Rodrigo Cortés (Continuación)

Caravaggio era un cabrón. Lo denunciaron, arrestaron, sentenciaron una y mil veces, por los más diversos motivos, como atacar y herir a un hombre a espada, lanzarse sobre un camarero que le había malservido unas alcachofas, o arrojar —con puntería— una andanada de piedras a un guardia. Golpeó con un cayado a un hombre recio, y, ya entrenado en el mal, mutiló y mató a otro, en una pelea en Roma. Huyó a Nápoles con muy buen ritmo. Caravaggio fue muchas cosas. Pobre como una rata. Homosexual atormentado. Líder de una banda. Famoso. Criminal polivalente. Aficionado al tenis (que entonces se llamaba pallacorda).…  Seguir leyendo »

La campaña hermética

Nada nuevo hay bajo el sol, aunque el sol caliente a veces más de la cuenta. Nada de cuanto sucede (suceda lo que suceda) sucede por vez primera. Sólo las formas cambian. O se exacerban. O se dan las condiciones para que sucedan con más vehemencia o con mayor nitidez. Se habla mucho estos días de la burbuja de filtro o del filtro burbuja, que todo es lo mismo con mejor o peor sintaxis. Son muchas las páginas web que aplican –parece– un algoritmo de compleja descripción y elementales objetivos que acaba por proporcionar al usuario la información que desea ver.…  Seguir leyendo »

Animales normales

Soy gallego. Así, sin avisar. De Salamanca (luego lo explico). Nací en Galicia, en una aldea de Orense llamada Pazos Hermos que debe de tener unos veinte habitantes. Nací allí porque mi madre es gallega y las gallegas son muy de que sus hijos nazcan donde ellas quieran. Mis padres vivían en Móstoles, un lugar del que no se hacen postales, y mi madre fue a Orense a dar a luz, como había hecho dos años antes con mi hermana. Aclaro que escribo Orense porque así lo aprendí de mi familia; en gallego diría Ourense, como cuando leo a Rosalía, a Castelao o a Cunqueiro.…  Seguir leyendo »

Un rayo de luz se filtra entre las hojas del limonero bañándolas en parte, descubriendo, al atravesarlas, un esqueleto frágil y perfecto que sólo aumenta su belleza y anticipa la de sus frutos, finalmente tan amarillos como el sol. Hay un millón de razones por las que un limón es como es y no de otra manera, un millón de caminos frustrados que trataron de imaginar una versión de sí para darse de bruces con la realidad o para devenir en cualquier otra cosa, codorniz, piedra o peral. Un limón puede muy bien explicarse a posteriori, y, leído de derecha a izquierda, es la conclusión inevitable de un destino de oro y frescor.…  Seguir leyendo »

Dicen –o dicen que dicen– que, al ponerse el sol, en ocasiones, en ese instante final en que sólo su corona queda por refugiarse al otro lado del horizonte, un rayo verde e incongruente, un último fulgor esmeralda, resplandece como un soplo donde se acaba el mundo y da paso a la noche, prosaica de repente. Pasa, dicen, pocas veces. Muy pocas, casi ninguna. Muy raramente. Al nivel del mar, o en el mar mismo. Si la mirada no encuentra obstáculos. Si la tierra está más caliente que el aire. Si no hay nubes. Si está uno en racha. Si el aire está excepcionalmente limpio.…  Seguir leyendo »

De tenis, quede claro, sé lo que el tenis de mí. Pero la tarde del 14 de marzo de 1987 un niño de trece años sentía por él el interés suficiente como para llevarse una radio al cine y seguir el partido de dobles que enfrentaba a Emilio Sánchez Vicario y Sergio Casal contra Eric Jelen y Boris Becker. Eran los octavos de final de la Copa Davis. Tras dos partidos de individuales, España empataba a uno: ganar el dobles le permitiría adelantarse sin obligar a Casal a ganar a Becker en el último partido, lo que sólo estaba al alcance de Odiseo y del propio Becker.…  Seguir leyendo »

