Enrique Rey

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Es una prestidigitación muy extendida: al despedirme de mis abuelos, ellos señalaban uno de sus bolsillos, que parecía vacío. Entonces yo extraía un billete de valor incierto -las cataratas dieron lugar a tacañerías y generosidades insólitas- y recibía una indicación inequívoca: «Para vino». Atrás quedaba la humillación de la pandereta, imprescindible para el aguinaldo, y tantos pellizcos que también terminaban en propina.

Ahora que supero por poco los 30 años -una edad que Ortega llamó de «iniciación» en su Teoría de las generaciones-, cuando me reúno con mis coetáneos -contemporáneos de edades similares y enfrentados a una misma realidad, de nuevo según el filósofo- y aparecen esos vinos, la conversación termina por deslizarse hacia un único tema: ni hijos ni libros pendientes; se habla de mudanzas, balcones e hipotecas imposibles.…  Seguir leyendo »

He tardado mucho en escribir este artículo y ha sido agotador. Al terminar la página pensarán que no parece para tanto, que es corto y, como todos los de su especie, se limita a completar una intuición sobre un fenómeno llamativo con algo de bibliografía y un par de ejemplos curiosos. Y, sin embargo, a mí me ha costado acabarlo, y es que, cada vez que llegan facturas, compruebo que, sin haberlo solicitado, vivo sometido al absolutismo de la servidumbre de la producción. Que tengo que trabajar un montón, vaya, y apenas me queda tiempo. Y no debería quejarme tanto porque, entre los que, como yo, se pagaron la juventud y los textos currando en el mar, hubo varios ilustres -Gorki y Conrad- que tuvieron ocupaciones mucho más ingratas -el uno estibador, el otro embarcado en una goleta que realizaba peligrosas misiones para los carlistas-; pero resulta (aquí llega el fenómeno novedoso) que mi generación (la que merodea la treintena) se queja antes de la obligación de trabajar (sí, en abstracto y con sorpresa de recién emancipado) que del paro o de las condiciones en que se trabaja.…  Seguir leyendo »

Estamos hartos de neologismos y anglicismos: posverdad, fake news… y, ahora, donde no cabe una palabra extraña más, introduzco esta: oopart. Oopart es el acrónimo en inglés de «artefacto fuera de lugar» y quienes los rastrean sostienen, por ejemplo, que algunos jeroglíficos egipcios representan aviones o que se han encontrado mapas de Sudamérica anteriores a 1492. Por supuesto, todo lo relacionado con estas presuntas anomalías fuera de la historia ha proliferado en Internet, donde protagonizan una parte importante de la disparatada literatura de la conspiración.

Hoy se me ocurren pocas cosas tan fuera de lugar como esa banda de matones y bárbaros que asaltaron el Capitolio estadounidense.…  Seguir leyendo »

Existe algo más deseado entre los escritores de cualquier generación que la gloria literaria, que esa mezcla equilibrada de prestigio entre los críticos y celebridad entre los no lectores. Algo más valioso incluso que unos cuantos enemigos incansables (que, como sabemos, pueden mediante su inquina multiplicar el alcance de cualquier autor y convertir al anónimo en maldito).

Es el porvenir soñado por casi cualquier intelectual español y consiste en cuidar, de nueve a tres, de un par de plantas de interior en el despacho más recóndito y oscuro de una secretaría de estado irrelevante. Al fin y al cabo, de poco le sirvió a Baudelaire pasear por el París de Baudelaire, sobre todo porque ninguno de sus vecinos se enteró a tiempo de que aquella ciudad y sus puentes sobre el Sena pertenecieron durante algunos años a un espectro flacucho que escribía poemas sobre las prostitutas.…  Seguir leyendo »

Mi abuelo fue un hombre bueno de los que no salen en los periódicos. Murió ayer en su residencia, no sabemos si contagiado o no del maldito virus, cargado de años y con una vida ya cumplida. Cuando la muerte llega así, tras una existencia larga y feliz, no hay motivos para impugnarlo todo. Al contrario, incluso para los que no somos creyentes, el dolor sirve como testimonio a favor de un mundo que desearíamos seguir compartiendo con quien lo ha dejado.

Por supuesto, los que quedamos lloraremos. Sucede cada vez que muere alguien justo que, como en el poema de Borges, ignoraba estar salvándonos mientras tomaba café o llevaba a sus nietos a mirar las tortugas de la Estación de Atocha.…  Seguir leyendo »

El poema más famoso de Pere Gimferrer empieza a desplegarse con el verso "tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos". Y si la experiencia nos dice que descifrar esos símbolos es una tarea imposible, no menos compleja es la mecánica que mueve los mares, incluso si son pequeños, o, como el Mar Menor, lagunas de agua salada.

Pero el mar, además de la geografía, lo hacen el olor a salitre, el sonido de los barcos en los puertos (la jarcia que cruje y golpea: esa promesa de aventura) y una cultura (ciertos aparejos iguales en Cartagena, en Nápoles y en Tarragona, formas de hacer nudos y de cocer el pescado).…  Seguir leyendo »