Gabriel Albiac (Continuación)

«Buscas en Roma a Roma, ¡oh, peregrino!, / y en Roma misma a Roma no la hallas». La Ciudad, que Quevedo sabe ausente, fue imperio, universo casi. Fue. Y en eso cifra el poeta su verdad ambigua: la de haber sido, la de no ser, por tanto. Haber sido en el territorio de leyendas bien trabadas que llamamos historia. Mas Quevedo es lector de San Agustín. Y no puede eludir la endemoniada paradoja que hace, en Las confesiones, del pasado entidad monstruosa que se escurre entre nuestros dedos. Decir qué es lo que fue es formular un imposible: «Pretérito y futuro, ¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es él y el futuro no lo es todavía?».…  Seguir leyendo »

«Eso os hará creer… y os embrutecerá». El pasaje de Pascal es misterioso: quizá el que más entre los tantos de ese amasijo de cegadores despojos al cual póstumos editores llamaron Pensamientos. Misterioso, porque Pascal es el espíritu más religioso del Barroco. Y porque el «eso» del cual habla consiste en «hacer como que se cree, tomando el agua bendita, haciendo decir misas». Hay en esa paradoja el peso que pone la falsa evidencia de las palabras usadas fuera de su tiempo: «Embrutecer», abêtir, tiene para el sabio cartesiano un uso insoslayable. «Ser bestia», ser animal, significa en cartesiano ser máquina, ser autómata.…  Seguir leyendo »

Está leyendo a Chandler. La madrugada es fresca, demasiado tal vez para alguien de sus años. De los muchos que ha sido, le fue quedando, al cabo, la lúcida desgana que sabe irrenunciable: en el retrovisor, la vida tiene el tono de un ácido monólogo de Marlowe, Philip Marlowe, el tono indiferente de un demasiado triste y un demasiado largo adiós a lo no sido. «Hasta la vista, amigo» —silabea en voz baja—. «No le digo ahora adiós. Ya se lo dije cuando tenía algún significado. Se lo dije cuando era triste, solitario y final».

Pasaron cuarenta años de vida previsible.…  Seguir leyendo »

«Pon tu bandera a media asta, / recuerdo. / A media asta / el día de hoy y siempre». En la penumbra de la biblioteca y en voz alta, releo el Shibbolethde un Paul Celan siempre acosado por la fuga de muerte y humo que danza sobre la música más alta o la más alta poesía. Y es Israel lo que retorna en la herida enigmática del poeta. Y en la mía, y en la de cualquier hombre de nuestro siglo que no apueste por ser asesino o imbécil. No es política. Es la áspera teología de un ateo, que trata de entender el absoluto, sin ceder a sentimiento ni afecto.…  Seguir leyendo »

Iudeus et Atheista, «judío y ateo», el doble estigma al pie del retrato póstumo de Baruch de Spinoza, da fe de la extrañeza ante el hombre que piensa. Contra todos. Y del ansia por normalizarlo bajo lo ya sabido. Porque aquello que escapa a clasificaciones y sentidos dispara el desasosiego.

Todo en ese grabado de final del XVII es apócrifo. A comenzar por el rostro adusto de elegantes bucles: en ausencia de imagen verídica del filósofo, es un rompecabezas de arquetipos lo que el artista compone en su retrato, que prima la serenidad del gesto, la estoica indiferencia de la mirada.…  Seguir leyendo »

Con el escrúpulo prolijo que debe exigirse a sí mismo un jansenista, Pierre Nicole narra en su Educación de un Príncipe del año 1670 las tres jornadas de estudio a las cuales asistió, un decenio antes, en el castillo de Vaumurier, residencia del duque de Luynes en el valle de La Chevreuse, junto a la abadía de Port-Royal. Quien dicta sus lecciones es un joven matemático en prematura declinación hacia la muerte. Que no habla allí de geometría. Ni siquiera de esa fulminante conversión religiosa, que corta en dos su vida la noche del 23 de noviembre de 1654 y que hace a sus más cercanos considerarlo un santo.…  Seguir leyendo »

Los bibliófilos somos gente no demasiado bien de la cabeza. Hace ahora algo más de dos años, di en la tienda de un anticuario madrileño con un ejemplar de la primera edición de Mi medio siglo se confiesa a medias, de César González Ruano. En su interior, alguien había archivado una colección de recortes del ABC de los años treinta. Jamás toco nada que haya sido confiado a la intimidad de un libro. Antes afrontaría el fin del mundo que alterar aquello que alguien amó lo suficiente como para enterrarlo en ese templo de lo intemporal. Allí quedaron las hojas amarilleadas, frágiles como las alas de una polilla muerta hace ya mucho.…  Seguir leyendo »