Fernando García de Cortázar (Continuación)

A la orilla izquierda del Congo, en la terraza de una casita de Matadi, dos hombres dialogan en medio del silencio de una noche estrellada, ante los destellos malévolos del ancho, ocre y fabuloso río africano que se desliza hacia el Atlántico. El primero es un joven capitán de la marina mercante británica, un hombre de pequeña estatura, modales nerviosos y aristocráticos, cabellos negros y ojos del mismo color. Habla un inglés aprendido, con impecable corrección, pero con un chirriante acento eslavo que, en ocasiones, lo hace incomprensible. Disgustado y enfermo, sólo sueña con regresar cuanto antes a Londres. El interlocutor de este quebrantado lobo de mar es un afable y corpulento joven irlandés, uno de los empleados de la Compañía de Ferrocarriles del Congo, un peón más del intrincado y codicioso proyecto empresarial del rey Leopoldo II de Bélgica.…  Seguir leyendo »

Podía haber sido un militar, tal vez uno de los mejores. Pero hubiera sido sólo un militar. Su clase social y sus aspiraciones ilimitadas le empujaban más allá y le convirtieron sin dificultad en un excelente animal parlamentario. Podía haber sido un buen político, quizá uno de los mejores. Pero hubiera sido sólo un político. Provisto de una absoluta seguridad en sí mismo, Winston Churchill siempre quiso ser un hombre de Estado, un gobernante con verdadero sentido de la historia, un aristócrata dispuesto a emplearse a fondo por sus ideas y por el mantenimiento de un determinado tipo de sociedad y de nación, que creía insuperables.…  Seguir leyendo »

Aunque han pasado ya setenta años, las imágenes que quedan de ese tiempo siguen hiriéndonos los ojos con un fragor punzante de pesadilla. Fue la extraña derrota. Aquel ejército apreciado por el pueblo, el ejército de la Revolución y del Imperio, de Marengo y Austerlitz, de Sebastopol y Malakoff, de Magenta y Solferino, el ejército de la tragedia y de la gloria, cuya carga en Sedán había hecho exclamar al emperador alemán: «¡Oh, los bravos franceses!», había sido engullido por las rápidas columnas de los blindados nazis. Y París se convertía de pronto en la ciudad de la desbandada, una ciudad abandonada primero por sus políticos, y luego por un sinfín de gentes espoleadas por el pánico.…  Seguir leyendo »

Todos conocemos el poema de Antonio Machado: «Fue ayer: éramos casi adolescentes; era / con tiempo malo, encinta de lúgubres presagios, / cuando montar quisimos en pelo una quimera, / mientras la mar dormía, ahíta de naufragios».

Han pasado una guerra civil, dos dictaduras y una transición democrática, pero todos conocemos esas visiones de España, en los días que inaugura el desastre colonial de 1898: imágenes dolientes, agónicas, con el aire tétrico y melancólico de algunos cuadros de Regoyos. Todos recordamos los temblorosos interrogantes: ¿Qué pasa con España? ¿Va a sucumbir? ¿Doblará la cabeza como los frágiles barcos del almirante Cervera?…  Seguir leyendo »

Algunos años, como ciertos poetas y políticos, gozan de una fama superior a la común. 1452 es uno ellos: es una fecha que generaciones de sabios, poetas, reyes y guerreros recordaron a fuego durante siglos. Ese año los turcos se apoderaron de Constantinopla. Ese año la antigua Bizancio de los helenos, la dorada capital de Constantino el Grande, la urbe que había sido avanzada de la cristiandad en Oriente y abierto las puertas a la riqueza y al saber de la otra mitad del mundo a Occidente, la preservadora y depositaria de la fecunda Antigüedad, entró a formar parte de un imperio que medía su vida según los preceptos del Corán.…  Seguir leyendo »

Nadie que conociera en el pueblo ficticio de Maycomb al abogado Atticus Finch habría dicho que fuese un hombre convencido de que «haber perdido una batalla cien años antes de empezar no es motivo suficiente para no intentar vencer». Nadie que se cruzara por la calle con él habría imaginado que ese hombre discretamente bien vestido estuviera dispuesto a partirse el alma por defender aquello que consideraba justo, aun a riesgo de ganarse las críticas, el odio y las amenazas de sus vecinos. Nadie que lo viera caminar sin prisa hacia el antiguo edificio del juzgado habría pensado que tuviera la insobornable valentía de rebelarse contra el infierno en que las gentes blancas del sur de Estados Unidos hundían a las negras «sin pensar en que estas también son personas», un infierno sancionado por el tiempo, tan rígido y severo que todo el que lo despreciaba podía ser marcado como leproso y apartado para siempre de la buena sociedad.…  Seguir leyendo »

Lo dijo ya Unamuno en 1906, después de una brevísima estancia en la Barcelona bullanguera y jactanciosa del poeta Maragall, en pleno apogeo de los catalanistas de la Lliga Regionalista: «Aquello no es serio. Y luego no toleran la contradicción, y al que no les dice lo que quieren oír le declaran memo o poco menos».

