Aulas en tiempos de crisis

Vivimos tiempos complejos en los que es fácil perderse en la vorágine de la actualidad y la sobreinformación. Los que nos dedicamos a la enseñanza, en sus distintas etapas, tenemos aún mayor responsabilidad ante nosotros. Como cada vez que ocurre una crisis, nuestros alumnos tienen preguntas y esperan respuestas. No es sencillo. ¿Cómo dar explicaciones sin con ello impregnarles de nuestra opinión? En esto, los profesores universitarios salimos ganando. Quienes tienen ante sí alumnos de primaria o secundaria deben ser aún más cuidadosos ya que los niños y jóvenes asimilan rápidamente y lo comparan con lo que oyen en casa. Cualquier dicotomía o contradicción en los mensajes puede provocarles angustia y sensación de pérdida.

Ahora bien, los profesores universitarios del ámbito de las ciencias sociales tenemos una dificultad añadida: nuestros alumnos son adultos con conocimientos, opiniones y capacidad de argumentarlos (o eso quiere creer esta profesora) pero no siempre parten de una base teórica. A su llegada a la universidad, muchos lo hacen ya con espíritu político y posicionado pero no todos han formado esa opinión desde el marco teórico. La diferencia, en los últimos cursos de sus estudios, es clara y detectable: los debates se enriquecen y los alumnos son mejores interlocutores.

Hace ahora cinco años que me inicié en este apasionante y a la vez difícil ámbito de la enseñanza. Lo hago desde el profundo respeto hacia mis estudiantes, independientemente de sus opiniones políticas, su identidad o sus capacidades. Es precisamente este respeto el que me ayuda, en momentos como el actual, a mantener la mente centrada y escuchar y equilibrar toda opinión que se dé en clase. Formamos a personas pero, sobre todo, formamos mentes críticas. Se trata de que cada alumno conozca las distintas aproximaciones teóricas en profundidad y, si es posible, corrija cosas mal entendidas o abra su mente a otra forma de verlas.

Ello no conlleva que uno tenga que cambiar de opinión en cada sesión o al acabar una asignatura, pero sí de que adquiera los conocimientos teóricos que han llevado años consensuar, los domine y los pueda aplicar al argumentar. Si se consigue que se lleve algo que no conocía o que entienda, aunque no comparta, otra forma distinta de la suya de abordar un tema, estaremos haciéndolo bien.

Ocurre estos días ante el delicado escenario en Catalunya. No se trata solo de que las aulas sean el espacio donde debatir impresiones y dar así salida a las preocupaciones, miedos, incertidumbres o propósitos de cada uno. Se trata de que la universidad, como espacio de reflexión y pensamiento, sea el marco de convivencia de la razón crítica. Que al obligarse a escuchar a sus compañeros y profesores, aparte de ideologías, todos aprendan –aprendamos– algo y desarrollemos esa capacidad de escuchar y de sentir empatía que tan denostada parece en tiempos de crisis. El abanico de alumnos que tengo el privilegio de acompañar, me permite escuchar de cerca y respetar opiniones muy distintas a la mía.

El espíritu crítico empieza por serlo con una misma, con las ideas en las que una se siente en zona de confort. Es ahí donde está el verdadero trabajo pues solo desde el conocimiento de los fallos y debilidades de los argumentos propios, se pueden hallar puntos en común con los argumentos ajenos.
Los críticos y críticas de todos los lados son los más indicados para esa tarea: llegar a puntos de entendimiento (que no de coincidencia) desde donde encontrar soluciones.

Estos días, pido a los alumnos que sean capaces de entender que los sentimientos y los imaginarios colectivos existen y que ningún político haría bien en obviarlos. Vemos ejemplos internacionales de secesión pacífica y aprenden a detectar las diferencias en cada caso, lo que se puede aprender de cada uno y lo que es mejor no repetir. Intento proveerles del marco conceptual sobre Estado, monopolio de la fuerza, uso proporcional, seguridad nacional y unidad territorial. Solo desde el acercamiento abstracto a los conceptos, teorías y marcos existentes podemos argumentar opiniones basadas en el conocimiento comprehensivo de sus causas y consecuencias.

Así pues, si desde las aulas y el debate de la razón revalorizamos el espíritu crítico, lograremos aportar a la sociedad lo que las ciencias sociales implican: la capacidad humana de razonar y de dialogar unos con otros.

Sonia Andolz, profesora asociada de la Universitat de Barcelona. Analista de Agenda Pública.

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