La banalidad del bien

Los párpados nos confunden, son falsos indicadores de sueño; abrirlos no implica despertar, cerrarlos no conduce sino a la oscuridad parcial: ni a la desaparición ni a la hondura, ni a la introspección ni a la pereza; son escobillas, paraguas, lienzos que pintar o dejar en blanco, ventanas, contraventanas, tapas, telones, barreras, fundas. Cortan el viento, no indican nada. Si no los tuviéramos, daríamos menos por sentado, nos evaluaríamos con más detenimiento y dejaríamos de considerar que el estado habitual del hombre es, de día, la vela, o que fijarse con fuerza en algo es, por fuerza, verlo. Los párpados nos despistan, nos transmiten la falsa noción de que abrirlos deja paso a otra luz que la del sol, cuando el fuego que de verdad alumbra atraviesa carne, tela y hormigón, y el sueño que de verdad duerme desafía la expresión del búho, que indica, con suerte, atención, rara vez conocimiento.…  Seguir leyendo »

Nada tiene este escribidor contra Papá Noel –santo entrañable con ropa de saldo que bebe de la petaca, entre columnas, en el aparcamiento del centro comercial–, y su origen secular como obispo cristiano debería blindar a los tradicionalistas del recelo. Nicolases ha habido muchos, en diferentes tallas, del de Bari al de Goscinny, y más o menos todos han sido buenos. Poco puede objetarse al celo de quien desafía la estrechez de la chimenea para dejar calcetines bajo el árbol del niño pasmado: nada educa más en el carácter que la decepción. Tampoco extraña que los niños prefieran vestirse de fantasma para recoger caramelos a sentarse ante el Tenorio, como otros escuchan a Bach antes que a Falla, sin que Falla, que sabía lo que hacía, nada tenga peor que no ser Bach.…  Seguir leyendo »

Bendita ilusión

La ilusión tiene, por alguna razón, crédito en esta Iberia vieja. Con ilusión cumplen años los niños, como van al parque de atracciones (si no, no van), e ilusión es lo que reivindica un independentista, otro independentista, el garante del viejo régimen y el político de cuño nuevo –algo más revuelto el pelo desde el advenimiento de los desindignados– para encarar con fe el abismo. Con ilusión se empieza una dieta y con ilusión se acaba, y, si no es con ilusión, no votamos a los mismos como si fueran otros, ni tratamos de adelantarlos por la izquierda (o por la derecha, que la ilusión bien sustituye al reglamento) como si no fueran nuestro espejo.…  Seguir leyendo »

La Radio Pánica

Se sabe por el eco; un eco particular que Pavlov convierte en el acto en preludio de la frustración. También por las risas del público, que no debería estar ahí. Cuando uno enciende la radio y suena ese eco, esa reverberación de salón de actos con mesa alargada, tintineo de tazas, y mantel provisional, uno sabe que empiezan los problemas. Uno sabe que el programa ha viajado a la localidad más pujante de La Mancha, o a una luminosa pedanía extremeña. O a una fábrica de quesos. O a una bodega a setenta y dos kilómetros de ninguna parte. Uno sabe que el programa, sí, hará caja; que el alcalde ha alquilado la radio durante unas horas.…  Seguir leyendo »

El sentido común

El sentido común no existe (me quito la tesis de encima y prosigo sin la presión de intentar que se deduzca del subtexto).

El sentido común no existe ni puede existir, porque común no es nada, salvo el ascensor y el descansillo; ni el criterio ni la inteligencia, ni el juicio ni el entendimiento. Ni la cordura. Sólo la verdad lo es, por escarpada e inaccesible; la ausencia de verdad. por tanto. La mutua frustración de tender a ella sin merecerla.

El sentido común es aire, no es oxígeno. un reforzador sonoro con marchamo fingido, una falsa firma, un as en la manga.…  Seguir leyendo »

«Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo», balbuceó Arquímedes una noche que había bebido, dispuesto a apostarse lo que fuera con los amigos, seguramente científicos también, también con la nariz roja y la túnica remangada. «Un punto fijo, no pido más. Un punto donde apoyar la puta palanca». Arquímedes había inventado el principio básico del robo de coches en una época en la que sólo había carruajes, lo que lo convirtió en un adelantado a su tiempo y en un ideólogo resbaladizo. Para mover el planeta no hace falta un punto fijo –que muy bien podría ser la Luna–, hace falta una palanca de dimensiones ciclópeas, una escafandra para sobrevivir al vacío y muchas, muchas ganas de tener razón.…  Seguir leyendo »

