Rodrigo Cortés

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Toda ideología traza un camino falso, toda receta fracasa cuando el fin no es la cura, sino la propia receta, la vida no se compone de ideas ni se explica desde clanes, se compone de verdades impersonales que no dibujan rutas, acaso pistas, elementos que relacionar entre sí de forma necesariamente perfectible, de los que extraer una lección necesariamente provisional y provisionalmente efectiva, la ley de la gravedad no castiga a los culpables ni premia a los inocentes, ni al revés, ni es guapa ni fea ni solidaria ni egocéntrica, simplemente opera, y conviene, por tanto, conocerla, quiera uno hacer el bien o el mal con ella, sea uno rico o pobre, no hay estrategias ideológicas para acercarse al abismo, para dar un paso al otro lado del barranco, con pretendida razón o sin ella, porque las verdades de la vida, que son las de la física y tal vez sólo ellas, no son injustas, justas, reprobables o buenas, son, simplemente son, que no es poco, son sólo, infinitamente simples e infinitamente complejas, y por eso se puede ser homosexual y de derechas, o notario y de izquierdas, o cantautor y católico, o nacionalista y del Betis, o madridista y de La Junquera, por eso se puede ser liberal y defender la sanidad pública, o comunista y rechazar el aborto, o juez y ladrón, o moralista y adúltero, o racista y culto, o cualquier combinación que usted prefiera odiar o simplemente prefiera, incluso se puede ser infeliz y pobre, digan lo que digan las películas, por eso no hay ideología en el mundo que valga para todo todo el tiempo ni convierta en verdad lo falso ni en improcedente lo que convendría, porque las ideologías no atraen los metales, lo hace el polo norte magnético, que no depende de opiniones ni de gustos ni de la voluntad popular siquiera, que no depende del consenso, depende simplemente de la realidad, que estaba antes de los partidos y seguirá cuando los partidos sean –si no lo son ya– humo, polvo y cieno, aunque no haya forma de ver la realidad, no con nuestros instrumentos deficientes, no con ojos ahítos de engaño, oídos sordos, la nariz tapada, no con el cerebro rumboso, dispuesto a reinterpretarlo todo, no con la percepción al servicio de la apetencia, no con ganas de tener razón, no dormidos, hipnotizados o tuertos –o, lo que viene a ser lo mismo, presumiendo de despiertos–, no hay forma de ver la realidad, pero hay señales, indicios, a lo mejor vestigios, que permiten prestar atención a algo o retirársela sin perder más tiempo, que permiten al menos abordar la segunda fase de la atención, que es la que sigue a la avidez, la que viene cuando se mira sin ganas de encontrar, sólo de ver: la de las consecuencias, porque las cosas reales lo son porque tienen consecuencias, como las tiene toda acción, como las tienen las leyes, las de los jueces y las de la termodinámica, como las tiene subvertirlas, la de la gravitación universal y las de la convivencia, por eso las promesas sólo lo son si anticipan consecuencias y lo moral se hace inmoral cuando las niega, por eso los derechos lo son cuando vienen con obligaciones y el amor sólo lo es si acepta sus renuncias, por eso la voluntad sólo es real cuando uno hace lo que no le apetece hacer y podría evitar hacer pero aun así hace, y el ser humano sólo lo es cuando, junto con sus circunstancias, acepta el precio de levantarse a diario, el de mirarse al espejo sin más filtro que el de las legañas y cargar con la propia mochila, por eso cada cual puede hacer lo que le venga en gana, por siete votos o por cien, lo que no puede es decir que lo hace por otra causa, puede hacer lo que decida, lo que le convenga hacer –incluso lo que le perjudique hacer, si vuela más alto que el resto–, puede mentir, matar, dar vida, sentarse, ayudar, dañar, guiar o apartarse, cada cual puede engañar a quien pueda, pero no debería engañarse, cambiarle el nombre a su gula, pintar de colores su provecho, un mayordomo puede serlo, si así lo elige, pero no puede pedir que lo llamen periodista, uno puede jugar a político, si así le place, pero no con el mazo en la mano, un faraón puede buscar su propio bien, si tal desea, pero no fingir que es el de todos, y menos si parte Egipto en dos y, además, lo enfrenta, porque la mentira no anula las consecuencias que la verdad impone, un mentiroso no debería mentirse, al menos eso, salvo que quiera creer que puede saltar del balcón (o hacer saltar a los demás) y conseguir que la ideología lo sostenga, porque la ideología no sostiene nada ni explica nada ni valida nada ni modifica en ningún sentido la realidad, ser conservador no es bueno ni es malo ni es nada en absoluto, es un nombre, una inclinación que a veces desnorta y a veces ubica, ser progresista no es malo ni es bueno ni es nada en absoluto, es útil a veces y a veces un problema, porque, si se acerca el tren, tocará retirarse o estarse quieto, según por donde pase el tren, y, si el tren viene derecho, más vale ser progresista, y, si va a pasar a unos metros, más vale quedarse quieto, porque el cáncer no es zurdo ni diestro, de eso va la vida, de hacer lo que convenga cada vez, no lo de costumbre ni lo que diga el rabadán de turno ni lo que perjudique al de enfrente como si eso lo beneficiara a uno, y lo que conviene, en general, es hacer lo que está bien, apetezca o no hacerlo, se vote amarillo o marrón, conviene hacer lo correcto, o lo que uno cree correcto, no lo que sabe incorrecto y hasta ayer dijo que lo era –lo que separa y enemista y enfada y desasosiega–, conviene no premiar a quien rompe ni castigar al que cumple, no darle al egoísta y quitarle al diligente, agrade o no ser recto, cueste o no cueste, conviene rechazar lo indefendible, conviene avergonzarse de lo que da vergüenza, conviene no romper básculas ni cavar zanjas ni volar puentes, conviene recordar quién se es y hacerse responsable de uno mismo, porque el único pecado verdadero, el que ni la vida ni sus leyes inmutables perdonan, es el de la inconsecuencia.…  Seguir leyendo »

