Antonio Valdecantos

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Es consabida la queja de quien votó a disgusto:“He tenido que taparme la nariz”, dirá de manera sarcástica. Por regla general, lo anterior se considera una desdicha, pues se supone que habría que votar siempre con entusiasmo y orgullo o, por lo menos, con suficiente convencimiento. Una democracia que exija combatir el sentido del olfato no resulta, en efecto, muy ejemplar. Pero habría que preguntarse si esta suposición es tan natural como parece. ¿Y si el votar con mal sabor de boca no fuera una anomalía? ¿De verdad es tan normal votar sonriendo y con las manos limpias? Confesémoslo: algunos electores somos incapaces de identificarnos con un partido y de entregarnos a él en cuerpo y alma, con todas nuestras pasiones y todo nuestro juicio, durante mucho tiempo seguido.…  Seguir leyendo »

Desde siempre la política fue producción de discurso y nada tiene de raro que las condiciones de difusión de la palabra decidan cómo se manda y cómo se obedece. Por ejemplo, es fácil vaticinar que, si alguien poderoso, o aspirante a serlo, se acostumbra a hablar y escribir sin descanso, acabará emitiendo, casi sin excepciones, un ruido ensordecedor en medio del cual ya no cabrá reconocer las palabras inteligentes que pueda pronunciar (las cuales, de todos modos, serán muy pocas). Esto lo sabe cualquiera, pero conviene reparar en que, aun siendo el ruido cosa molesta de por sí, quien lo emite suele disfrutar sobremanera con él.…  Seguir leyendo »

A menudo los conflictos políticos son enfrentamientos entre palabras, las cuales delegan la pelea en los individuos y bandos en disputa mientras ellas descansan apaciblemente en el diccionario o en la enciclopedia. En tales luchas combaten nombres propios —de dioses, de muertos, de jefes de facción o de lugares más o menos extensos— y nombres comunes que designan ideales, doctrinas o lo que suele llamarse “valores”. En las victorias y en las derrotas políticas, ya sean cruentas o no, son las palabras las que ganan o pierden, aunque arrastren consigo a quienes las sirven. Pero la anterior es tan sólo una de las formas de la lucha verbal por el poder.…  Seguir leyendo »

Julio Caro Baroja posa en la biblioteca de su casa de Itzea, barrio de Vera de Bidasoa (Navarra).FRANCISCO ONTAÑÓN

Hace algo más de 40 años, este periódico publicaba unas notas cuya lectura no resultará muy provechosa a quien busque en el pasado ejemplos de conducta o motivos de conmemoración. Su autor evocaba unas elecciones municipales recientes cuyas “consignas y divisas” se le habían mostrado “harapientas, zarrapastrosas y, en suma, cochambrosas”. La clase de mugre en la que proponía pensar impregnaba estampas que en la época debían de resultar casi costumbristas: ¿qué decir del “coche robado por personas que quieren gozar de los encantos de un bailón en Las Rozas, Las Matas, Alcobendas o Arganda, y dejarlo luego abandonado?”. Pero tal sordidez no era privativa del Madrid de 1979, sino sólo un pretexto para “sospechar en última instancia que, a lo mejor, un gran hombre del pasado era tan cochambroso como creemos que han sido o son algunos hombres del presente”.…  Seguir leyendo »

Los crímenes pueden ser pasionales y las lecturas apasionantes. También cabe ser un apasionado del canto gregoriano o de las peleas de gallos, e incluso de ambas cosas a la vez. Lo tocante a la pasión es variable y ambiguo, y abarca desde lo más delicado hasta lo más cruel. Aunque a menudo se entiende por pasión lo mismo que por sentimiento y por afecto, otras veces no es así. Tampoco la relación entre pasión y emoción es fácil de desentrañar, y el que, duplicando lo recién visto, pueda hablarse de lo emocional y lo emocionante y de estar alguien emocionado no debería invitar a un paralelismo perfecto (baste con pensar en lo emotivo, imposible de asimilar a lo pasivo).…  Seguir leyendo »

