Aumento de la desigualdad por abajo

Las malas noticias sobre el aumento de la desigualdad y la pobreza en nuestro país siguen cayendo de forma incesante, cual gota china. Sin embargo, no surge una acción efectiva para hacerle frente. El riesgo es dejarse arrastrar por el imperativo de la fatalidad inevitable. Pero la comparación con los otros países europeos indica que la desigualdad española tiene remedios.

Tanto las estadísticas oficiales españolas y europeas (INE y SILC-Eurostat) sobre distribución de la renta y condiciones de vida como los informes publicados por centros de estudios privados y asociaciones cívicas (Fundación Alternativas, Oxfam-Intermón, Cáritas, etcétera) muestran que este problema tiene rasgos específicamente españoles. En concreto, tres.

Primero. España es actualmente uno de los países más desiguales de Europa. Sorprende, pero los datos son innegables. El número de veces que la renta del 20% más rico es mayor que la del 20% más pobre es casi siete veces, la más elevada de la Unión. Y no para de crecer desde el 2008. La media de la UE-15 es cinco, con la ventaja de que en la mayoría de los países ese múltiplo se ha reducido, especialmente a partir del 2011.

Segundo. España es uno de los países donde más ha aumentado la desigualdad desde el inicio de la crisis. El índice de Gini (cuyo valor es 0 cuando la distribución de la renta es igualitaria y 1 cuando es totalmente desigualitaria) alcanzó el valor de 0,35, el más alto de la Unión.

Tercero. Mientras en la mayor parte de los países europeos la desigualdad se ha reducido durante la crisis, especialmente a partir del 2011, en España no ha dejado de crecer desde el 2008. Es el único país que presenta esta evolución.

¿Cuáles pueden ser las causas de esta anómala singularidad española? En principio se podría pensar que el deterioro de nuestra desigualdad se debe a la concentración de la renta y de la riqueza en la parte de arriba. Pero no es así. En nuestro caso el aumento de la desigualdad viene de abajo. El 20% de la sociedad española con menos renta ha visto desplomarse sus ingresos desde el 2008 con una intensidad mayor que en cualquier otro país europeo.

Por lo tanto, nuestro problema de desigualdad no viene tanto de un despegue de las clases altas y de una pérdida de posiciones de las clases acomodadas y medias como del abrupto desplome de los ingresos de los de abajo.

¿Qué factores pueden explicar la mayor caída de ingresos y el aumento del número de hogares pobres en España durante los años de la crisis? Fundamentalmente dos. Por un lado, el mal funcionamiento de la economía. Por otro, el mal funcionamiento de las políticas sociales y fiscales.

La mayor intensidad y duración de la recesión española ha tenido efectos sociales desastrosos. Por un lado, a través de la caída de los salarios, que ha sido particularmente intensa en los hogares de menor renta, llegando al -15% en los más pobres. Por otro, a través del paro de larga duración, que se ha cebado en estos mismos hogares. Cuanto más larga es una recesión, más elevado es el desempleo permanente. Ya sucedió así en las dos crisis anteriores.

Para empeorar las cosas, el mal funcionamiento de las políticas sociales ha venido a echar sal a la herida social abierta por la crisis y el paro. El descenso de la tasa de cobertura de desempleo ha dejado a los hogares sin salarios también sin ayudas. Además, los recortes de la austeridad se han cebado en estos mismos hogares pobres, llegando incluso al recorte de becas de estudio y de comedor para los jóvenes y niños de esos hogares, con sus injustos efectos sobre la igualdad de oportunidades. Como documenta el II Informe sobre la Desigualdad de la Fundación Alternativas, las políticas sociales y fiscales han protegido relativamente bien a las clases acomodadas y medias, pero han dejado a la intemperie a los perdedores de la crisis. El mundo al revés.

¿Qué hacer? El hecho de que nuestra desigualdad venga del aumento de la pobreza de los de abajo hará más difícil afrontarla. Parece contradictorio, pero tiene una explicación. La desigualdad por arriba activa la voz de las clases medias y genera presión para actuar. Pero los pobres no tienen voz propia. De hecho, como señaló el gran historiador Tony Judt, la pobreza es una abstracción hasta para los mismos que la padecen. La riqueza se exhibe, pero, por dignidad, la pobreza se esconde detrás de las puertas y se transforma así en una enfermedad social asintomática. Al menos durante un tiempo.

Pero no deberíamos esperar a que las patologías sociales de la pobreza se conviertan en enfermedades sociales crónicas. Para ello, lo primero es medir, medir y medir la pobreza. Lo que no se mide empeora; lo que se mide puede mejorar. Lo segundo es que las clases medias y acomodadas tomen conciencia del problema, lo hagan suyo y presten su voz a los más débiles. Sólo a partir de ese momento la política emprenderá acciones eficaces.

Antón Costas, catedrático de Economía de la Universitat de Barcelona.

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