La tortilla, ¿con tilde o sin tilde?

El tiempo es, en este sábado de invierno, normal, soleado incluso, lo que tampoco es infrecuente en una mañana de marzo. La primera persona normal llega pronto y se pide un café solo. Sus movimientos son calmados, su sonrisa, afable. No parece entender del todo por qué ABC se empeña en entrevistar a nadie en una terraza de parque tan normal, aunque tampoco parece darles muchas vueltas a las cosas. La segunda persona normal es -o se muestra- más nerviosa, pero su actitud inspira inmediata confianza, como lo hacen las risas con que interrumpe a veces su discurso. Le da un abrazo normal a la primera persona normal y se pide un té.…  Seguir leyendo »

Mejorar a Dahl

No corro el riesgo de pasar por original si me pongo a hablar de Dahl, otros han llegado al circo antes que yo. La tinta empezó a correr cuando la prensa británica alertó de que la editorial londinense Puffin –apéndice de Penguin Random House– se había empeñado en mejorar a Roald Dahl, el rey de la literatura adulta para niños. Y ¿qué es mejorar?, se preguntarán ustedes junto a este desnortado escribidor. Mejorarlo es mejorarlo y punto. Corregir errores. Hacer lo que él no supo hacer. Adaptarlo al mundo real, que ha seguido avanzando al ritmo exacto del editorial, que avanza si avanzan las ventas y, si no, no avanza.…  Seguir leyendo »

No vino Cameron a este valle de lágrimas a hacer películas, sino a hacer imposibles; no vino a distraer, sino a entretener por siempre; no vino a dejar su marca, sino a ser la marca; para bien y para mal, como a menudo sucede con quien quiere volar un palmo por encima del suelo o ser chincheta en el mapa, lo sea de verdad o no. A James Cameron no le basta con estar en el mundo, desea crearlo de nuevo y mantenerlo bajo control, mejorar el verdadero, que nunca le bastó, tan pedestre y sujeto a las leyes de la física, limitadoras, imperfectas.…  Seguir leyendo »

