Ana Rodríguez Fischer

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En junio de 1923 se publicaban las Elegías de Duino. Rainer Maria Rilke había empezado a escribirlas en el castillo del litoral adriático, propiedad de su benefactora, la princesa Von Thurm und Taxis, en el invierno de 1911-1912. Les puso punto final el 11 de febrero de 1922 en el castillo de Muzot (Valais, Suiza), según le anuncia exultante: “Todo en unos días; ha sido una tempestad indecible, un huracán en el espíritu (como entonces, en Duino)”.

A lo largo de una década errabunda, Rilke escribió las diez elegías que constituyen su plenitud y su consumación poética. Arrebato, inspiración, epifanía, y visión angélica jalonan los momentos culminantes de un proceso que tuvo sus tiempos de aridez y de crisis, no solo poética sino también existencial, como si el poeta, pese al deslumbrante y torrencial estallido primero, no hubiese vencido del todo los demonios recientes.…  Seguir leyendo »

Cuando las tabernas ya casi han desaparecido, choca que se hable unánimemente de “lenguaje tabernario” para referirse al que emplean algunas señorías en el Congreso de los Diputados, con ocasión de los varios espectáculos que tienen a bien ofrecernos cada vez más a menudo, no siendo éstos inherentes al desempeño de sus obligaciones. Cierto que el símil se ajusta a la realidad aludida —para referirse a un lenguaje bajo, grosero o vulgar—, pero no lo es menos que nuestra lengua dispone de otra expresión igualmente certera y apropiada —e incluso más oportuna, si consideramos factores adicionales—, cual es “lenguaje cuartelero”, como sinónimo de zafio y grosero.…  Seguir leyendo »

'Doña Juana la Loca' (1877), de Francisco Pradilla, de la colección del Museo del Prado.

Cuando en el Museo del Prado contemplo el célebre lienzo de Francisco Pradilla Doña Juana la Loca (1877) —que ahora se exhibe junto con otras telas más desconocidas del pintor aragonés para conmemorar el reciente centenario de su fallecimiento—, siempre he creído que la obra contribuyó a despertar el interés por la figura de la reina Juana I de Castilla que mostraron algunos de nuestros escritores, como Ramón Gómez de la Serna, que en Automoribundia habla del famoso retrato de la reina que colgaba de las paredes de todos los hogares españoles, como el de su abuela, hermana de la poeta romántica Carolina Coronado.…  Seguir leyendo »

En el camino a Santiago

En los últimos treinta años, desde mi casa de Asturias —enclavada en el litoral cantábrico rayando con Galicia, a un paso del llamado camino francés— he podido comprobar el espectacular aumento de peregrinos que transitan el Camino de Santiago, lo que a menudo me llevó a evocar estampas y recuerdos de quienes, en distintas épocas, emprendieron un viaje que, a la aventura física sumaba una experiencia espiritual.

Desde que Teodomiro, obispo de Iria Flavia, descubrió en el 813 los restos del apóstol y luego el rey Alfonso II el Casto mandó construir un templo donde acogerlos y venerarlos, la peregrinación a Santiago suscitó tal fervor en toda Europa que llegó a movilizar a verdaderas masas: santos como Francisco de Asís, reyes como Luis VII de Francia o Alfonso XI de Castilla, mecenas como Cosme de Médicis, la flor de la caballería —don Gaiferos de Mormaltán, el protagonista de los romances carolinos—, ricos burgueses de Flandes y de la Isla de Francia, monjes y mendigos, ilustres viudas de Maguncia, Lyon o Bath, “y mucha gente humilde de las Europas, artesana y campesina, con sus pecados y sus esperanzas”, según recuerda Álvaro Cunqueiro (Por el camino de las peregrinaciones).…  Seguir leyendo »

Gustave Flaubert, fotografiado por Mulnier.

Desde su consagración como autor de Madame Bovary hasta estos días en que celebramos el 200º aniversario de su nacimiento, ha predominado la imagen del escritor encerrado en su guarida —el estudio de Croisset—, durante jornadas maratonianas que lo dejaban al borde de la extenuación física y mental. Mas antes de construir su forzada vida de anacoreta y parapetarse tras un muro estoico para defenderse de la repugnancia que le producía “el elemento externo”, Flaubert vivió años de zozobra: “amarga juventud”, “angustia atroz”, “aburrimiento radical, íntimo, acre, incesante”, “vacío inaudito”, “hastío colosal, ávido, devorador”, “apatía insuperable”… son expresiones que abundan en sus cuadernos y en las cartas de los primeros años cuarenta.…  Seguir leyendo »

La reciente campaña del Ministerio de Consumo alentando a eliminar el sexismo en los juguetes, reforzada con la convocatoria de una huelga simbólica de estos (noticia que en cualquier niño causaría tanto asombro como tristeza o rabia), me ha hecho evocar algunas lecturas que tratan de la relación de los adultos y de los niños con los juguetes.

En los días de su primera infancia, la madre de Baudelaire lo llevó de visita a casa de Madame Panckoucke, una verdadera hada que en una amplia estancia atesoraba todo tipo de juguetes para obsequiar a los pequeños, ofreciéndoles así un espectáculo extraordinario: las paredes desaparecían tapizadas por los juguetes y también el techo, del que pendían al modo de maravillosas estalactitas, así como el suelo, reducido a un estrecho surco por donde moverse.…  Seguir leyendo »