El canciller del Imperio Austríaco, Klemens von Metternich, al igual que una buena parte de los plenipotenciarios que acudieron al Congreso de Viena, estaban convencidos de que la agitación provocada por la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas había quedado atrás. Consideraban que lo conveniente era tender una especie de puente temporal entre 1789 -fecha del estallido revolucionario- y 1815 -fecha en que Napoléon había sido derrotado en Waterloo-, como si nada hubiera ocurrido. Se restauraría el Antiguo Régimen, lo que restablecería el poder absoluto del monarca, y se mantendrían las estructuras propias de una sociedad estamental.
No tuvieron en cuenta, en medio de los grandiosos banquetes y lujosos bailes que caracterizaron aquella cita diplomática, que el viento de la historia soplaba en otra dirección y que la burguesía, que había estado en el origen de los planteamientos revolucionarios -cosa diferente es que a partir de la ejecución de Luis XVI todo se radicalizara y perdiera el control del proceso-, no iba a cejar fácilmente en su lucha por el poder político -el económico ya lo tenía- que conllevaba la eliminación de los privilegios estamentales y la configuración de un Estado, cuya arquitectura tenía como pilar fundamental una Constitución en la que se recogieran los derechos y libertades de los ciudadanos.… Seguir leyendo »