El jurado

El jurado no tendrá en cuenta el último testimonio. El jurado no tomará en consideración lo que ha escuchado. Aunque el jurado ha oído con nitidez lo que ha oído y ha observado con claridad lo que ha observado, el jurado hará como que no lo ha hecho y su criterio no se verá por ello afectado. El jurado tomará en adelante sus decisiones usando de forma selectiva su conocimiento y establecerá conexiones neuronales nuevas que le permitan sacar las mismas conclusiones que habría sacado si no hubiera conocido lo que ha conocido por ser miembro del jurado. Que, a todos los efectos no habrá conocido.…  Seguir leyendo »

Podría definirse la música como la interrupción del silencio si la música no fuera a veces el silencio mismo o si no estuviera hecha de silencios. La música es, por tanto, señalar a tiempo (con palabras o sin ellas) y callar a tiempo.

Creemos –como seguramente toca– que la música de cine nació con el sonoro, que sólo cuando el cine rompió a hablar rompió a cantar. Y así fue en cierto modo. Pero el cine mudo nunca fue sordo, y, aunque sólo fuera por tapar el martilleo del proyector, supo reservarle unas monedas al pianista local, para que opinara por debajo de la imagen, encendiera las carreras y los besos y diera ese empujón final que pone las lágrimas a rodar o confirma que algo es divertido, y en qué momento.…  Seguir leyendo »

Ya está. Se nos fue. La cosa se ha puesto agresiva. Entre unos y otros, digo, que es como nos gusta -parece- que se pongan las cosas. La tentación sería concluir que nunca hubo tanta gente tan segura de tener razón, pero sería mentira. Aun así, pasma y asusta. Si algo resulta evidente de la coronacosa, acaso sólo eso, es que no sabemos nada, y que los que saben algo tampoco saben mucho. Saltamos de certeza en certeza como las ardillas de los tiempos viejos, cuando empezamos a ver la Fórmula 1 y a las tres horas de tele ya sabíamos cuándo había que repostar y cuándo poner los neumáticos intermedios, aunque fuéramos paracaidistas recién llegados del baloncesto.…  Seguir leyendo »

El fracaso del fracaso

El fracaso tiene buena prensa, con tal de que fracasen otros. Viene con halo poético, con mitología redentora, pero el fracaso –forzoso, como es sabido, para cualquier éxito– acaba a menudo igual que empieza. Mal. Sin número musical de cierre, sin créditos tranquilizadores, sin moralejas valiosas ni lecciones que atesorar por siempre. Por eso sólo quien al final triunfa habla del fracaso con orgullo, convertido, desde la altura, en las baldosas amarillas de su imaginada recta a Oz. Y por eso da gusto animar a quien le va peor que a nosotros: si algo proporciona más placer que defenestrar a un ganador es encumbrar a otro a quien defenestrar luego; o redimir por la mañana a un humillado y celebrar con alborozo su retorno (imaginándolo nuestro) mientras, con las manos a la espalda, vamos abriendo la ventana desde la que lo arrojaremos al patio.…  Seguir leyendo »

Es hora de aceptar que estamos en manos de gente dañada, gestores desnaturalizados de nuestras vidas. Mentirosos vacíos, odiadores. Gobernantes, gobernantas, aceituneros altivos, enamorados hasta el desvío de sí mismos, con la fortaleza de carácter del hijo único, eternos caprichosos incomprendidos, enrabietados intocables, de lección en lección, tiránicos siempre. Nadie sabe de qué son instrumento, pero algo se expresa a través de ellos, ellas, elles, quizá la mediocridad creciente de un pueblo infantil y dividido que confunde cualquier apetencia con un derecho natural. Si somos el fruto de padres medrosos que nos convencieron de que éramos singulares, nuestros hijos serán aún peores, porque seremos su semilla, nosotros, los eternamente indignados, los convencidos de haber llegado a la cima del conocimiento por haber estudiado un poco más que otros más capaces que no pudieron hacerlo.…  Seguir leyendo »