Aunque más de un siglo separa la Barcelona actual de la Barcelona a la que se refiere Unamuno, lo cierto es que, en los últimos años, cada vez que el azar me ha llevado a la Ciudad Condal, la sensación que me ha producido la visita no ha desmentido nunca la amarga impresión que el viejo pensador bilbaíno puso por escrito en la primera década del siglo XX.…  Seguir leyendo »

1945... Noviembre de 1945. Un extranjero camina por las calles nocturnas de San Petersburgo, casi sin ver los graves daños causados por el asedio alemán de la Segunda Gran Guerra. Su nombre es Isaiah Berlin, un intelectual de origen ruso, un profesor de la Universidad de Oxford y diplomático de la embajada británica. Se dirige al viejo y destartalado palacio de Sheremétev, en el canal del Fontanka. Allí le espera Anna Ajmátova, la más alta voz poética de Rusia en el siglo XX, la escritora que sobrevive en medio del hambre, la enfermedad y la sórdida, implacable y continua vigilancia de una policía omnipresente y obtusa.…  Seguir leyendo »

La Ilustración nos alejó de las supersticiones del pasado, demostrándonos que una tempestad no es una venganza del dios Neptuno, pero no fue capaz de vacunarnos contra la seducción de las quimeras sociales ni consiguió ponernos a salvo de las decepciones políticas. Piensen, por ejemplo, en los entusiasmos de la Revolución Francesa y en el desencanto que siguió a los grandes impulsos de Napoleón, el conquistador insaciable, el ilusionista de la victoria. Como recordaría Stendhal, el mejor cronista de la Francia «grave, moral y triste» de la Restauración, después de Waterloo empieza el gris imperio del dinero asociado con el de las pequeñas intrigas y los intereses mezquinos: un mundo manejado por el espionaje del Gobierno y del clero, donde los jóvenes más enérgicos ya no podían soñar con la gloria de las armas y debían conformarse con medrar en el seno de una Iglesia en la que no creían.…  Seguir leyendo »

Lo dice Larra con irónica amargura en un artículo de 1835: «Agotados los hechos, nacen las palabras». Y no deja de ser descorazonador que, más de siglo y medio después, los artículos de este dandy profundamente romántico que corregía su patriotismo con elegante afrancesamiento se conserven tan rabiosamente actuales como el día en que se escribieron. Artículos como Cuasi Pesadilla política, donde Larra parece describir la vorágine de palabras que ha convertido nuestra democracia en un país de dos caras, en una triste prolongación de las dos Españas del filósofo Ortega y Gasset. Real una, la sociedad del desencanto, carcomida por los malos espíritus de la crisis económica.…  Seguir leyendo »

La historia más reciente, la historia de la recuperación de unas instituciones democráticas y una conciencia cívica basada en el ejercicio de la libertad, la historia que va de 1975 a nuestros días, ha coincidido en España con la actividad terrorista de ETA. Ningún otro lugar de Europa ha compartido la desgracia de contar, en todo ese tiempo, con la barbarie obstinada de un grupúsculo de fanáticos seducidos por el brillo político del crimen. Desde luego, ningún otro lugar de Europa, a excepción de Irlanda del Norte, ha estado dispuesto a sumar a los asesinatos la infamia de un discurso de justificación que convierte a los criminales en la encarnación de una causa.…  Seguir leyendo »

A Albert Camus, cuyo patriotismo no fue más allá de una manera de amar a Francia que consistía en no quererla injusta, y en decírselo, le ha ocurrido con Sarkozy lo que a Borges con los Kirchner. Ambos han compartido recientemente el destino de los pensadores que la posteridad recupera para el chauvinismo y el orgullo popular. Si, a comienzos del pasado 2009, Borges sufría el propósito del gobierno argentino de repatriar sus restos mortales del cementerio de Plainpalais, en Ginebra, donde reposan, y llevarlos a Buenos Aires para enterrarlos en La Recoleta, a finales del mismo año le tocaba el turno a Camus, a quien el presidente de la República francesa ha querido entronizar como gloria nacional trasladando su sepultura al Panteón de París, donde descansan Voltaire o Zola.…  Seguir leyendo »

Todos conocemos esas visiones de Berlín después de la noche del 13 al 14 de agosto de 1961, imágenes grisáceas, con el blanco y negro fuerte y áspero de las primeras películas de Rossellini: la calma helada del cerco de alambre y cemento bajo el cielo nublado, el roce sombrío del cuero y las culatas de los fusiles, y el silencio de la noche interrumpido por los disparos de los tiradores de élite.