Las dos Españas

España ha sido y siempre será una. Bien dividida, se entiende. Una y trina; cuatro, ahora. Pero trina. Como para no trinar. España trina por Twitter, que es el piadero normativo, o trina de oficio, pero trina antes de votar, trina cuando vota y trina después: «yo», «yo», «yo», las tres personas del Verbo; y, ahora, también «yo» («nosotros», si la cosa se tuerce y toca hacer piña; «vosotros», si convienen los culpables; «ellos», para encauzar el desdén). España, que dice la verdad en las encuestas, pero miente cuando vota, acude a las generales como acude a Eurovisión: aguantándose la risa.…  Seguir leyendo »

Retuit, please

La solidaridad como forma precipitada de adhesión a una causa (o como esfuerzo natural por televisar el auxilio) vive una época dorada como el mundo no ha conocido. Jamás ha sido tan fácil medir el caudal de nuestros corazones ni aquilatar la empatía, al fin evaluable en forma de tuits, citas a Mandela con fondo crepuscular o emoticonos de llantos. Atrás quedaron las hileras de números que cruzaban, como se cruza la calle, el televisor a la altura exacta a la que el presentador avisado se abrocha el botón de la americana; atrás los maratones con famosos preocupados al teléfono, que sustituyeron a los boy scouts como cantar el Imagine hizo al fin innecesaria la bondad.…  Seguir leyendo »

Reza un viejo axioma de Hollywood, deformado a partir de una cita del maestro Kurosawa, que «no hay mal guión que un buen director salve, ni guión bueno que un mal director estropee del todo». Tal afirmación, como toda verdad labrada en mármol, es, por supuesto, inexacta, y, por tanto, mentira. El mármol tiende a inmortalizar la agudeza, pero también a inmovilizarla, y admite como única refutación viable otra placa arrojadiza igualmente definitiva, antagónica, maximalista y, a ser posible, falsa, como en esa vertical de comentarios que remata los artículos deportivos, en que dos lectores con posiciones iniciales casi idénticas acaban convertidos en irreconciliables enemigos tres precisiones después.…  Seguir leyendo »

El miembro fantasma

Contaban los mutilados de la guerra –y cuentan hoy quienes conducen con el brazo fuera de la ventanilla– que, después de serles amputado un miembro por ser su salvación imposible o para evitar la extensión de la gangrena, seguían sintiendo la presencia del brazo o la pierna desgajados, a veces durante semanas, a veces durante años. Sentían que los dedos se movían. Que la extremidad faltante adoptaba una posición nueva. Que su longitud se retraía. Un brazo cercenado procura, en principio, pocas alegrías, y queda por aclarar si seguir registrando su existencia ayuda en algún sentido al paciente o es la ironía final con que la vida, en ocasiones, sube la apuesta.…  Seguir leyendo »

Así sangra un payaso

El público es el enemigo. Y conviene que así sea. El público no entrega su amor: lo alquila, a veces lo presta; recela, sospecha, teme; sonríe pero se protege, desprecia pero no ofrece la espalda. El público es un animal sano y robusto que no ataca sin saberse antes a salvo aunque aplauda con las garras el olor de la sangre nueva. Da vueltas en torno a la presa con movimientos taimados mientras el tambor redobla. Olfatea, adelanta la pata sin exponerse, la retira de inmediato. La selva es para él un circo sembrado de payasos muertos y cómicos aterrados, furiosos, desconfiados, que han visto lo que hay detrás, que han dado con la leyenda que explica el mapa de la selva, que han aprendido a agradar al león entregándole su propia dicha como se entregan las llaves de una ciudad rendida; que han aprendido a sobrevivir con la sonrisa pintada.…  Seguir leyendo »