Parte de la frustración y desencanto que aquejan a esta humanidad perpleja radica, acaso, en la asunción de que todo problema tiene solución, cuando la mayoría de los problemas no pueden solucionarse. Simplemente. Tendemos a pensar que, igual que el fin natural de un enigma es su remedio, lo son el de la enfermedad, el de la pobreza y el de la guerra, o el de los virus con forma de ángel (exterminador), dispuestos a cubrirlo todo con su manto negro. Quizá convenga contemplar que el propósito de un dilema no sea siempre el de servir de meta, sino a veces de espuela, de deberes más que de examen, que la realidad no es la sección de pasatiempos de un periódico ni una bomba que desactivar ni una ofensa.…  Seguir leyendo »

Desde que estamos informados, estamos más desinformados que nunca, desde que lo sabemos todo, no hay forma de saber nada, nada aleja más de la verdad que el aluvión de datos, la información por aspersor, o llovida del cielo, como llueven los meteoritos, que son las opiniones que sobran en otros planetas y acaban alcanzando este en forma de roca o polvo, que todo es lo mismo en cuanto se aprieta un poco: relleno para el pavo, aire para las burbujas de las cajas grandes de los regalos pequeños, nadie ve la televisión para informarse, aunque crea que sí, ni se hizo para eso ni sirve para eso, la parrilla (que siempre asa de más) toma algo, cualquier cosa, un no sé qué, un aquel, un todo (un concierto, un parecer, un deporte, una riada), y lo convierte en teatro, tal es su inclinación, en gala, que para eso está, para eso era, parpadeemos o no al verla, pongamos delante de ella cara de alegría o de pena, alce las cejas el presentador o no, engole o no la voz ella, entre en directo desde su salón un experto en bata o haga bailar el hula hoop una niña de Zamora durante la cena, no sirve para informar porque no es para informar, es para hacer como que informa, igual que las fotos de vacaciones son para hacer como que uno se divierte, nadie se divierte de verdad delante de un acueducto, y la cosa es que hay más expertos que batas, o más batas que expertos, todos con su biblioteca detrás y su cara de no sé si esto se estará viendo, hablándonos de proteínas y de ácidos nucleicos y de cadenas largas y de nucleótidos y de biomoléculas, en dos minutos, si puede ser, ritmo, ritmo, ritmo, que entra ya el colaborador con un chiste de geles, unos lo hacen por televisión, a otros los llaman desde la radio, en los bloques que dejan los anuncios de las cosas que nadie quiere comprar ya, o no de momento, desdiciendo a otros expertos, un metro, tres, cuatro metros, metro y medio, dos metros, pongamos que dos y ya vamos viendo, con mascarilla, sin mascarilla, con según qué mascarilla, de tela, de amianto, de augurios, de cemento, cómo se pone de verdad la mascarilla (la cara, siempre detrás), trucos, recetas, horóscopo, santoral, calendario zaragozano, cabañuelas, qué sabemos, qué supones, diez cosas que ignoras, ya verás con el calor (ya veremos), el calor no importa, importa la humedad, importa la educación, importa la confianza en uno, no importa nada, importas tú, tú no importas, todo certezas, ninguna duda, y luego están los periódicos, que algo tendrán que decir ahora que se leen como nunca y nadie paga por leerlos, diez o doce cosas cada día, pero de una sola cosa, artículos como este, aunque el mundo sea más cosas y las cosas no se paren, porque eso es la actualidad, elegir una sola cosa (que se elige, la verdad, sola): el paro, el Mundial, un señor que se ha caído, este virus, Cataluña, la prima de riesgo; una cosa; y, por si no hubiera sabios suficientes, quedan los de internet, siempre a punto, con sus apóstoles en hora y en la posición del loto, con las gafas protectoras y los guantes, hartos de los otros expertos, los comprados, los que dicen lo que dicen porque la verdad es incómoda, porque no interesa, la verdad nos hará libres (ya veremos cuándo), y los sabios se ponen el iPhone delante y le dan al REC, y se dejan abierta la bata (la bata que no falte), y lucen su propia estantería, con su vademécum y todo, con su Dioscórides renovado, con su diploma, con su diccionario (en dos tomos), y sacan la vara de apuntar, que es la de señalar, que es la de subrayar, que es la de golpear, que es la de llevar la orquesta, que es la de indicar (sin dudas) el origen de todo esto, que es el pangolín, que es el murciélago, que es una aldea de Orense, que es un laboratorio secreto, que son los chinos, que son los suecos, que son los extraterrestres -pero no todos, que los hay buenos-, que es la vida (que es así y ya era así antes), que no es nadie, que es el planeta (que se defiende), que es nuestra mente, que es la ultraizquierda tramontana, que son las siete derechas, que es un invento, que ya estaba todo en la Biblia, que llevo avisándolo desde enero, y, mientras, dale que dale, a la lengua y a la lejía, dos partes de lejía más de lo que diga internet, que también las madres nos echaban dos cazos de más y aquí estamos, bien y mal, y regular, peor que nunca, mejor que tú, y no nos ha pasado nada, y dale que dale a las manos, frota que frota, y a la cabeza, gira que gira, y a los pies, anda que anda, ahora que nos dejan salir a la calle a esquivarnos unos a otros y a mirarnos con pánico, y luego está la fase 1, que se decide en el bombo, para evitar presiones, y la fase 2, y los cuartos de final, y las semifinales, y la final, a cielo abierto, unidos todos, todos a una, todos sin juzgar a nadie (con tal de que nadie no sea de los otros), aquí y allí, y más allá, y en los países de nuestro entorno, que son como Marina D’Or; juntos, pero no revueltos; todo es como debe ser con tal de que lo haga yo, con tal de que no lo hagan ellos, los malos ya se unirán, pero en el infierno; y venga a leer: «¡miserables!»,…  Seguir leyendo »

