Aunque ya sea tarde

Lo que le espera al PSOE en España dentro de unos días es al parecer una catástrofe sin paliativos. No es una catástrofe terminal, pero es una catástrofe política, es decir, relativa y reversible. Contra lo que parece, sin embargo, lo va a ser también para el resto de la izquierda: va a recuperar diputados, o los va a ganar nuevos, tanto en Cataluña como fuera de Cataluña, y con eso aludo al guirigay de siglas que algunos electores tenemos por delante para saber qué votamos si nuestro voto va a la izquierda del PSOE. Sin embargo, la operatividad de ese resultado mejorado bajo la hegemonía de un PP desbocado equivale a bien poca cosa en términos políticos, legislativos o de poder. Tradicionalmente, la mejor guía ha sido la actitud de El Mundo, y una vez más ese periódico está tratando con mimo envenenado a los partidos a la izquierda del PSOE porque sirve fundamentalmente para rebajar todavía un poco más su expectativa electoral y aumentar la de Izquierda Unida o la de Equo sin dañar, evidentemente, la victoria masiva del PP.

El peor momento electoral para la izquierda es quizá también el mejor para hacerse algunas preguntas y tomarle la palabra a Rubalcaba (y a buena parte del socialismo histórico) a propósito de un cambio de coordenadas en relación con la izquierda en España. Mientras el PP siga siendo la única derecha española activa; mientras el PP sea capaz de contener el impulso secesionista de su extrema derecha, el PSOE seguirá siendo un partido con muchos números para gobernar pactando con su izquierda o con su derecha, como ha sucedido tantas veces. Esa izquierda ha de tener, como ha tenido con Llamazares, vocación de acuerdo o de complicidad con la izquierda poco ideologizada que suele dar las victorias al PSOE. La salvedad atípica en el sistema español son las derechas nacionalistas de Cataluña y el País Vasco como garantías de gobernabilidad: la expresión misma es delatora, porque en el fondo blinda al PSOE contra un pacto a su izquierda que refuerce su ya de por sí débil naturaleza socialdemócrata.

Sin embargo, esta última es una hipótesis ilusa desde hace muchos años porque hace muchos años que la izquierda vive un comportamiento circular o una especie de ley de inversión de expectativas. Consiste en un sencillísimo mecanismo que abate el voto que está a la izquierda del PSOE cuando el PSOE tiene expectativa de poder, y reanima ese mismo voto cuando el PSOE es un semicadáver político, como ahora. La ley es implacable y como casi todas las leyes implacables, es también injusta. Pero el resultado práctico es la inviabilidad efectiva de acuerdos de poder o de gobierno entre las izquierdasa escala nacional (pero habitual a escala municipal) porque el PSOE cuando es caballo ganador prefiere -o ha preferido- negociar con la derecha nacionalista catalana y vasca incluso con antelación al resultado de las mismas elecciones.

Ninguna izquierda viva o real hoy puede sentir ni tranquilidad ni conformidad con la victoria aplastante que anuncian las encuestas públicas y las privadas. Excepto en Cataluña y el País Vasco, por cierto. Dentro de la esperable catástrofe de la izquierda en España, la resistencia socialista o de izquierdas es algo mayor en esas comunidades y el PSC y el PSE aguantarán mejor la tracción rebajadora de la crisis. No exactamente porque no haya crisis en el País Vasco o Cataluña, claro está, sino porque la presión social y mediática del PP es allí más baja y menos tóxica que en el resto de España y desde luego que en Madrid.

La catástrofe podría servir para una recomposición de lugar que pasase por interiorizar en el PSOE, y desde mucho antes de cualquier periodo electoral, una actitud más generosa y colaboradora con los partidos a su izquierda. La merma de la hegemonía conservadora sería más factible, a semejanza de lo que sucede en el País Vasco y Cataluña. La fortaleza de IU, o de la versión que pueda aglutinar a la izquierda del PSOE, es una buena noticia para el PSOE incluso si el PP mantiene posiciones fuertes en muchos lugares. El mecanismo de compensación de la crecida conservadora podría ser la sensación generalizada en el votante de izquierda de un horizonte útil para su opción ideológica, tanto si se destina al PSOE como si va a la izquierda del PSOE. Pero la utilidad no consiste en una hegemonía total del PSOE, sino en la confianza en un programa básico de acuerdo, de complicidad o de respaldo mutuo entre las distintas izquierdas: la mayoritaria del PSOE y la minoritaria a su izquierda, se llame como se llame. La crisis monumental a la que llega el PSOE puede prestarse a este tipo de cábalas y pasa necesariamente por poner en circulación, y no solo de boquilla, la reforma del sistema electoral después de treinta y tantos años de democracia.

Esa expectativa renovadora perjudica al PP en la medida en que un electorado de izquierdas se sentiría más estimulado o cuando menos esperanzado con una izquierda capaz de negociar y acordar cosas entre sí. La pasividad del PSOE ante la reforma electoral no solo es una grave y cicatera carencia democrática del partido, sino que además añade una nueva adversidad: la de carecer de aliados posibles fuera de la derecha descarada (aunque nacionalista). Ha sido conmovedor leer a Dario Fo diciendo que mientras Berlusconi es y ha sido un trilero hasta el final, Zapatero se ha comportado desde la decencia ética (pese a la traición ideológica). Pero sería más conmovedor todavía que la arrogancia o el autismo del PSOE dejase de arruinar parte de sus mismas posibilidades de gobernabilidad negando el espacio a su izquierda y que esa izquierda renovada hallase los canales de confianza en el PSOE para crecer por su cuenta. El interés debería ser mutuo y en esa nueva tesitura podrían fraguarse las condiciones para estimular un voto que hoy vive ética e ideológicamente desactivado y, de momento, hasta más ver.

Por Jordi Gracia, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Barcelona.

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