Hasta determinado momento —aproximadamente, en los años setenta del siglo XX—, el pensamiento y los hábitos de la izquierda eran, salvo pocas excepciones, hostiles a la imaginación utópica. El título de un folleto de Engels de cien años antes, Del socialismo utópico al socialismo científico, lo dice todo sobre esta clase de aversión a los devaneos del espíritu. Pero la desconfianza progresiva en el marxismo dio alas, y no siempre con efectos saludables, a las utopías y a lo utópico, que en muchos ambientes han llegado a tomarse, desde entonces, como la más alta expresión de lo crítico y lo emancipatorio —otros dos términos con los que habría que tener más cuidado del que se tiene— o, sin más, de lo decente.…  Seguir leyendo »

Antes de este año, la palabra virus designaba más que nada, sobre todo entre nativos digitales, los ataques a distancia sufridos por ordenadores. Nada hay de raro en que una metáfora olvide su condición y en que su correspondiente término literal pase a ser figurado. Al fin y al cabo, el nombre cajero se refiere, más que al encargado de una caja registradora o de caudales (el oficio suele ser femenino), a cierto dispositivo mural del que puede extraerse dinero con una tarjeta, sin que ya haga falta añadir el adjetivo automático. No sabemos si la Covid-19 hará que los virus digitales regresen a la condición metafórica con que nacieron.…  Seguir leyendo »

Foro sobre Fake News organizado en 2018 SANTI BURGOS

Puede que me equivoque, pero me parece que las burlas sufridas en tiempos pasados, al llegar el 28 de diciembre, por la persona cándida y desavisada —el llamado “inocente”— han pasado a ser un anacronismo más bien kitsch. Convendría reparar, sin embargo, en la inquietante semejanza entre lo que se llamaba “inocentadas” y otros fenómenos nada obsoletos en los que estarán pensando ya algunos lectores y lectoras.

Recordemos los hechos, seguramente poco familiares para la mayor parte de nuestros contemporáneos. El Día de los Santos Inocentes —los recién nacidos en Belén sacrificados por Herodes para deshacerse de Jesús, que se suponía estaba entre ellos— se acostumbraba a poner a prueba la “inocencia” de la gente de distintas maneras más o menos jocosas, y una de ellas era la difusión, en la prensa y otros medios, de noticias falsas, cuya poca verosimilitud las desenmascaraba enseguida a ojos de casi todo el mundo.…  Seguir leyendo »

De entre los pecados capitales de la historia contemporánea española algunos son tabú. Mencionemos el más difícil de reconocer: la modernización económica y social del país (patológica y deforme, como todas lo han sido siempre en todas partes) resultó, en medida mayor de lo que hubiera gustado a muchos, un producto del franquismo. Tal afirmación requiere cierta cantidad de glosas y apostillas, pero hay dos que resultan obligadas. Lo primero que debe decirse es que se trató de un efecto en sentido pleno y no de un subproducto: no es que el franquismo pretendiera otra cosa y lograra, sin quererlo ni quizá saberlo, la modernización de España.…  Seguir leyendo »

En varios lugares de su obra evocó Rafael Sánchez Ferlosio un par de momentos de la conferencia de 1919 La política como profesión, en los que Max Weber se refirió a cierto “vicio de querer tener siempre razón”: “mezquino vicio” la primera vez y “vicio clerical” la segunda.