Este es uno de esos artículos que corren el riesgo de quedar obsoletos en cuarenta y ocho horas, barrido por los acontecimientos cambiantes, barrido por la realidad. Es decir: es un artículo normal. Nadie que escriba estos días sobre el ángel exterminador sin ser virólogo, epidemiólogo o exorcista tiene mucho que decir; tampoco yo. Prometo, a cambio, no dar consejos, no indignarme, no inventarme que ya hubiera dicho nada ni suspirar que qué sabía yo. Son tiempos de incertidumbre, de fragilidad recién despabilada, y con la incertidumbre -para la que el ser humano no parece preparado- llega el miedo, que es como el desconcierto, pero haciéndose daño uno y haciendo daño a los demás.…  Seguir leyendo »

Vivimos donde elegimos vivir. No hablo del lugar, que también, de si tiene o no playa. Hablo del mundo, que es tantos como personas lo habitan. Tenemos lo que tenemos, que en general es bastante y en general nos parece poco. Leemos lo que leemos, escuchamos a quien escuchamos y nos quejamos de lo que queremos, que es de casi todo, como si el mundo se acabara ya o como si pudiera, en realidad, no hacerlo, cuando desde el Big Bang no ha hecho otra cosa que decaer, igual que nacer es enfermar y vivir es enfermar y ver una película es puntuarla para acabar cuanto antes, vaya por Dios, con su misterio, como si dar el primer bocado a una tortilla bien hecha no fuera ya añorar su falta, igual que al enamorarnos, justo antes de que el amor se tuerza, cuando la termodinámica arrasa con la poesía a golpe de exigencia y ceguera.…  Seguir leyendo »

Publicaba hace unos días The Guardian un artículo —o así—, de un caballero titulado Roy Chacko, a quien uno imagina felizmente indignado por recibir en su correo una docena diaria de alertas de Google desde entonces. El titular rezaba: «End of the affair: why it’s time to cancel Quentin Tarantino». No estoy seguro de ser capaz de traducir «cancel» en este contexto, pero, asumiendo que nadie quiere acabar con Tarantino, sino sólo devolverlo al lado correcto de la vida, hagamos como que el texto dice: «Se acabó el romance: por qué es hora de cortar con Quentin Tarantino». Este es el titular, claro, el titular nunca es el texto, los titulares nacieron precisamente para ahogar el texto, para hacer gritar a cualquier frase y teñir con ella (bañar con ella en pintura) todo intento de lectura desprejuiciada del resto.…  Seguir leyendo »

