Disección de una tormenta
La sequía tiene algo de absurda. Durante meses o años, uno ni siquiera es consciente de que llueve menos salvo que la lluvia sea imprescindible para su bienestar inmediato (por ejemplo, un agricultor acostumbrado a tomarle el pulso a la tierra). Después, con el paso del tiempo, uno sabe que no llueve tanto como sería necesario; a veces, incluso, repara en que no llueve sin más. Esa convicción es compatible con otra más desasosegante: nada de lo que hagamos hará que llueva antes o más a corto plazo. Aparentemente, sólo queda esperar. El absurdo roza el paroxismo cuando uno descubre que la lluvia mitigará algunos impactos pero el desafío genuino (la escasez estructural en amplias zonas), persistirá: la ausencia de lluvia sólo explica una parte del problema.… Seguir leyendo »