Más útil que engolfarse ahora en estos certeros adjetivos puede serlo el acudir a la otra conferencia pronunciada por el mismo orador en el invierno revolucionario de Múnich: la no menos enjundiosa La ciencia como profesión (o como vocación; gran parte de la obra de Weber vive de las refracciones de la palabra Beruf, correspondiente a los dos términos mencionados del castellano, que en alemán son uno solo).…  Seguir leyendo »

El animal humano ha envidiado siempre las alas que no tiene, pero sin apagar nunca el deseo de convertirse en topo. Aunque erigir ciudades implica jugar con la fantasía de ascender al cielo (bien tomándolo por asalto o bien, como quiere una irreverente metáfora, rascándolo), la ciudad no sería nada sin sus propias profundidades: las catacumbas, las alcantarillas, las bodegas subterráneas y los pozos negros son, en efecto, tan urbanos como los tejados, las agujas, los pararrayos y las veletas. En un misterioso pasaje, Dostoievski hace decir a su “hombre del subsuelo” que San Petersburgo es “la ciudad más abstracta de todo el globo terráqueo”.…  Seguir leyendo »

La palabra “filisteo” es —por lo menos desde que Matthew Arnold la difundiera en la Inglaterra victoriana— el nombre peyorativo de los miembros de la clase media. Como puede sospecharse, el término en cuestión se emplea principalmente en el seno de dicha clase cuando se quiere señalar vicios contra los cuales cree estar inmunizado quien lanza esta expresión. El filisteísmo constituye, en principio, un tipo de incuria mental propio de gentes que jamás se servirían de tal palabra y que incluso la ignoran del todo: el filisteo —y también, desde luego, la filistea— se muestra insensible a todo refinamiento, a toda sutileza y a todo disfrute estético o intelectual que exija abandonar los prejuicios de la conducta utilitaria y violentar el más plano sentido común.…  Seguir leyendo »

El camino que lleva a la justificación de la mentira propia está inundado de mala fe, pero quien lo recorra actuará persuadido, hasta llegar a cierto trecho, de haber obrado en posesión de la virtud. El itinerario es sencillo y familiar. Se parte de la idea, muy fácil de adquirir y a menudo cierta, de que el enemigo (el individuo o grupo al que como tal se reconoce) es perverso y odioso, de modo que en su condición corrompida se incluirá, desde luego, la mendacidad. El siguiente paso es combatir tal perversión, lo cual implicará, no pocas veces, suspender provisionalmente la virtud: ¿acaso al mal absoluto se lo doblega comportándose como hermanitas de la caridad?…  Seguir leyendo »

Puede que el único resto de soberanía del gobernante contemporáneo sea la potestad de elegir el momento en que poner fin al mando. En algunos casos, esa capacidad no equivale, sin más, al poder de abdicar (propio de la monarquía, el papado, las repúblicas presidencialistas y, desde luego, las tiranías), sino que, por el contrario, permite decidir sobre el momento más ventajoso para confiar a las urnas el inicio de un nuevo mandato.

El caso español encierra elementos que hacen reverdecer, aunque sea de manera teatral, la fantasía del poder soberano: que la fecha de la disolución anticipada de las Cortes —y la palabra “disolución” no puede ser más resonante— solo la conozca el jefe del Poder Ejecutivo es lo más parecido que cabe encontrar a los viejos arcanos del imperio, y resulta natural que los inquilinos del palacio de la Moncloa no se priven, uno tras otro, de mencionar de cuando en cuando esta prerrogativa suya, dando a entender que en la ignorancia de su secreto todos estamos igualados, desde el segundo de a bordo del Gobierno hasta el más desdichado de los súbditos.…  Seguir leyendo »

Cincuenta veces mayo

La palabra “revolución” sugiere la idea de una agitación histórica que rompe el ritmo consabido de los hábitos, logrando que la historia recorra en pocos días un camino que, de otro modo, habría costado décadas o no se habría transitado nunca. Pero esta noción tan familiar no es, en realidad, demasiado vieja: todavía en las vísperas de las dos grandes revoluciones del siglo XVIII perduraba el sentido tradicional de la palabra, conforme al cual la revolución es un vuelco de los tiempos que permite a estos regresar a algún estado anterior. No en vano se trata de una metáfora astronómica, tomada de las órbitas de los cuerpos celestes.…  Seguir leyendo »

