Austria vibra con el triunfo de 'Terminator'

Por Anneliese Rohrer, jefa de la sección de Internacional del diario austriaco Die Presse (EL MUNDO, 10/10/03):

Mientras los californianos acudían a las urnas el pasado martes, en Viena el ministro de Economía austriaco, Karl Heinz Grasser, ponía fin a una entrevista por televisión sobre el déficit presupuestario y la situación económica de la Unión Europea con un enérgico: «¡Le deseo buena suerte a Arnold Schwarzenegger!».Grasser, al igual que todos los austriacos, se ha envanecido de los logros de Schwarzenegger. Esto es así a pesar de que (o quizá precisamente porque) la vida de Arnold Schwarzenegger, un chico de clase media baja proveniente de la anodina localidad de Graz, que llega a ser gobernador de California, resulta tan ajena para la mentalidad del austriaco medio como lo es el concepto de un referendo revocatorio para el sistema político de Austria, donde las carreras públicas avanzan como un mecanismo de relojería.

La carrera de Schwarzenegger, en cambio, presenta todos los elementos que al austriaco medio -que sueña con obtener un empleo de por vida en la Administración que le lleve a una jubilación anticipada, que ama su semana laboral de 38 horas y sus cinco semanas de vacaciones al año- despreciaría: aventurarse a lo desconocido, soportar un trabajo duro y dolores físicos, poner a prueba la capacidad del cuerpo y de la mente, y trazar una hoja de ruta hacia la cima.

Por otro lado, el gobernador Schwarzenegger tiene bastantes atributos que los austriacos pueden reconocer y admirar, o al menos eso creen: un toque de machismo, la conmovedora admiración que siente por su madre, una dosis de malicia, una idea un tanto descarada del pasado nazi del país y, en general, lo que en Austria se llama Schmä y que suele traducirse mal como «labia».

Por lo tanto, el revuelo que las elecciones de California han levantado en Austria resulta comprensible, pero aquí ha intervenido otro factor. La histeria ha sido producto, al menos en parte, de uno de los principales rasgos del carácter nacional austriaco: el arte de la transferencia.

En Viena, en 1972, los austriacos celebraron la manifestación más numerosa desde que los aliados pusieron fin a su ocupación.El motivo no era detener la carrera armamentista ni cualquier otra causa común de la época. De hecho, protestaban contra la expulsión del campeón de esquí alpino Karl Schranz de los Juegos Olímpicos de Japón por haber violado su condición de amateur.Se suponía que Schranz era un héroe, que iba a ganar medallas de oro para Austria. El hecho de que le impidieran alcanzar el éxito, lo que se daba por seguro, dio lugar a una efusión de frustración por parte de sus compatriotas, que se consideraron víctimas de tenebrosas fuerzas internacionales.

Por tanto, Schwarzenegger también representa un éxito que el austriaco medio no se atrevería a perseguir por falta de energía y de ganas. Como tampoco ha sido el único objeto de transferencia.El impresionante éxito que obtuvo en 1999 el político derechista Jörg Haider -considerado erróneamente en Estados Unidos como un nazi puro y duro-fue posible sólo porque los electores transfirieron a este candidato su protesta contra un sistema político rígido.La escasa disposición de los ciudadanos a oponerse abiertamente a los dos principales partidos políticos de Austria, que habían aunado fuerzas en un Gobierno de coalición en 1986 y habían dominado todos los aspectos de la vida pública hasta entonces, se transformó en el secreto de la cabina electoral: Jörg Haider debía acometer la tarea de romper ese sistema. Los austriacos pueden expresar sentimientos sin haberlos manifestado antes en público.

La admiración que ahora se le tributa a Schwarzenegger en Austria tiene un paralelo en la devoción que sienten la elite y todo el país hacia Frank Stronach, otro austriaco al que le ha ido bien en el extranjero, en este caso tras fundar una compañía de recambios de coches en Canadá. Para los austriacos, Schwarzenegger y Stronach desbordan la realidad o al menos desbordan la idea que cualquier austriaco tiene de sí mismo. Y esto toca una fibra sensible del alma austriaca y trae recuerdos de los tiempos en que había un emperador -y de hecho un imperio-, cuando el país era una fuerza que había que tomar en cuenta, no un punto insignificante en el mapa de Europa Central, apretujado entre las potencias de Alemania y de Italia, y entre naciones pujantes como Hungría y la República Checa, que en una época dependían del imperio de los Habsburgo.

Además, a los austriacos les encanta la reivindicación y la victoria de Schwarzenegger sin duda se considera una reivindicación: por la humillación a la que Washington sometió a Austria al colocar a Kurt Waldheim (presidente de Austria de 1986 a 1990) en su lista negra de personas non gratas; por llamar nazi a Jörg Haider en Estados Unidos y en Europa; por condenar la formación del Gobierno de coalición en 1999 entre el conservador Partido Popular y el partido de Haider.

Por lo tanto, la victoria de Schwarzenegger se ha entendido como una señal al mundo: vean, nosotros también somos alguien. Un país como Austria, cuyo tamaño ha sido reducido por la Historia, se debate entre el complejo de inferioridad nacional y la euforia.Ha llegado la hora de la compensación.

La preocupación con la que algunos austriacos observaron la reacción de los norteamericanos a los informes de que Schwarzenegger había hecho comentarios favorables a Hitler viene a probar el temor que sienten ante la posibilidad de que su país de origen vuelva a ser objeto de una condena. Su derrota en las urnas se habría visto como una prueba más del concepto erróneo que el mundo tiene sobre Austria. El país habría sido la víctima otra vez.

En Austria nadie criticó a Schwarzenegger por hacer comentarios positivos sobre Hitler o por propasarse con las mujeres. Aquí nada de esto se considera censurable; en lo que respecta a Hitler, la gente piensa que lo mejor es olvidar el pasado; en cuanto a lo de extralimitarse con las mujeres, no es un delito, al menos aún no lo es (se ha presentado una nueva ley a la asamblea legislativa).Ninguno de estos deslices ha dañado la carrera de ningún político austriaco en la historia reciente.

No obstante, a pesar del orgullo que sentimos por el triunfo electoral de Arnold Schwarzenegger, todo el mundo reconoce abiertamente, para su gran alivio, que aquí no podría ocurrir. Las estrellas, sean del mundo del entretenimiento o del deporte, han fracasado políticamente en este país, donde la política es una profesión de por vida. Este no es un país de hombres que se hacen a sí mismos y que pueden adoptar posturas contrarias a las de su propio partido. Y los dichos ingeniosos de Schwarzenegger (así como los de los demás candidatos) se habrían entendido como una señal de inferioridad intelectual.

Austria se está regodeando con el triunfo de Schwarzenegger en California. Estamos disfrutando este momento. Pero aunque admiramos a Schwarzenegger por lo que no somos, a diferencia de los norteamericanos, nunca le votaríamos.