Hurgar en la herida
Es una prestidigitación muy extendida: al despedirme de mis abuelos, ellos señalaban uno de sus bolsillos, que parecía vacío. Entonces yo extraía un billete de valor incierto -las cataratas dieron lugar a tacañerías y generosidades insólitas- y recibía una indicación inequívoca: «Para vino». Atrás quedaba la humillación de la pandereta, imprescindible para el aguinaldo, y tantos pellizcos que también terminaban en propina.
Ahora que supero por poco los 30 años -una edad que Ortega llamó de «iniciación» en su Teoría de las generaciones-, cuando me reúno con mis coetáneos -contemporáneos de edades similares y enfrentados a una misma realidad, de nuevo según el filósofo- y aparecen esos vinos, la conversación termina por deslizarse hacia un único tema: ni hijos ni libros pendientes; se habla de mudanzas, balcones e hipotecas imposibles.… Seguir leyendo »