Por Rosa Massagué, periodista (EL PERIODICO, 18/03/05):
¿Qué democracia quiere Occidente que tengamos en el mundo árabe? ¿La de Irak, la de Palestina, la de Afganistán? ¿Una democracia impuesta?" La triple pregunta resonó con contundencia en una de las sesiones de la Conferencia sobre Democracia, Terrorismo y Seguridad realizada la pasada semana en Madrid con motivo del primer aniversario del 11-M. Chocaba, además, con la euforia de quienes, sobre todo en EEUU, hablan de una primavera árabe que configurarían, además de aquellos procesos electorales, la revolución de los cedros en Líbano, los comicios municipales sólo para hombres en Arabia Saudí, la minirreforma constitucional de Hosni Mubarak en Egipto, y otros fenómenos aperturistas menos vistosos que se producen en el mundo árabe.
Negar que algo se mueve sería negar la evidencia, pero no está tan claro hacia dónde va el movimiento ni si es fruto de la estrategia del Gran Oriente Próximo, el proyecto del presidente Bush para imponer reformas democráticas y económicas a los países árabes. Un proyecto que desprende un tufo paternalista al poner en entredicho la capacidad democrática de estos países, que equipara islamismo a falta de democracia y que corre un tupido velo sobre las causas que llevaron a la aparición del fundamentalismo moderno como un actor decisivo mucho más allá del Oriente Próximo o de los países musulmanes.
En Madrid, el negociador palestino Saeb Erekat, secundado por el secretario general de la Liga Árabe Amr Musa y por el opositor egipcio Saad Eddin Ibrahim, consideró que plantear dudas sobre la capacidad democrática del mundo árabe "huele a racismo" y lo remachó: "Nada apoya esta teoría racista que hace incompatible la democracia con mediorientales, árabes o musulmanes". Para Ibrahim, que ha dejado buena parte de su salud en las cárceles egipcias por su lucha pro derechos humanos, lo que hay que preguntarse es "si nuestros gobernantes están preparados para la democracia".
Musa recordó que en el siglo XIX Egipto o Líbano dieron unos primeros pasos democráticos con la creación de un sistema parlamentario. No lo dijo, pero cabría añadir el nacimiento de estados modernos seculares como Turquía o Irán a principios del siglo XX, tras la derrota del imperio otomano. Musa acusó a las antiguas potencias coloniales de estrangular el desarrollo democrático en la zona. Ibrahim no fue tan lejos en el tiempo, pero dejó bien claro su reproche a Occidente. "Los demócratas árabes --dijo-- llevamos luchando al menos 30 años, pero Occidente ha apoyado a los autócratas que dirigen nuestros países por miedo a los teócratas que desde 1967 intentan tomar el poder".
FREDERICK Halliday, profesor de Relaciones Internacionales de la London School of Economics y una autoridad mundial sobre Oriente Próximo, calificó de "craso error" culpar al terrorismo islamista de la falta de democracia y recordó cómo EEUU fomentó el fundamentalismo durante la guerra fría, cómo Bin Laden y sus muyahidines fueron patrocinados por Washington para hacer frente a la hoy desaparecida Unión Soviética en Afganistán.
¿Debe intervenir Occidente en el proceso de cambio en el mundo árabe? La respuesta la habían dado ya los propios países de la zona reunidos en Rabat junto al G-8, en diciembre pasado, en el Foro del Porvenir organizado en el marco de la estrategia del Gran Oriente Próximo. En su declaración final rechazaron la presión extranjera para la democratización. Lógicamente, a ningún dirigente le gusta hacerse el harakiri político, pero tampoco a la población le puede servir de aliciente la forma en que EEUU ha impuesto la democracia en Irak. A raíz de aquella negativa, el entonces secretario de Estado de EEUU, Colin Powell, admitió que el cambio "sólo puede venir desde dentro y no puede ser impuesto desde fuera".
También en Madrid se reconoció, lo hizo Marina Ottaway, de la fundación Carnegie Endowment for International Peace, que no hay una "talla única" para la democracia en la zona y que ésta no surge simplemente de las cenizas de un régimen autoritario, sino que es producto de las fuerzas políticas que subyacen en cada país. Y una de estas fuerzas es el islamismo moderado. "Si Europa tiene partidos democratacristianos, nosotros debiéramos aceptar a los demócratamusulmanes", aseguró Ibrahim.
El cambio impuesto desde fuera merece también las críticas por su aspecto selectivo. Mientras a unos países se les exige democracia, a otros, como Túnez, bajo el autócrata Ben Alí, no hay quien les tosa. En el fondo, los demócratas árabes temen, con bastante razón, que el empuje occidental acabe siendo un cambio cosmético que no afecte al reparto real de poder.