También conocemos esas otras visiones del Berlín del 9 de noviembre de 1989: imágenes de alegre resplandor que sustituyen a las antiguas de horror, miedo y vergüenza, jóvenes escaladores que con botellas de champaña en la mano rocían a un lado y a otro del Muro, y soldados que contemplan, incrédulos, la riada humana, contra la que por primera vez desde 1961 no han recibido orden de disparar.…  Seguir leyendo »

Al morir el príncipe de Ligne en 1814, en pleno Congreso de Viena, las señales que indicaban un vertiginoso deterioro del mundo en que había nacido ya estaban encendidas, pero sólo a unos pocos les fue dado advertirlas. Metternich, arquitecto de la Restauración, se encontraba entre esos privilegiados. Y quizá por eso, junto a su pensamiento más secreto - que la vieja Europa estaba al principio del fin- anotó en su diario personal que el entierro en Viena del príncipe de Ligne, seguido por emperadores, reyes, ministros y grandes nombres de la nobleza europea, era igualmente el sepelio de un mundo ya insalvable.…  Seguir leyendo »

Había sido un año de largas y duras discusiones, un año de zancadillas y batacazos, de algunos pasos sutiles y muchos ridículamente grotescos. Y el señor Montilla había salido vencedor de las negociaciones del nuevo modelo de financiación de las Comunidades Autónomas: una pugna que ha terminado por hundirnos a todos en el principio nacionalista según el cual la razón, y todo lo que arrastra, no emana de las personas, sino de los territorios. Después de que Montilla dijera que España saldaba ahora una deuda con Cataluña, el periodista preguntó al presidente de la Generalitat qué pensaba de los dirigentes del PSOE que se quejaban de su histrionismo verbal.…  Seguir leyendo »

La historia es como el río de Heráclito el griego: uno no puede bañarse dos veces en las mismas aguas. A pesar de que podemos encontrar el mismo repertorio de conflictos, soluciones, zancadillas y batacazos, a pesar de que los seres humanos son iguales en el mundo entero y los mueven iguales pasiones e intereses, tan efímeros como semejantes en todas las épocas, entre el mundo de Julio César y Napoleón, Robespierre y Lenin, Pericles y Churchill, hay una diferencia real.

No. La historia no es cíclica. Sin embargo, muchas veces parece que retorna siempre. Ese es el caso de las dictaduras, que cambian tan poco, siguen siendo tan ellas mismas, que sea cual sea la máscara que adopten, dan la impresión de que sólo tienen una misma cara desde el principio de los tiempos, repetida al infinito sin perder su terrible sencillez.…  Seguir leyendo »

¿Alguien fue más refinado? Lo conocí personalmente, pero mi memoria ha conservado una fotografía como imagen definitiva de José María de Areilza, conde de Motrico: un señor elegante y pulcro, de ademanes aristocráticos y mirada inteligente, hablando por teléfono mientras sostiene con exquisita seriedad un libro, quizá unas Memorias.

¿Alguien fue más refinado? En la derecha española de su tiempo -que se extiende de la desventurada monarquía de Alfonso XIII a la equilibrada de Juan Carlos I-, tal vez nadie. Tenía todas las cualidades del conservador que aprende todo y no olvida nada: era culto, brillante, mundano, sutil, preciso, nostálgico de un futuro más elegante y noble, desdeñoso de un presente tosco y zafio.…  Seguir leyendo »

«Ahora, pues, descendamos y confundamos allí sus lenguas, para que no se entiendan los unos con los otros». Así dice la Biblia que Dios castigó la soberbia de los hombres, en su deseo de construir una torre con la que conquistar el cielo: por eso se la llamó Babel que es lo mismo que decir, confusión , balbuceo. Así parece que algunos grupos políticos quieren reconstruir en España un paraíso políglota para uso y disfrute de viajeros románticos, cerrando espacios a la libre y fácil circulación de ciudadanos, levantando por aquí y por allá aduanas lingüísticas.

Lamentablemente, la posibilidad de entenderse en una lengua común, elogiada, incluso, por el poeta catalanista Aribau en 1817, ya no se ve en España como una ventaja, sino como una penitencia impuesta por Goliats implacables y abusivos.…  Seguir leyendo »

La escena contiene recuerdos de otro tiempo mucho más turbulento. En Europa, ensombrecida de fascismo y estalinismo, sólo quedaba ya Gran Bretaña para enfrentarse a un Hitler que había dividido Francia en dos y que, en plena euforia, se decidía a marchar sobre Moscú. En la brasileña y tranquila Petrópolis, una ciudad balneario a menos de dos horas de Río de Janeiro, donde había buscado refugio, Stefan Zweig escribía sobre Montaigne. Necesitado de consuelo, el viejo y apátrida escritor austrohúngaro recordaba que si Europa había dado a luz auténticos monstruos, a su vez había concebido las teorías que permiten pensar y destruir a esos monstruos.…  Seguir leyendo »

Ocurrió hace seis meses, y fuera de Alemania, apenas mereció la atención de unos pocos. A mí, sin embargo, la noticia del cierre definitivo del aeropuerto berlinés de Tempelhof me trajo un ovillo de imágenes descoloridas. Imágenes de otro tiempo, de otro mundo más lejano de lo que miden las cifras de los años. Imágenes de un mundo que ya sólo sobrevive, como algunas civilizaciones extinguidas, en unas pocas fechas, en algunos nombres, en selectivas conmemoraciones oficiales, más propensas al triunfalismo que a la comprensión.

Hoy monumento protegido, Tempelhof, inaugurado en 1923, ampliado en 1934 bajo el desfile de las cruces gamadas, no sólo es el mayor testimonio de la primera arquitectura del régimen nazi.…  Seguir leyendo »