Un mundo sin reglas
No me acuerdo exactamente de cuándo me vino la primera regla. Recuerdo la preocupación de mi abuela cuando le dije que una amiga la había tenido y le pregunté cuándo me tocaría. ¡Dios nos libre!, clamó a los cielos, como si fuera posible impedir mi paso definitivo a la adultez. Lo que yo no sabía es que ese paso vendría acompañado de vergüenza, dolor y miedo. Vergüenza porque me enseñaron a ocultarla y a bajar dos tonos de voz cada vez que hablaba de ella, como si tener la regla fuera de mal gusto. El dolor era físico y mental. Mi padre decía que las hormonas me dejaban de mala leche, pero se equivocaba.… Seguir leyendo »