Ciegos voluntarios
Doña Z. era ciudadana norteamericana, aunque había nacido en el mismo país que su marido y, de hecho, venía viviendo en ese país desde hacía algunos años con él, que era un escritor bastante conocido. A finales de septiembre de 1936, escribió desde Nueva York a la dueña del piso en el que habían vivido hasta entonces: «Los asuntos que nos trajeron aquí se van resolviendo, por fortuna».
¡Qué alivio!
Esos asuntos les habían obligado a abandonar, con una cierta premura, una ciudad, sede del Gobierno de la nación, en la que la misma supervivencia del orden político parecía en entredicho.… Seguir leyendo »