más de un millón de refugiados fue un gesto humanitario inusualmente audaz. Y mientras la primera ministra británica Theresa May se humilló arrodillándose ante Trump, Merkel defendió los valores internacionalistas liberales. Además, a diferencia de muchos políticos veteranos en Alemania, hizo frente al hostigamiento y la conducta agresiva del presidente ruso Vladimir Putin.

Pero el tibio liderazgo de Merkel dejó a Alemania excepcionalmente vulnerable a la actual oleada nacionalista. La seguridad económica, política y geopolítica del país depende de las tres mismas cosas que los nacionalistas quieren destruir: mercados abiertos dinámicos para las exportaciones alemanas; una UE integrada que mantiene a Alemania firmemente posicionada en Europa y el mundo; y el paraguas de protección nuclear de Estados Unidos que garantiza su defensa.

Alemania no es, como afirmó el gobierno de Trump, una trampa comercial. Pero con Merkel siguió una estrategia de crecimiento mercantilista, de “empobrecer al vecino”, que reprime los salarios y alienta las exportaciones a cualquier costo. Es verdad que el proteccionismo es un error; pero el mercantilismo lo alienta. Lo mejor para los intereses alemanes, europeos y mundiales sería que Alemania hiciera más por estimular la demanda interna.

Tampoco es posible culpar a Merkel por el Brexit, o por muchos de los padecimientos de Italia (que son de hechura italiana). Sin embargo, sus políticas para la eurozona son una de las principales razones por las que ahora Italia tiene un gobierno populista que jura impedir futuros acuerdos comerciales de la UE, que atiza la crisis de los refugiados y que amenaza provocar otra debacle en la eurozona.

La eurozona no estará segura hasta que Alemania e Italia puedan convivir felices en una unión monetaria. Puede que a la larga resulte imposible. Pero para que el sistema funcione se necesitan grandes reformas, como las que propuso el año pasado el presidente francés Emmanuel Macron. De modo que el desinterés con que las recibió Merkel supone la trágica pérdida de una oportunidad.

En relación con la seguridad, aunque Merkel reconoció que Alemania ya no puede depender exclusivamente de Estados Unidos para su defensa, hizo muy poco por reforzar las capacidades militares de Alemania o de Europa. El gasto alemán en defensa sigue siendo insuficiente, lo que da a Trump un pretexto para debilitar a la OTAN. Las maltrechas fuerzas armadas alemanas tienen tanques que no andan, submarinos que no se sumergen y aviones que no vuelan. Y no hubo casi ningún debate sobre la necesidad de contar con un elemento de disuasión nuclear, sea alemán o europeo.

De modo que en vez de una tragedia, la partida de Merkel es una oportunidad para los reformadores europeos. Macron y sus aliados en Europa tienen razón en centrar la campaña de la elección para el Parlamento Europeo del próximo mayo en la amenaza que plantea el populismo de ultraderecha. Pero por no incomodar a un socio poderoso, hasta ahora Macron se abstuvo de cuestionar el deficiente liderazgo europeo de Merkel. Cuando ella ya no esté, Macron y los otros reformadores tendrán una nueva oportunidad de hacer campaña por una Europa diferente al servicio de todos. Pero si no aprovechan su partida, es seguro que lo harán los charlatanes de la ultraderecha.

Philippe Legrain, a former economic adviser to the president of the European Commission, is a visiting senior fellow at the London School of Economics’ European Institute and the founder of Open Political Economy Network (OPEN), an international think-tank whose mission is to advance open, liberal societies. His most recent book is European Spring: Why Our Economies and Politics are in a Mess – and How to Put Them Right . Traducción: Esteban Flamini.

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