Los límites de la libertad de expresión y los de las penas máximas no están vinculados por una relación íntima, pero quizá extraiga cierto provecho quien los examine juntos. En esa tarea, lo primero que llama la atención es que el adicto a la severidad penal y el amante de la libertad de palabra son tipos humanos dispares. El primero es realista, ceñudo y torvo (ya sabe todo lo malo que la vida tenía que enseñarle), mientras que el segundo presumirá de amigable y confiado, y gozará ponderando cuánto le queda aún por aprender de este maravilloso mundo. Si la humanidad es un espanto, lo que más importa será estar protegidos de sus hijos más peligrosos (que no son pocos), mientras que, si es un deleitoso jardín, tanto mejor cuantas más flores se hagan brotar y más colores ofrezcan a los ojos.…  Seguir leyendo »

Cuál es el impulso que lleva a las multitudes a elegir para el gobierno a energúmenos zafios y desabridos, ufanos de su chabacanería tanto como de su dinero, es una pregunta de aspecto enigmático que a veces debe responderse quitándole todo misterio: ¿de verdad lo natural es que las cosas sean de otra manera? La ligazón entre democracia, virtud, inteligencia y buen gusto es en realidad mucho más débil de lo que suele creerse y —cosa que no resulta prudente enseñar en los colegios— cada uno de esos bienes puede subsistir largo tiempo sin la compañía de ninguno de los otros.…  Seguir leyendo »

El filósofo y el pastelero

Escribía hace unas semanas Germán Cano que la filosofía y su enseñanza constituyen entre nosotros “un adorno anacrónico, pero abrillantador”. La expresión es verdadera y exacta. Llama la atención, sin embargo, la enigmática capacidad que la filosofía contemporánea tiene de suscitar pendencias y de abrirse hueco, en medida nada desdeñable para lo que son sus fuerzas, por entre la azarosa selva de los temas de actualidad. Debido a algún extraño motivo, las noticias filosóficas despiertan interés. El ejemplo más reciente puede sorprender: que el rector de la Complutense se proponga suprimir la filosofía de la lista de estudios merecedores del rango de facultad podría haberse reducido a un episodio sólo interesante para unas pocas docenas de personas, pero lo cierto es que ha sobrepasado con creces esos límites, obligando a tomar partido, de manera no siempre cómoda, sobre cuál es el papel del pensamiento en la sociedad (y también, de paso, el de la sociedad en el pensamiento).…  Seguir leyendo »

La melancolía de la novedad

La necesidad de una “nueva política” y lo inexorable de su triunfo son dos lugares comunes de los que nadie querría desprenderse hoy en España al hablar de cualquier asunto de interés general. O nos gobernarán partidos nuevos que nadie habría imaginado hace diez años —se piensa—, o lo seguirán haciendo los antiguos, pero a condición de renovarse de modo que su aspecto no recuerde nada al acostumbrado. Sin embargo, en la modernidad tardía el destino de lo nuevo es casi siempre un envejecimiento precoz, y la tan anhelada regeneración de la cosa pública no se librará, con toda seguridad, de la obsolescencia galopante que afecta a toda clase de bienes y palabras.…  Seguir leyendo »

Azares ingobernables, ocasiones de vertiginoso progreso, hundimientos violentos, imposibilidad de aplicar cualquier estrategia, esperas tediosas, retrocesos fatales y, cuando se está cerca de la victoria, una vuelta a empezar que tan solo un momento antes habría parecido inconcebible. Laberintos, cárceles, pozos, dados, calaveras, rescates. Podría tratarse, qué duda cabe, de España, pero convengamos en que se está hablando del juego de la oca. “De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España / porque termina mal”, dejó dicho Jaime Gil de Biedma, dando a entender que lo natural de las historias es acabar bien y que, de no hacerlo, siempre cabrá encontrar alguna anomalía que lo explique todo, un gato negro que se cruzó en el camino y que echó los tiempos a perder, dejándolos irreconocibles.…  Seguir leyendo »