Paco Cerdà

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La sala de la muestra '2238 Paterna', con ropas conservadas en las fosas de los fusilados.Ana Escobar

La mujer. Tiene los ojos claros, los labios finos, el cutis terso, las manos arrugadas. A cada poco llora. Saca un pañuelo blanco de tela y cambia de lugar sus lágrimas. Una vez. Otra. Su imagen resulta conmovedora cuando cierra fuerte el puño y lo levanta con ochenta y tantos años. Cuando aprieta contra el pecho la bandera tricolor, como si quisiera traspasar con ella el abrigo y la carne y fundirlas en un todo, cuerpo y prótesis republicana. Es enternecedor verla cuando asiente al oír, desde el escenario, que si el silencio es un arma de opresión, la memoria será nuestra lucha y por eso nunca vamos a olvidar.…  Seguir leyendo »

Cuando caía la noche y el cielo ennegrecía y las tinieblas se espesaban —noche oscura, en temores inflamada—, nuestros ancestros se recogían en la caverna. Convenía arremolinarse en torno a la hoguera, imaginar, reír, relajarse y dormir para evitar los peligros y las emboscadas que escondía la negrura. Imperaba un miedo atroz a la oscuridad. Acluofobia, se llama: un poso aún latente en nuestra cultura. Lo explica la escritora noruega Sigri Sandberg en Oda a la oscuridad, un breve ensayo que ilumina acerca del miedo atávico a la noche. Una aproximación original al largo y tortuoso combate civilizatorio entre la oscuridad y la luz.…  Seguir leyendo »

Las que barren. Seguramente compré el libro por esa frase preliminar de Magda Szabó. Dice: “El mundo se divide en dos clases de personas, los que barren y los que no”. Seguramente me acabó de convencer la retahíla de sinónimos que precedían al aforismo. Dicen: sirvienta, criada, doméstica, muchacha, maritornes, moza, chica, doncella, empleada de hogar, ayudanta, asistenta, menegilda, chacha, señora de compañía, aya. Y fámula. Esa la desconocía.

Fámulas. Así ha titulado Cristina Sánchez-Andrade un breve libro que nace de un impulso: dar voz a las empleadas del hogar que trabajan en España para romper el silencio —silencio de abusos, de desprecios, de sumisión— que las atenaza.…  Seguir leyendo »

Mujeres y niños camino de la frontera francesa a principios de 1939, poco antes del término de la Guerra Civil. EFE

Mi abuelo tiene 96 años y no quiere hablar de la guerra. Ni de los millones de refugiados. Ni del desastre que cada día asoma por su televisor.

Cuando tenía 11 años, al volver un día del colegio, se encontró en su casa a tres niños desconocidos. Estaban sentados, callados, algo aturdidos. Eran evacuados de Madrid, del barrio de La Prospe, y habían llegado a su casa de Burjassot, en la Valencia republicana, para protegerse de las bombas en aquel duro invierno del 37. Mi abuelo los miró. No entendía nada. Su padre le explicó que eran tres hermanos madrileños —los hermanos Machío— y que habían huido de su hogar sin sus padres por culpa de la guerra.…  Seguir leyendo »

Negrín. Resistir es vencer. El eslogan de Negrín para defender la República, a costa de los muertos anónimos que fueran necesarios, anida en el espíritu de nuestro tiempo. Resistir. A la pandemia, a la crisis, al paro, a un empleo basura. Aquel viejo lema era sencillo. Como locutaba la voz del noticiario republicano en abril del 38, bastaba una sola orden para cada conciencia: resistir. El soldado en el frente, el obrero en el taller, la mujer en el hogar, el niño en la escuela. Resistir es vencer. La consigna tenía base mística: sufrir primero para alcanzar después el paraíso. Entonces no lo hubo.…  Seguir leyendo »

Una escena de '1984', de Michael Radford, basada en la distopía de George Orwell.

Hoy. ¿Cuánto duele el dolor? Manuela Ballester se ha sentado a escribir en su diario. La mujer de Renau, la llaman. Es mucho más. La guerra ya ha terminado. Lleva cuatro meses exiliada y hace dos días que ha abandonado el frío hotel para, al fin, girar la llave de esta casa en la calle Rosales, 2, de México DF. La silla la compró ayer en un mercado. La mesa también. La guerra, la desesperanza, los muertos, el exilio: el dolor va sedimentando en su interior. Pero algo no encaja. No comprendo —escribe Manuela— por qué todo lo que nos ha sucedido y sucede, nuestra situación presente, me ha dejado tan indiferente.…  Seguir leyendo »

Éxodo de refugiados republicanos españoles en Port Vendres, en el sur de Francia, en el invierno de 1939.

Llovían bombas cuando ella nació. Su madre, con los dolores del parto, tuvo que refugiarse en el sótano del hospital. Paños ensangrentados por las escaleras. Gritos y miedo. Barcelona, marzo del 38: el horror. Nueve meses después, esa madre, con aquella niña en brazos, iba arrastrando los pies rumbo al exilio. De Barcelona a La Jonquera caminaba sola entre un río humano, arrojándose a la cuneta cuando llovía metralla del cielo. Otro horror, los mismos pájaros metálicos. Al fin acabaron instalados en Berlín: una guerra distinta, el horror de siempre.

Así empieza su historia.

Yo no conocía a Núria Quevedo. Hasta que vi esa imagen tan fuerte, tan bella, tan oscura, tan lejana y cercana.…  Seguir leyendo »