Casi nunca, pase lo que pase, pasa lo que se dice que pasa. Según leo en los periódicos, de papel o luz, y escucho en las radios (de la tele me bajé a golpe de asombro sin causar, que se sepa, daño al medio), el mundo va a explotar. Dice la diestra que es por la siniestra, y al revés, dice el centro que es a pesar del centro, salvo que todos se dicen de allí, o a cinco minutos, y nadie acierta a saber qué escora a cada cual, una vez demostrado que no son las ideas. Los maoístas -según leo- han llegado para quedarse, para madrugarnos la cuenta (como si no hubiera instancias respetables que se encargaran ya de eso), y el fascismo -según escucho- se acerca a buen paso por la espalda, con un saco con la forma exacta de nuestras libertades y derechos (que son, en principio, fungibles, y, si se piensa, pocos).…  Seguir leyendo »

Por qué nadie quiere leer tu guión

Hace un tiempo recibí el de un joven guionista que solicitaba consejo sobre el funcionamiento de las agencias de talento en Estados Unidos. Como mejor pude y supe traté de proporcionarle algunas claves y le deseé suerte. Intenté, ante todo, transmitirle lo prioritario de situarse en la realidad del tablero y trascender las fantasías que inevitablemente genera quien sueña con llegar a un lugar que poco o nada tiene que ver con el que como espectador imagina. Unas semanas más tarde me escribió de nuevo. Para preguntarme si conocía a alguien dispuesto a leer su guión. Quería escuchar, decía, una opinión profesional «brutalmente sincera y directa».…  Seguir leyendo »

No se lleva ya la inseguridad, por razones que se entienden bien. No es temporada de dudas. No se lleva la desprotección ni la incertidumbre, se lleva la certeza, las garantías, los avales. Aunque nada los procure. Se recela del recelo como no se ha recelado nunca, acostumbrados a la demanda, a que todo sea un derecho. Confundimos lo deseable con lo razonable y lo razonable con lo justo. El premio con el riesgo. Nadie tiene derecho a la felicidad, nadie a que le vaya bien, a que se enamoren de él, a saber explicarse, a vivir en un séptimo, a ser listo, a oler bien, a estar en forma, nadie tiene derecho a tener talento.…  Seguir leyendo »

Mil días de verbolario

Casi todo es fruto del azar, responda a un plan o no. El resultado imprevisto de lo que, de haber recibido atención, habría podido preverse. Hoy se cumplen mil días del Verbolario que cierra cada día, con discutible tino, este periódico. Mil mañanas. Mil voces. Mil definiciones. Casi tres años de desnudar palabras, de esquivar su significado común para tratar de alcanzar el verdadero. Que es, casi siempre, el opuesto.

Todo empezó, decía, sin querer. Hace mil días y pico. Me invitaba a comer en su casa Isabel Vigiola, que, no sé si lo saben, es viuda de Mingote. Isabel recibe muy bien, que se decía antes.…  Seguir leyendo »

Lecciones

Un niño mira hacia arriba y ve a su padre gigante, ecuánime y justo, que también lo mira a él, moviéndose a cámara lenta, sin alardes, no necesita saltar ni agitarse para explotar las virtudes de su motricidad flotante, simplemente habla y refuerza cuanto dice con leves gestos de manos que amasan el aire, más que lo cortan, o un alzamiento de cejas de precisión submarina, o una sonrisa que tarda una vida en formarse y otra en perder su curva, o en formar otra nueva. El niño no entiende nada, claro, ni falta que le hace, para él su padre es una presencia imponente que emite una murmuración formada, a veces, por vocales abiertas y expansivas, como un paisaje sin árboles, a veces cerradas, puntiagudas como una advertencia, a veces sinuosas y sopladas y, por tanto, relajantes.…  Seguir leyendo »

Woody Allen, usted, yo

No conozco a Woody Allen. No sé cómo es. No sé quién es. No sé si es un padre atento o descuidado, no sé si tiene animales, si hace favores o los evita, si los pide, si madruga o remolonea por las mañanas. No sé si es leal a su agente o le miente. No sé si es egoísta, miserable; si es afable y generoso. O afable, pero egoísta. O generoso, pero mal padre. Con animales. No sé nada de él. Y tal vez usted tampoco.

No sé nada de Woody Allen ni puedo saberlo, que es lo que le pasa al planeta entero.…  Seguir leyendo »