Hay un reloj que no suena
Así, el señor, muy de mañana y con gran sigilo, se levantaba y se echaba encima una pesada capa negra. Era tanto su acostumbrado silencio y la consiguiente destreza para escapar de la alcoba, atravesar la capilla sin mirar hacia el cuadro traído de Orvieto y llegar al pie de la escalera, que ni el mismo can «Bocanegra», de suyo tan alerta, se desperezaba con los movimientos del amo, antes seguía echado al pie de la cama, con la cabeza vendada y un persistente apelmazamiento de la arena negra de la costra cerca de la herida y en las patas.
Pero esta particular madrugada (el señor le ha pedido a Guzmán que no deje de recordarle qué día es éste; un muchacho ha sido quemado ayer junto a la caballeriza del palacio en construcción; las obras del propio palacio se retrasan más de lo debido, mientras las carrozas fúnebres luchan contra el tiempo y el espacio para acudir a la cita; Jerónimo ha sido penado por aguzar excesivamente las herramientas; Martín ha visto pasar a la señora con el azor sobre la mano; un joven yace, bocabajo y con los brazos abiertos en cruz, sobre la playa negra), el señor, antes de abandonar la alcoba, se detuvo un instante con la capa entre las manos, mirando al perro; se preguntó el porqué de esas modorras matutinas de «Bocanegra».… Seguir leyendo »