Luis Ventoso

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Hay países que disfrutan de la tranquilidad de una cierta uniformidad. Cuentan con una cultura y un idioma compartidos, que crean nexos muy fuertes, por lo que su unidad nacional, su propia existencia como país, no está en modo alguno amenazada (véase Japón, o Francia).

Sin embargo, otros tienen que lidiar con presiones separatistas y sopas de «hechos diferenciales». Tal es el caso del Reino Unido, cada vez más desunido, o de Bélgica, convertida ya en dos países por el odio enconado de flamencos y valones. España, por desgracia, soporta también el dolor de cabeza de unas pulsiones disgregadoras, ávidas de acabar con el viejo país existente para partirlo en nuevos y pequeños países.…  Seguir leyendo »

España es un país donde todo se politiza en exceso. Cualquier día veremos a nuestros partidos más fogosos enzarzados en un áspero debate sobre si la cebolla en la tortilla de patata es «progresista» o se trata de un capricho de «la ultraderecha». Así que el festival de Benidorm del pasado enero, donde se elegía al representante para Eurovisión, acabó enardeciendo a nuestra izquierda, soliviantada por la victoria políticamente incorrecta de Chanel. La tenazmente insoportable Irene Montero enseguida la colocó en la diana en un mitin. Comisiones Obreras y el nacionalismo gallego la pusieron verde. Podemos amenazó incluso con elevar preguntas parlamentarias sobre su triunfo.…  Seguir leyendo »

Todos los seres humanos arrastramos nuestras flaquezas y extrañas singularidades. Por haber, hasta hay gente a la que le gusta montar muebles de Ikea. Personalmente, una de mis múltiples debilidades es el aprecio por el humor un poco tontolaba. Sé que no es acorde a mi edad y que resulta muy poco sofisticado, pero me siguen haciendo reír de modo irresistible algunas escenas de los viejos astracanes de Peter Sellers, Louis de Funes, Bob Hope o los Hermanos Marx. Un «placer culposo», que dirían los anglosajones, pues se trata de un humor un poco surrealista y a veces bastante palurdo. Pero qué le vamos a hacer, ¡al final te ríes!…  Seguir leyendo »

Gracias a trabajar en un periódico de la categoría de ABC he tenido la suerte de poder conversar con varios de los hispanistas ingleses más eminentes. Con uno incluso he trabado una relación de amistad, que de cuando en vez nos lleva a arreglar el mundo filosofando entre más pintas de las prudenciales. A todos les he dado la turra con una misma pregunta: «¿Por qué España? ¿Qué es lo que le atrajo de ella?». Lo notable es que la respuesta siempre es la misma: «Vosotros, los españoles». Cuando les pido más detalles suelen ensalzar «la generosidad» de la gente de España y su cordialidad y alegría de vivir.…  Seguir leyendo »

La película más bonita de la Historia

Arrancaba la primavera romana de 1944, con la ciudad todavía ocupada por los nazis, cuando se presentó en el rodaje un monseñor de 47 años. Porte distinguido, caminar dubitativo, distintivas orejas de soplillo. La variopinta troupe lo tomó por un extra más, algo nada raro en una película religiosa que llegó a contar con dos mil figurantes (todos innecesarios, por cierto). Pero el director, de 42 años, un vitalista listo como el aire, supo al instante que aquel era un cura de verdad, y para más señas, el mismísimo supervisor de su película, sufragada por Orbis, la productora del Centro Católico Cinematográfico.…  Seguir leyendo »

Tal vez fue el mejor. Pero nadie lo sabía. «El pigmeo», así apodaba el carismático Lloyd George, que fue un impetuoso primer ministro liberal, al minúsculo líder laborista Clement Attlee (1883-1967). El honesto Orwell, casi siempre tan certero en sus juicios, tampoco era más generoso: «Attlee es como un pez muerto».

Vulgar, burgués y convencional hasta el sopor, orador ramplón. Un hombrecillo bajito, de ojillos achinados, calvo y con un bigotito sin gracia, carente de imaginación y enjundia intelectual. O eso se decía. Cuando Attlee llegó a primer ministro en 1945, derrotando por sorpresa al gran héroe, su amigo Winston Churchill, circuló un chiste muy inglés.…  Seguir leyendo »

Os conozco, chatarreros

Personas a las que aprecio y admiro suelen aconsejarme que no reincida en el error: «No deberías escribir esos artículos, hombre, quedas de pena…», me susurran contemplándome con lástima amical. Seguro que tienen razón. Pero me temo que reincidiré. De hecho, voy a recaer ahora mismo.

La opinión que me hace quedar como un garrulo es mi queja, anclada en un sentido común primario y una educación media, de que a estas alturas del siglo XXI tirar por el suelo de una inmensa estancia blanca unas tablas, unas bolsas de plástico o unos ladrillos (o colgar una alfombra de un alambre, o guardar en una urna una botella de refresco) no es arte.…  Seguir leyendo »

El embajador británico en París elogió a Marcel Proust haciendo gala de ese realismo socarrón tan inglés, tan finamente puñetero: «Es el hombre más notable que he conocido en mi vida. ¡Cena con el abrigo puesto!».

Cierto. El Proust crepuscular, que navegaba como un paquebote de otra época por los salones del Ritz o del gran hotel de la plaza Vendôme, debía de constituir una aparición impactante. Un dandi espectral emerge a paso cansino, algo torpón. A las puertas del verano, se abriga todavía con su gabán forrado de pelo de nutria. El mismo abrigo que por las noches ejerce de última colcha en el lecho de latón de su piso de la rue Hamelin; allá, en la celebérrima habitación aislada por láminas de corcho, donde escribirá, contra todo pronóstico, uno de los diez monumentos literarios de la humanidad.…  Seguir leyendo »