Si algo ha traído la modernidad, la eclosión de la razón, la edad del conocimiento, es el buen gusto de repudiar la muerte, la innegociable certeza del mérito de la vida (y el propio mérito ante ella) y la asunción del deber de no morirse en forma de mandamiento, al fin bien formulado, que convierte la vida en derecho y la mortalidad en engorro, por eso es preceptivo protegerse de tal incomodidad con la voluntad avisada y la elemental buena fe de impedir que la muerte, tan anacrónica, nos sobrevenga, sea en forma de accidente, de contratiempo o de encantadora sorpresa, y si el modo de alejarla es ilegalizarla, sea, y si el modo de ahuyentarla es prohibirla, venga, y si el modo de conjurarla es tirar sobre ella un cubo de pintura, amén a cualquier providencia con tal de que se dicte enseguida, con el ánimo exaltado, ahora, ya, ya mismo, lo importante es encontrar a quien culpar cuando, a pesar de nuestros desvelos, lo imposible suceda, no asumir su inevitabilidad y buscar la explicación que ahogue cuanto antes la irrelevante verdad y erija un relato catártico, racionalizador, policial, explicativo, que mande a los sospechosos al exilio y esconda bajo la moqueta o bajo llave los cabos sueltos, aislados de la zozobra de los niños y las ancianas, incapaces de enfrentar una realidad que ha de modelarse con fines sociales para que nuestra nación, responsable y autárquica, dispuesta en todo momento a sacrificarse a sí misma para preservar al menos su idea, encuentre las respuestas que otras naciones no encuentran y enfrente como es debido el dolor de ignorarse, por eso es importante prohibir que los pilotos de avión se estrellen, para que no se estrellen, y saber de inmediato qué ha pasado –si pasa– para hacer, por ejemplo, cualquier cosa, porque, si algo sale mal, es deber del legislador reaccionar a tiempo, averiguar si hizo calor y prohibir el sol, averiguar qué se vestía y prohibir la ropa, y si hasta ahora dos pilotos eran suficientes para negar la gravedad con garantías, es hora de atender la llamada de la vida, sagrada, inmarcesible, y exigir la presencia de tres, hasta que uno de ellos se suicide y podamos subir la apuesta a cuatro: uno para que pilote, otro para que el primero no se duerma, otro para llevar el orinal y un cuarto para que desarrolle las tendencias suicidas, ya en minoría, con una puerta que resista el terrorismo pero no el hacha y una cadenita en la puerta para disuadir sin evitar, en busca del aristotélico punto medio, fuente de dicha, por eso el maquinista de Santiago debió llevar otro compañero, porque la solución es sumar uno a los timoneles en concurrencia, por eso Lincoln debió dejarse acompañar por otro presidente al teatro y por eso los camiones de transporte de mercancías peligrosas deberían tener un mínimo de dos suicidas al mando –con dos volantes–, por si un conductor está muy loco, para intimidar al otro loco, y lo mismo para los tranvías, los taxis, las motos y los dirigibles, por si embisten contra la gente desafiando el orden, y por eso cada vehículo particular del planeta, cada Peugeout 308 y cada Renault Twingo azul cielo, atendiendo a su peso, sus dimensiones y su vocación letal, debe subordinar su circulación al aval de un mínimo de ocupantes (sometidos a diario test psicológico) que garantice un itinerario paralelo al de la carretera, porque, ¿y si uno de ellos se desmaya?,…  Seguir leyendo »

En democracia

En democracia, un demócrata se expresa con la alegría que su libertad le garantiza y puede pensar más o menos cualquier cosa con tal de que sólo haga una. Empezar cualquier exposición, por arbitraria que sea, con un «en democracia» bien tirado protege a cualquier formulación de sí misma, y sólo un «Estado de Derecho» a tiempo compite con «en democracia» como legitimador de la nada. Un verdadero demócrata, de los que en democracia piensan lo que en democracia corresponde, lo comprende y, si es listo, contraataca o se refuerza acudiendo a los «países de nuestro entorno», a «las reglas que nos hemos dado» o, si las cosas se ponen de verdad difíciles, al «sentido común», que sustituye con eficacia al apetito y se esgrime a la menor contrariedad con los resultados más variables.…  Seguir leyendo »

Sin quejas

Lo estamos haciendo mal. Nosotros, los cineastas. Otros no lo hacen mejor, pero a nosotros no se nos está dando bien hacernos responsables de nosotros mismos. Sembramos nuestras declaraciones de quejas, de lamentos. Queremos que empaticen con nuestros llantos. Y nadie quiere oírnos llorar. Yo mismo no quiero oír llorar a nadie. No soy ningún experto en mujeres, pero dudo que nadie haya conquistado nunca a nadie a base de lloros. Dudo que una mujer seria, bella por dentro y por fuera, dueña de sí misma, se sienta inclinada a explorar el atractivo de quien constantemente se lamenta de su mala suerte y del injusto trato que el mundo le procura.…  Seguir leyendo »