Austeridad con crecimiento

Mientras unos piensan que la austeridad es la soga, otros consideramos que es el salvavidas de Europa. Dos concepciones contrapuestas, pero no irreconciliables en la práctica. España ha casi duplicado la deuda pública en cinco años. ¡He ahí la soga! ¿Alguien piensa que se puede seguir así sin salir del euro e ir a la quiebra? La conciliación llega por la constatación innegable de que el salvavidas aprieta, a algunos que lo llevan en el cuello, demasiado y que conviene desinflarlo un poco. Las propuestas de François Hollande llegan en buen momento. Él ha asumido el agradecido papel de apóstol del crecimiento (y si se produce, el de padre). Nada más llegar, ya tiene un lugar de honor en la historia, al menos la de las buenas intenciones.

Tal vez, con un poco de suerte, Hollande conseguirá transformar el concepto de wishful thinking o pensamiento ilusorio. Según la psicología dominante, de matriz anglosajona, el wishful thinking es un proceso de pensamiento que tiene en cuenta lo bueno por encima de lo cierto o posible. El wishful thinking se fundamenta en las emociones hasta el punto de arrinconar la razón. Los mecanismos primarios del sistema cognitivo humano están diseñados para preferir resultados positivos. El pensamiento ilusorio tiene mala prensa, está considerado una falacia lógica y una forma incorrecta de tomar decisiones. En este sentido, frau Merkel tiene razón y Hollande es un emotivo. ¿Seguro? ¿Seguro que existe una manera correcta de tomar decisiones que deje al margen el pensamiento ilusorio? ¡No seamos ilusos!

Según la descripción del wishful thinking, cuando se desea que una cosa sea verdadera o falsa, esta cosa ya se toma por verdadera o por falsa. Ahora bien, cualquier idea realista de la mente humana debe tener en cuenta que ni los máximos detractores del pensamiento ilusorio dejan de caer una y otra vez en la falacia que denuncian. En palabras populares, el infierno está enladrillado de buenas intenciones. Y al revés. Desde Wittgenstein sabemos que toda la lógica puede ser reducida a falacia lógica (y toda poesía al absurdo). Solo los robots no dependen de sus emociones.

Parece claro que el límite del endeudamiento es infranqueable, que la austeridad es el salvavidas de Europa. Pero también lo es (salten el resto del párrafo los enfermos y los aprensivos) que la mitad de quienes pasan la noche en el hospital y piden somníferos porque el dolor les provoca angustia e insomnio duermen como angelitos con píldoras sin nada. Si conocen a un partidario de la homeopatía, no le digan que la evidencia demuestra que toma placebos, porque dejarán de procurarle efectos benéficos.

Hablar de crecimiento conduce a crecer. Se trata, pues, de generar confianza. La lamentable situación actual de Europa no se debe a la austeridad sino al efecto combinado del endeudamiento excesivo y la pérdida de confianza. Nadie ha dicho que para el conjunto de la Unión o de la eurozona la reducción del déficit deba comportar estancamiento o recesión. Es esta conjunción lo que hay que combatir, y eso solo se puede hacer a través de un gran acuerdo. Hollande y Merkel pueden prestar un gran servicio a Europa con un simple pero estratégico cambio de foco. La fórmula, el rótulo, el nuevo objetivo, debe ser austeridad con crecimiento. Necesitamos acuerdos, perspectivas, aunque vayan acompañadas de cantidades irrisorias como los 10.000 millones extra al Banco Europeo de Inversiones. Es posible y es inteligente. No solo Europa, sino buena parte del mundo, está pendiente del resultado de la irrupción de Hollande en el panorama. Se le debe encontrar el encaje y él debe aceptar que el pacto de estabilidad se puede modular o matizar, y sobre todo complementar, pero no reabrir.

¿Quién debe cambiar, Francia o Alemania? Francia, que tiene el doble de paro y un sistema poco homologable. De las dos ideas de Francia, la abierta y la cerrada, se impone la cerrada por mala gestión de la abierta. Quizá Hollande tenga la fortaleza del flan, pero Sarkozy ha jugado a la ambigüedad en vez de occidentalizar a Francia y ha acabado cambiando de bando en campaña. Entre adaptarse al mundo y profundizar en la singularidad, Hollande apuesta por la segunda opción. Así refuerza la muy mayoritaria tendencia francesa de convertir la identidad en estrategia.

Alemania sigue al pie de la letra las normas del capitalismo imperante mientras Francia mantiene las singularidades. Francia se encuentra incómoda en el mundo porque no ha rebajado las aspiraciones de hacer que el mundo se parezca a Francia. Francia se encuentra incómoda en Europa porque se ve obligada a dar la razón a los alemanes, que exportan más, tienen la mitad de paro, suben el sueldo el 6% a los funcionarios y todo el mundo les quiere prestar dinero sin interés. Alemania se perfila como líder mundial en la tecnología de energías renovables mientras Francia se queda anclada en las nucleares.

Pero Francia, no Alemania, es el corazón de Europa. Y no cambiará.

Xavier Bru de Sala, escritor

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