La virtud y la necesidad
Es consabida la queja de quien votó a disgusto:“He tenido que taparme la nariz”, dirá de manera sarcástica. Por regla general, lo anterior se considera una desdicha, pues se supone que habría que votar siempre con entusiasmo y orgullo o, por lo menos, con suficiente convencimiento. Una democracia que exija combatir el sentido del olfato no resulta, en efecto, muy ejemplar. Pero habría que preguntarse si esta suposición es tan natural como parece. ¿Y si el votar con mal sabor de boca no fuera una anomalía? ¿De verdad es tan normal votar sonriendo y con las manos limpias? Confesémoslo: algunos electores somos incapaces de identificarnos con un partido y de entregarnos a él en cuerpo y alma, con todas nuestras pasiones y todo nuestro juicio, durante mucho tiempo seguido.… Seguir leyendo »